(Colin)
Scarlett golpeaba a Sigma como si hubiese aprendido la técnica de memoria. Esquivó un golpe que él intentó proporcionarle y lo arrojó contra el espejo. Ella estaba perdiendo el control, cegada por el enojo. Tenía que frenarla, antes de que pudiera terminar mal. No me preocupaba en lo absoluto la vida de aquel hombre, pero sí quería conservar la mía. Sabía que, si algo le sucedía a él, nosotros tendríamos que pagar por los daños más tarde.
Ares se me adelantó y la agarró, ligándose un golpe por parte de Scarlett, al intentar frenarla. Fui a ayudarlo y juntos, logramos retenerla. Su cuerpo se movía, frenéticamente, intentando liberarse, pero no hubo caso. Éramos dos contra una.
De un momento a otro, un suspiro involuntario escapó de sus labios rosados y hubiese llegado a derrumbarse de no ser por nuestro constante agarre.
Ares me empujó a un lado y la subió sobre la mesa de vidrio, que descansaba en una orilla del cuarto. Estaba pálida, a excepción de sus mejillas rojizas. Era sorprendente su estado de tranquilidad al estar desmayada. Ni siquiera yo podría creer que esta chica era capaz de lastimar a una persona.
Seguí recorriéndola con la mirada, tratando de apreciar su lado no letal hasta que divisé un gran rasguño en su pierna. Al tener los pantalones recogidos, pudieron lastimarla.
Inmediatamente entraron tres mujeres con una camilla en manos, para asistir a Scarlett. Ares la cargó, otra vez, y la depositó en ella. Tan pronto como entraron, abandonaron la sala.
Sigma se había levantado. Se acercó hasta una cajonera y de allí sacó un pedazo de algodón y agua oxigenada para frenar el sangrado en su nariz. Morfológicamente, solo se le notaba un corte en la ceja, quizá por algún pedazo de cristal que llegó a cortarlo, pero nada más que eso.
—A usted sí que le gustan los escándalos —dijo Ares, acercándose hacia él, amenazante.
Antes de que pudiera tocarle un pelo a Sigma, apoyé una mano en su pecho y lo retuve. Era preferente evitar la violencia mientras estuviéramos dentro de este lugar.
—¿Qué hizo para que ella quedara en ese estado? —pregunté, intentando sonar cuerdo—. ¿¡Por qué intentó dispararle!?
—Tranquilo, Hard. —Me apuntó con su dedo índice. Odiaba que la gente me señalara, esa acción me hacía sentir inferior y eso me enfurecía—. Leí tu expediente, así que tranquilízate. De no ser así, tengo más balas para recargar mi pistola.
Intenté respirar.
¿Acaso intentaba amenazarme?
—Si quieres, puedes desquitarte en tu habitación. Allí hay una cabina con armamentos. Sé que tu destreza es el tiro con arco y creo que esto tendría que agradecérselo a Esteban, tu padre, ¿no?
Estaba intentando provocarme. El muy imbécil, sabía más de lo que yo creía sobre mí mismo. ¿Acaso tenía toda mi vida documentada en un video? ¿Cómo ha sabido lo de mi padre?
—Ah, cierto que él murió por enseñarte a usar eso. —Rio sádicamente—. Además, admito que tu puntería fue excepcional, nunca fallas.
«Tranquilízate», intenté autocalmarme.
—Cállese de una vez. —Lo interrumpió Ares—. Usted no tiene necesidad de meterse en los asuntos de mi hermano, maldito cobarde.
—¿Yo? ¿Cobarde? —Fingió estar ofendido—. ¿Qué te hizo pensar eso, Ares?
—Quizá el semejante rasguño que dejó en la piel de Scarlett. Veo que las artes marciales no son lo suyo, doctor.
—¡Qué inteligente! —comentó en tono burlón—. ¿Por qué crees que llevo una pistola escondida en un anillo? Ya salgan de aquí y vayan directo a su cuarto, los autorizo a pasar a comer algo por la cafetería, pero solo porque hoy tengo ganas de ser una mejor persona.
Si pensaba en ser buena persona, estaba muy lejos de lograrlo, pero con lo poco que sabía sobre él, estaba seguro de que nos convenía aceptar e ir a comer algo.
Tomé la manija de la puerta, pero antes de irme pregunté.
—¿Por qué mis ojos son amarillos?
—Ya te lo dije. Eres un cobarde y esa es la razón. Incluso tienes miedo de admitir que has matado a tu propio padre, ya que la gente podría llegar a notar tu desequilibrio mental y empezar a tratarte como a un loco descorazonado —explicó de mala manera—. Pronto arreglaré una sesión de reconformación, con la psicóloga de la plataforma, para que puedas controlar tus problemas.
—¡No fui yo, fue Él! —Cerré con un portazo y sin importarme que Ares me siguiera, caminé hacia el cuarto "A" y me senté sobre la cama. La habitación estaba vacía, hasta los baños estaban desocupados. Era relajante no escuchar sonidos bochornosos.
«No soy un cobarde», repetía en mi cabeza, cada cinco segundos que pasaban.
Quizá el color de mis ojos fue aleatorio y no tenía nada que ver con mi personalidad. Quizá la intervención de Él logró alterar de algún modo mi resultado.
"Claro que eres un cobarde", dijo una voz en mi cabeza. Pero no era la mía. Era Él. "Acéptalo, Colin. Deja de tenerme miedo para que pueda apoderarme de ti. Conmigo al mando, podrás dejar de ser un cobarde, solo tienes que dejar que te controle".
Nunca más en la vida. Mi enfermedad empezó cuando tenía diez años, presentándome solamente estúpidas alucinaciones que no me dejaban distinguir entre la realidad y lo irreal. Intenté tratarme con muchos médicos especialistas, incluso, tenía una psicóloga a la que llamaba por su nombre de pila, después de estar acostumbrado a visitarla a diario. Pero siempre hubo un problema. Ninguno pudo ayudarme.
Decían que la esquizofrenia podía debilitarse, pero no desaparecer y estaba más que seguro de que esa era una de las razones por las cuales sus tratamientos no surtían efecto en mí. Tenía la mentalidad de que nunca iba a sacármela de encima y esa negatividad provocaba un bloqueo en mí. El miedo que sentía en mi interior iba aumentando a medida en la que crecía. Con el pasar de los años fui empeorando, continuando con las alucinaciones, siguiendo con querer aislarme de la gente, pensando en que las personas que me rodeaban no importaban más que yo... y terminando con la voz.. Esa voz masculina y sombría que aparecía para llevarme la contra o para incitarme a cometer algo involuntario.