(Colin)
La temperatura había cambiado drásticamente. De no ser por el saco negro en mi cabeza y las muñecas amarradas con esposas, podría darme el lujo de ubicarme.
Me ordenaron tomar asiento y guiándome por el tacto, terminé por caer en lo que parecía ser una silla metálica. Me quitaron el saco de la cabeza y así pude divisar a dos hombres de traje militar, parados a ambos lados de la puerta.
Me habían metido dentro de una cabina, recubierta por una tela acolchonada. Tenía demasiada experiencia como para saber que estaba en una habitación psiquiátrica. Varios recuerdos cruzaron por mi mente, como cuando me enviaron a un psiquiátrico en las afueras de Oregón. Allí tuve a un compañero que intentó ahorcarme con un cinturón de cuero, que había robado a uno de los guardias. Recordé que su intento había fallado, cuando Él me obligó a arrancarle un dedo con los dientes. Al día siguiente lo encontraron colgado por el cuello, en un nudo de sábanas blancas.
—¿A qué se deben las ataduras metálicas? —pregunté con la boca totalmente seca—. Creí que a los locos se los ataba con correas, para que no puedan lastimarse a sí mismos.
"Tú estás más que loco", respondió Él.
Ninguno de aquellos dos hombres respondió. Simplemente se quedaron estáticos mirándome, como si fuese a escapar. Unos diez minutos más tarde, Sigma ingresó en el cuarto y cerró la puerta a sus espaldas.
Se acomodó en cuclillas frente a mi rostro y me tomó por el mentón.
—Veo que estás familiarizado con el lugar. Eso te hará sentir más cómodo, pero relájate y respira, aquí nadie intentará matarte ni ahorcarte.
—¿Cómo está tan seguro de ello? —Alcé una ceja y me enfrenté a aquellos ojos, que no decidían si eran celestes o grises—. Estas ataduras no me aseguran salir ileso.
Se apartó y salió de aquella cabina. La puerta se aseguró con traba y empezó a hablarme a través de un micrófono. Lo vi por la ventana rectangular apretando varios botones, hasta que las luces brillaron con mayor intensidad.
—¿Recuerdas que le he dado un reloj eléctrico a tu hermano? Esos diminutos choques que pudiste experimentar pasarán a ser fuertes descargas a medida en que vaya subiendo la escala en este control.
—¿Qué es lo que logra con todo esto? —Intenté forcejear, pero mi fuerza no se comparaba con un pedazo de metal—. ¿Qué pretende obtener?
—Pretendo controlar tu enfermedad. Verás... cuando era pequeño tenía un hermano menor que a sus dieciocho años mató a mis padres. Yo tenía cinco años más que él y me especialicé como psicólogo solo para poder ayudarlo y ¿qué crees que hizo después de todo lo que le he brindado? Intentó apuñalarme en medio de un abrazo.—Frotó su rostro con frustración antes de seguir hablando—. En cualquier momento tú podrías llegar a hacer lo mismo. Por lo cual necesitamos que pierdas los estribos para que aprendas a aceptar lo que tienes. Si consigues mí objetivo, podrás dominar a Él.
Quedé pasmado ante su patético intento de ayuda. Se suponía que tendría que lograr mejorar mi estado, no incitarlo a controlarme. Dejé de esforzarme por intentar comprender las ideas que navegaban por aquel cerebro corrompido.
Pobre idiota.
—Bien, Colin. Empecemos charlando un poco sobre tu vida, ¿sí? —Hizo una pausa para colocarse unos lentes con marco—. ¿Amas a tu familia?
—Sí —respondí secamente y al instante sentí una leve corriente eléctrica recorrer mi cuerpo.
—Siguiente pregunta. ¿Echas de menos a tu madre, Colin?
Cerré los ojos con fuerza para evitar llorar ante aquel recuerdo.
—No. —Intenté no sonar apagado—. Para nada.
—Definitivamente no esperaba aquella respuesta. Usualmente tienden a llorar por las noches, extrañando el amor maternal, ¿por qué tú no?
No respondí y como consecuencia, descargó otro poco de corriente. Tuve que cerrar fuertemente los ojos cuando sentí que estos querían saltar de sus órbitas. "Ya libérate, idiota", me reprochó Él. "Estas descargas podrían terminar por matarte".
—Recuerda respirar, estás morado. —Me distrajo la voz de Sigma—. Te aconsejo responder y no negarte a ello. Estas descargas podrían llegar a...
—Matarme. —Completé su frase y como castigo elevó el nivel de la electricidad a tal punto, que me mordí la lengua intentando callar un grito—. ¿Eso por qué fue?
—Por interrumpirme. Y no iba a matarte. Tú puedes recibir una descarga mayor a 250 voltios y aun así seguirías vivo, a diferencia de una persona normal. —Hizo una pausa y les indicó a los dos militares que dejaran sus armas fuera del cuarto y que reingresaran.
Ya estaba empezando a sentir las muñecas entumecidas y un tic se apoderó de mi ojo izquierdo. Los vellos de mis brazos parecían estar petrificados e incluso empecé a ver humo brotando de mis dedos. La tensión estaba subiendo a mi cabeza y las alucinaciones estaban volviendo. Estas fueron unos de los primeros síntomas, antes de que me diagnosticaran.
Quería pedir ayuda a gritos, pero cada vez que intentaba producir algún ruido, la garganta se me secaba, a tal punto que empezaba a arder como el diablo.
"Libérate, imbécil", me insultó Él. "Sigma te freirá los sesos si no te zafas de aquellas muñequeras metálicas".
Forcejeé, hasta que una gota de sangre cayó sobre el suelo blanco y acolchado.
—¡Tranquilízate! —chilló a través del cristal.
Lo ignoré y continué tirando para liberar mis muñecas. Sentí como la vena de mi cuello latía cada una milésima de segundos.
Mi furia se combinó con una gran y potente descarga eléctrica. Esta vez pude gritar a todo pulmón y comencé a ver cómo brotaban chispas de las muñequeras. No podía respirar y se debía al gran esfuerzo que hacía por no morir electrocutado y liberarme a la vez.
El agarre de la silla se abrió y así mismo caí de rodillas al suelo y contemplé mis muñecas chamuscadas, negras por la electricidad. Mi cuerpo se impulsó hacia delante y me levanté de un solo salto, sin poder controlar mis movimientos.