Abandoné el control de poderes, apenas sacaron el cuerpo de la chica del Campo de Entrenamiento. Sensible como nunca antes me encerré en el galpón y trabé la puerta para que nadie me molestara. El lugar estaba helado y solo hacía que el nudo en mi estómago se intensificara.
Ni siquiera pude permitirme un momento para meditar y para arrepentirme de mis malas decisiones, puesto a que un gran grupo de adolescentes golpeaban la puerta de metal queriendo ingresar.
Los insultos y gritos se escuchaban por todas partes. Suficiente ya tenía con el rechazo de los demás como para mecer también esto. Era injusto que todas esas emociones negativas recayeran en mí, pero ¿también recaerán en Sigma? A él de seguro no le importaba perder una vida a cambio de una lección.
He visto como todos obedecen y siguen sus órdenes, sabiendo que si no lo hacían terminarían sumándose al montón de gente sin vida. Ni siquiera debían plantearse la idea de quererlo hacer pagar por todo lo que les hizo desde un principio, porque se hacían una idea de cómo terminarían.
Caminé hacia la pantalla de control, seleccioné y calibré los mandos para poder encender los hologramas y acuchillar dos en particular. Este maldito laboratorio logró cambiarme, ¿cómo era posible sentirse mejor, simulando matar a alguien? Muy pronto terminaría perdiendo la cabeza.
Finalmente encontré a uno de ellos. Arthur Sigma fue el primer nombre en la lista ya que todos y cada uno de los empleados de este lugar estaban grabados dentro del sistema, al igual que el resto de los experimentos. Me la pasé abriendo viejos archivos de hacía unos años atrás, hasta que encontré el holograma restante. Seleccioné ambos y abrí el estuche de cuchillos que saqué de la armería.
Me paré sobre una línea de tiro imaginaria y respiré profundo. Al mirar su holograma, pude escuchar su voz diciéndome: "Cálmate y deja de apretar la mandíbula para no romperte un diente". Siempre que me veía enojada me lo recordaba y era imposible olvidarlo. Su voz era la misma...
Siempre fui consciente de que el enojo cegaba a las personas por completo, y los hacía cometer actos de los que más tarde, terminaban arrepintiéndose de por vida.
Siempre fui una persona que con mucha facilidad podía llegar a enojarse, pero reconocía lo que era un límite. Como también me he acostumbrado a centrar todo el enojo en unas pocas personas para no andar en guerra contra el mundo.
Mi primer movimiento fue sacar la daga de diamante y analizar mis dos objetivos. No tardé más de unos segundos en lanzársela al holograma de Patricia, mi madre. Debería sentirme avergonzada de haber escogido eliminar a ella antes que a Sigma, pero no. Una impotencia me invadió al ver como mi daga chocaba contra la pared de metal, dejando una abolladura en ella, para luego caer al suelo.
No me arrepentía de haber comenzado con ella. Mi madre fue la primera en meterse dentro de este gran problema que ahora terminaba por recaer en mí.
Levanté mi daga del suelo y corrí gritando hasta que el holograma de Sigma desapareció.
—Maldito —lo insulté como si él pudiera oírme.
Los golpes desde el otro lado se intensificaban. Estaba más que segura de que varios de ellos estaban dispuestos a atravesarme con un cuchillo o una lanza, pero de algún modo tendría que hacérselos ver. Explicarles quién era el enemigo y hacerles saber que me tenían de su lado.
"Siempre es bueno mostrar arrepentimiento delante de la gente", me dijo mi madre, meses antes de desaparecer. "Cada vez que tu padre cometía un error, yo misma le recordaba que se perdonara a sí mismo, para evitar conflictos internos... a pesar de que no todos tengan la facilidad de expresarlo".
Guardé nuevamente mi daga y me paré frente a la puerta, pensando en si estaba haciendo lo correcto o no. Una lágrima se arrastró por mi rostro y en el acto la limpié. Yo no lloraba, ya no más.
—¡Retrocedan y abriré! —intenté gritar con fuerza, para que pudieran oírme. Los golpes pararon.
Destrabé la cerradura y me alejé unos pocos centímetros. Una multitud entera me tenía rodeada, apuntándome con lanzas y ballestas cargadas.
—¡Las manos donde pueda verlas! —me ordenó un chico de cabello rojo y rizado. Era Lucas, el hermano de aquella pelirroja que Colin había matado.
Seguí sus órdenes, pero al mismo tiempo intenté retroceder.
—Tranquilos —se me ocurrió decir antes de darles una explicación—. No quiero lastimar a nadie, no lo he hecho y no lo pretendo hacer. De verdad me siento mal por no haber podido ayudar a Leila, créanme.
—Cállate —insistió él, apuntándome con su espada—. Desde que tú viniste, nos has supuesto una amenaza.
Se paró frente a mí, mirándome a los ojos. Parecía estar a punto de largarse a llorar. Se aproximó ágilmente y acertó a darme un fuerte golpe en el estómago. En el acto me bajó hasta el suelo luego de clavar la punta de su codo en mi nuca. Intenté levantarme, pero estampó su puño en mi rostro antes de que pudiera inhalar otra bocanada de aire. Me explayé en el suelo, sintiendo como todo daba vueltas a mi alrededor. Lucas me agarró por el pelo y me obligó a ponerme de pie como fuera. Alcancé a tomar su mano y se la doblé para que me soltara. Me separé unos pocos centímetros, manteniendo distancia ya preparada para usar mi daga en caso de que fuera necesario.
—Solo quiero aclarar la situación. Yo no he matado a nadie, ¿puedes comprender eso o no?
Lo vi alzar la cabeza y mirarme con sus furiosos ojos rosados. Por el momento parecía estar decidido a escuchar, pero no duraría. Me daba cuenta de que estaba sensible por la muerte de su hermana y ahora la de Leila. Podría resultar peligroso, para él, hacer algún movimiento en falso.
—Sigma es quien los está matando, con tal de enseñarles una lección. ¿No se han dado cuenta de que él nunca me ha lastimado? Siendo diferente al resto, quizá una anomalía según suelo oír, ¿no te parece extraño? Sigma quiere herirme al poner en mi contra al resto y ustedes cooperan en ello. Él tenía muy en claro que yo no tocaría una herida, ni siquiera aunque fuera mía.