Pasó una semana desde mi crisis con la pecera sangrienta. Ya me sentía un poco más estable y las cosas estaban empezando a fluir con cierta persona.
Nos levantaron antes de lo habitual. Exactamente, a las 6:30 de la mañana, sin una justificación específica. Me levanté entre gruñidos y busqué la ropa que habían dejado al borde de mi cama. Pude despabilarme, luego de restregar mis ojos con fuerza. De un momento a otro, mi litera empezó a temblar. De seguro Colin se había despertado.
—Quédate quieto, Colin. Me va estallar la cabeza si sigues moviéndote tan bruscamente.
Golpeé la madera para que se calmara. Bajó de un salto y me dedicó una sonrisa, enseñando sus alineados dientes. Estaba despeinado y sin su remera del pijama puesta, dejando al descubierto su delgado y apenas marcado cuerpo.
—¿Eres consciente de que tienes que dormir con una remera puesta? —le pregunté—. Podría traerte consecuencias.
—Lo único que falta es que nos obliguen a dormir vestidos. ¿Acaso te incomoda, Scarl? —se burló Colin, sentándose en mi cama.
Se acercó aún más y alzó las cejas, esperando mi respuesta. Negué con la cabeza, sabiendo que mis mejillas estaban coloradas.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos? —dijo, sonando melancólico—. Me hablaste sobre tu familia, a pesar de que fuera un completo extraño. Te confesaste como si fuésemos amigos de toda una vida.
Lo miré sin entender su punto. Sí, quizá me abrí un poco, pero solo porque el me hacía preguntas sin sentido y yo no tenía ganas de oírlo más.
—Hace unos días vengo pensando en que te nos sumes.
—¿Sumarme a qué?
—A mi familia. —Largó finalmente. Parecía haberlo contenido desde hacía rato, porque su pecho se desinfló como un globo luego de hablar—. Nos vendría bien una chica especial como tú. ¿Recuerdas aquella propuesta el primer día en que te conocí?
—Dijiste que querías adoptarme si salíamos con vida —Lo interrumpí, pensando en la incomodidad que sentí aquel día cuando me ofreció el trato—. También recuerdo la condición que propuse.
—¿Acaso no la cumplimos? Hemos sobrevivido, Scarl. Por lo tanto, estás oficialmente invitada. Sería interesante que los tres fuéramos familia.
—¿Los tres?
—¡Claro! Ares, tú y yo.
Estuve con Colin toda la mañana. Desayunamos juntos, mientras me contaba sobre cómo aprendió a usar el arco. Me sorprendí al saber que practicó arquería desde los ocho años y que hasta el momento no perdía su racha de puntería. Nos metimos por varios pasillos del laboratorio, queriendo buscar la enfermería, para que Colin fuera a hacerse un chequeo diario, según entendí. Sigma le enviaba recordatorios cada una hora. Mientras él era atendido, aproveché para volver al cuarto en busca de una chaqueta camuflada. El aire acondicionado estaba al máximo y mi nariz estaba helada.
Estaba por cruzar la Estación Central, justo cuando alguien me llamó por mi nombre. Volteé con pesadez, y dejé escapar un fuerte bufido. Sigma estaba apoyado contra el borde de la puerta de su oficina, observándome con sus cínicos ojos grises. Trató de sonreír, pero solo consiguió formar una línea chueca con sus labios resecos. Insistió en que pasara a conocer su oficina y que me sentara cómoda en cualquiera de los sillones de cuero negro. Simplemente me quedé cerca de la puerta, por si acaso. Sentí un escalofrío cuando apoyó una de sus manos pálidas sobre mi hombro. Estaban heladas y ásperas.
—¿Quieres algo de beber? —preguntó, pretendiendo sonar amable.
Destapó una botella de whisky y sirvió solo un vaso. Cuando quiso servir el otro, estiré mi mano y lo detuve, ayudándome con la telequinesis. Me estudió con precaución y en silencio, como usualmente le gustaba hacer antes de compartir su veredicto. Se acomodó en su silla de largo respaldo antes de volver a abrir la boca.
—Me sorprende tu progreso, Scarlett. No para bien, pero es sin duda excelente ver tu desempeño —admitió con frialdad.
—¿Discúlpeme? —Me crucé de brazos.
—Te disculpo —le dio un sorbo al trago y lo dejó sobre su escritorio—. Verás, no suelo tolerar la competencia. Me parece una falta de respeto que cualquiera en este laboratorio pretende superarme de algún modo u otro. Por lo cual, me cuesta reconocer que tú tienes muchas cosas que yo nunca podré adquirir.
«¿Cómo cordura y un poco de sentido común?», pensé, intentando mantener mi boca cerrada.
—Pero debes saber que la gente como tú me resulta una amenaza, y no me gusta sentirme amenazado.
Hizo una pausa para darle un cierre a su idea.
—Así que usted piensa amenazarme a mí —concluí en su lugar, entendiendo el directo cambio de roles que él buscaba.
—Veo que entiendes las reglas de mi juego. —Se emocionó.
—Para dejarle algo en claro —me atreví a decir, apoyándome sobre su escritorio—, no soy ninguna idiota, Sigma. Sé que su tratamiento psicológico de querer ahogarme con sangre no fue para mí beneficio. Usted solo intentaba hacerme caer. —Me acerqué más hacia su rostro—. Soy una muy buena jugadora y me entrego completamente a la hora de competir, siempre y cuando gane yo.
Me acomodé, dispuesta a irme, pero sabía que Sigma no se quedaría callado.
—Entonces me alistaré para una segunda partida —lo oí decir a mis espaldas—. No tienes idea de lo que se aproxima.
Cerré la puerta de aquella oficina, teniendo muy en claro el lío en el que me había metido. Estaba en la boca del lobo, muy próxima a quedarme atascada allí mismo. Quizá Sigma era quien establecía las reglas y el modo de juego, pero estaba en mi seguirlas o no.
(...)
La actividad de esta mañana me había agotado. Desde que empecé a correr la décima vuelta alrededor del Campo de Entrenamiento, no pude dejar de pensar en cuándo nos dejarían ir a almorzar. Finalmente ingresamos en la cafetería y me senté en una mesa con Sofi, Mila y Katherine. Esta última parecía disgustada por los líos que causó Luke esta mañana, antes de empezar a correr.