Si debía calcularlo, se podría decir que estuve más o menos tres horas grabando y editando el video que María me había sugerido grabar.
Después de todo, ella tenía razón. Este magnífico proyecto tenía que quedar grabado en algún dispositivo para que mi legado pudiera continuar.
Extraje el pendrive del puerto USB. Abrí el cajón blanco y lo guardé junto a las fichas médicas de los experimentos, al lado del dispositivo de almacenamiento de Patricia.
Cerré el cajón con llave y la guardé en el bolsillo de mi bata blanca.
Me senté nuevamente en mi gran escritorio. Acomodé mis pies y algo los tocó por debajo de la gran madera.
Me agaché para ver qué era esa cosa y me encontré con una caja metalizada. Extrañado, la levanté y la dejé sobre mi gran mesa.
¿Desde hacía cuánto que estaba allí? Yo no recordaba haberla guardado en un lugar tan inapropiado.
Abrí la tapa, buscando ojear lo que tenía guardó allí. Hacía tanto desde la última vez que la había abierto... si mal no recordaba, la última vez había sido cuando Patricia aún seguía con vida.
Agarré una de las fotos que estaban dentro. En una de ellas vi a Patricia cuando tan solo tenía 27 años. Estaba hermosa, con su cabello largo y una bata blanca que hacía lucir su figura más alargada. Ella siempre sonriéndole a la cámara.
En otra de las fotos estábamos ambos decorando y acomodando esta misma habitación, la Estación Central, que para ese entonces solo se conformaba por un sofá, una pequeña repisa trasera, mi escritorio y una silla con ruedas.
Otro recuerdo vino a mí al ver los primeros planos del Eyeprime, la máquina que cambiaba el color de los ojos. Recordaba haber estado en la sala de experimentación. Tenía días de no poder dormir, con un creciente estrés que no me soltaba ni un segundo. Ese fue el día en el que descubrí lo que se podía lograr con la gran máquina y que tan solo necesitaba dicho artefacto para hacer todo el trabajo, en vez de hacer una labor más "artesanal", se podría decir, o más bien, "manual".
En mi mente se proyectó el rostro enojado de Patricia, molesta porque, debido al estrés, no comía ni le cedía ni un minuto de mi tiempo a pasar el rato con ella.
La invención del Eyeprime no bastó para saciar mi búsqueda del conocimiento, siempre preguntándome cuál sería el siguiente gran avance de la ciencia.
Reviví una etapa muy fea de mi vida en donde había encontrado una adicción por el alcohol y una asombrosa fascinación por el resultado de mezclar esta sustancia con productos químicos. Por supuesto que en ese entonces no utilizaba ratas para experimentar, sino que me inyectaba por intravenosa los químicos y luego tomaba una botella de ron para ver la "magia".
Las únicas dos personas que alguna vez conocieron a aquél Arthur Joseph Sigma del pasado fueron Patricia y María.
Pero Patricia era la que peor lo pasaba. Ella me odió durante todo ese periodo. Me gritaba y lloraba cuando regresaba a nuestro cuarto casi inconsciente. Me amenazaba con que, si no paraba con esta locura, ella se iría y regresaría con su exesposo.
Por supuesto que cumplió con su promesa de irse y dejarme.
No bastó con encerrarla en la habitación puesto a que con su destreza logró escapar.
Frustrado y atormentado con todos aquellos recuerdos, decidí tomar una inteligente decisión para borrar las penas. Una técnica natural, nada de invenciones científicas.
Me levanté de un saltó y tiré la manija de mi mini bar. Seleccioné una botella de ron, una de vodka y un envase a medio tomar de gin.
Agarré siete vasitos de vidrio de mi alacena. Los deposité en una esquina de mi escritorio y de un manotazo tiré todos los libros y carpetas que me estorbaban al suelo. Me puse cómodo y ordené los vasitos en una línea perfecta. Llené dos de ellos con gin, dos con Ron y los tres restantes con vodka, mi favorito de los tres.
Agarré el primer shot y lo pasé como si fuera agua, sin ningún problema. Fui por el segundo y este ya generó un pequeño ardor en mi garganta, que increíble sensación. Ya en el séptimo estaba contento y lo suficientemente cuerdo como para pensar que necesitaba una segunda ronda. Los llené hasta rebalsar.
Subí los pies sobre el escritorio y luego de beber el primer vaso de la segunda vuelta, sonreí sabiendo que el contenido ahora corría por mi cuerpo. Observé el vasito vacío y me deprimí. Se suponía que debía estar lleno, pero ya no me quedaba gin como para hacerlo, así que fuertemente lo arrojé contra la pared y observé el momento en el que se hacía añicos. ¡Qué felicidad!
Para cuando escuché que tocaban mi puerta sólo quedaba un vasito de pie y mi ser estaba demasiado cansado y entorpecido por el alcohol como para abrir la puerta.
(Scarlett)
Me coloqué la remera rápidamente y me levanté para llegar junto con Ares, quien me esperaba tras la pared.
Desenvainé mi daga de diamante y avancé con sigilo el primer extremo del pasillo.
Ares intentó expresar, mediante señas, que el ruido provenía de detrás de una de las paredes doblando a la derecha.
Agarró mi brazo y me guió hacia la esquina y cuando finalmente llegamos allí, divisamos dos figuras en la oscuridad que parecían estar pegadas y en constante movimiento.
Como si hubiese sido telepático, ambos agarramos a una de las dos personas que estaban allí y colocamos nuestras dagas contra sus cuellos.
—¿Colin? —pregunté confundida al ver su rostro sonriente y deslumbrante de felicidad. Tenía todo el cabello alborotado y su remera estirada, lo cual me desconcertó.
—¿Despierta a esta hora, hermanita? —Alzó sus cejas para observarme con sorpresa fingida. Dirigió su mirada hacia su hermano y rodó los ojos como si fuese algo obvio—. Por supuesto que sí lo estás.
Lo dejé ir y este se tocó el cuello como si el filo le hubiese dejado alguna molestia.