(Dr. Sigma)
Desperté con la respiración agitada y me senté instantáneamente como un muerto en pleno proceso de cremación. Mi pulso estaba acelerado, mi cabeza daba mil y una vueltas y mi cara ardía producto de una leve fiebre que no se agravaría.
Al pestañear repetidas veces, logré enfocar y reconocí el lugar en el que estaba. Me habían dejado en una de las habitaciones del sector médico como a un paciente común y corriente.
Mi cuerpo descansaba sobre una camilla ortopédica. Me mantenían nutrido a base de un suero que ingresaba su líquido transparente a través de una intravenosa.
La puerta de la habitación se abrió de par en par y María se asomó con cautela. Al ver que estaba despierto, irrumpió en la habitación y cambió su gesto pacífico por un ceño fruncido y una mueca de amargura.
Ya iba a empezar con su reproche sobre el alcohol, las mezclas y bla, bla, bla...
—Tendría que agradecerle a Dios que aún sigue con vida —alegó furiosa—. Mezclar alcohol y químicos de esa forma podría haberle resultado letal o en el mejor de los casos podría haber caído en un coma de tres meses.
—Soy ateo. —Puse los ojos en blanco e intenté que su histeria no me sacara de quicio—. Después tendrás tiempo para agradecerle a tu Dios todo poderoso de mi increíble recuperación —dije con sarcasmo y reí ante la mirada de desaprobación de mi asistente.
—¿Qué esperaba conseguir con esas mezclas? —Manifestó su duda, con un tono de voz arisco y chillón.
—Solo quiero acabar con este insoportable problema que no hace más que estresarme —le resumí y le resté importancia con un ademán—. Si me disculpas, necesito ir a hacer una llamada.
Necesitaba buscar la forma de zafarme de esta pesada para poder realizar una llamada al Deltágono.
Aquella conexión iba a ser determinante en el papel que me tocaba jugar. Iba a ponerme en la delantera y tener el juego y la victoria asegurada en la palma de mi mano.
—¿Por qué no los deja en paz? ¿Por qué no puede aceptar que esos adolescentes son tan listos como usted y que solo causarán caos si se confrontan? Esto le está afectando Sigma y se está saliendo de control. Está actuando como un psicópata...
—¡Ya basta! —Le di una cachetada, cortando su reproche innecesario.
María retrocedió ante el impacto y me miró horrorizada. Nunca antes le había levantado la mano, pero de verdad hacía falta para cerrarle la boca de una vez por todas.
Agarré la manguera que me brindaba el suero y la arranqué de mi muñeca, para poder recuperar la movilidad. Me levanté de la camilla descalzo, aún con la bata de hospital puesta y caminé en su dirección con la mandíbula tensa.
Ella intentó retroceder, pero su espalda chocó contra la pared.
La tomé de la barbilla con mucha fuerza y apreté su cabeza contra la pared. Ella chilló e intentó librarse, pero no se lo permití.
—Si vuelves a hacerme alguna escenita de madre sobreprotectora, te arrancaré la cabeza María —la amenacé entre dientes
Ella no lloraba, simplemente me dedicaba miradas de odio, que poco a poco se iban quedando sin fuerza.
No necesitaba matarla. Solo asustarla y hacerle entender que ningún hombre, y mucho menos una mujer, podría decirme que hacer y que no hacer.
La solté con brusquedad y ella necesitó agarrarse contra la pared para no perder el equilibrio. Comenzó a toser, pero nada me importó.
Tomé la llave que estaba en la cerradura del lado de adentro y la coloqué del lado de afuera.
—Ahora, te quedarás aquí. Ya estás advertida. —Le dirigí una última mirada antes de cerrar la puerta y dejarla allí encerrada.
Abrí la puerta de mi oficina provocando un fuerte estruendo al entrar.
Mis ventanas vibraron por el fuerte impacto, pero nada de eso importaba.
Me acerqué hacia el mini bar en busca de algo que pudiera dejarme un gustito en la boca, pero lo único que encontré al abrir la puerta fueron botellas de agua con gas.
—¡Esa hija de perra las escondió! —grité totalmente cabreado.
Respira... uno... dos...—Tres... —pronuncié para mí mismo, algo más calmado.
Extraje un radio negro del primer cajón y me costó unos minutos conseguir la frecuencia que me conectaba con el Deltágono.
Necesitaba realizar una llamada urgente para poder avanzar con el plan de recuperación.
Ya daba por sentado que Mayer y su grupo habían llegado al Deltágono, puesto que mi informante me lo confirmó. Ya no tenía sentido ir a buscarlos, por lo cual, se me ocurrió dejarlos seguir con su pequeño plan y hacer que ellos vengan a mí sin siquiera mover un dedo.
—¿Hola, se escucha? —pregunté a través de mi radio negro cuando la respiración de alguien más se manifestó por el parlante.
—Se escucha a la perfección —contestaron por el otro lado de la línea—. ¿Sigma, es usted?
—El mismo. ¿Estás con Scarlett? Porque te tengo un pequeño trabajo y dependo de ti para que salga a la perfección.
—Ella ya se alejó. ¿En qué consiste tu trabajo? No pienso asesinar a nadie esta vez.
—¡Nada de ello! —exclamé—. Solo necesito que guíes a Mayer y a todos sus amigos hasta un determinado punto en el bosque, luego te enviaré las coordenadas exactas.Tú les dirás que el plan consiste en atacar el laboratorio esta misma noche. Nosotros los estaremos esperando ocultos a mitad de bosque. No lo verán venir. Mienteles y convéncelos de algún modo u otro. Estoy seguro de que te las arreglarás.
—Quieres matar a Mayer, ¿verdad? Porque si es así no te ayudaré. No seré cómplice de algún asesinato más —se negó—. A las fallas no les va bien cuando un Sigma está cerca.
—No le tocaré ni un pelo. Solo quiero ayudarla. He descubierto una nueva fórmula para devolver sus ojos a la normalidad —mentí—. Pero sí quiero que me entregues a sus amigos, ellos deben ser castigados por escapar de una de las instalaciones Sigma.