No soy una falla

Capítulo 33

Caleb nos llevó hacia el cuarto de armas para poder hacer un recuento y ver si disponíamos de la cantidad suficiente como para que cada uno recibiera un equipo adecuado.

Mis pupilas se dilataron al máximo al ver el interior del cuarto cuando las puertas metálicas se abrieron.

Si el cuarto del laboratorio era de por sí bastante grande, este lo triplicaba en tamaño.

Las paredes estaban llenas de estantes a los costados con una infinidad impresionante de cuchillos.

Había unos diez maniquíes exhibiendo chalecos antibalas, protecciones para arquería como guantes y pecheras, otros exhibían extras como muñequeras, rodilleras y tenían las piernas cubiertas con porta cuchillos con correas.

En el techo, que parecía tener varias capas que se iban achicando a medida en la que subía, había espadas de todo tipo y forma que buscaras, desde sables y catanas hasta espadas tradicionales de acero como las que usaban los romanos para el combate.

Guardados en un armario había bolsas de tela, mejor dicho kits en donde ya venía preparado un chaleco, cinco dagas, una ballesta plegable y diez flechas cortas en caso de que se precisara de una defensa rápida y sin previo aviso.

Me adentré aún más en el cuarto y luego de pasar una cortina de cadenas, las cuales también podían ser usadas para pelear, me topé con una bellísima colección en vitrina de ciento cincuenta dagas hechas puramente en oro.

Mi corazón comenzó a palpitar velozmente ante la fascinación que tenía por aquella belleza.

¡Había una variadísima diversidad de formas y tamaños!

Desde aquellas con mangos cortos para acuchillar hasta otras de hoja curva para combate mano a mano, e incluso las de hoja chata y con filo de los dos lados para hacer lanzamiento.

—Esto es un paraíso letal. —Señalé viendo mi reflejo en la vitrina—. ¿Acaso se pueden usar o son solo de adorno?

—No las podíamos tocar hasta el día de hoy. —Sonrió Caleb. Extrajo una pequeña llave de su bolsillo y deslizó uno de los vidrios para quedar frente a frente con las dagas—. Escoge la que más te guste —insistió y se apartó para dejarme elegir—. Tú también, Ares.

Ambos nos adelantamos a inspeccionar cada cuchillo. La fascinación en mí era enorme, pero en Ares, ni siquiera necesitaba mis ojos verdes para notarlo.

Estaba pasmado, sin poder creer lo que tenía enfrente.

Agarraba una, la analizaba, compraba el filo y el calibre y luego la dejaba sobre el muestrario de terciopelo rojo si no le convencía.

—Con todo esto puedes alimentar un país entero. —Silbó Luke, con asombro al ingresar en el cuarto y ver la vitrina—. ¿En verdad es oro puro?

—Tan puro como mi corazón —bromeó Caleb e insistió en que el rubio eligiera una daga, si así lo deseaba.

Finalmente me decidí por una daga plana con forma de hoja y un mango corto para lanzamiento. Era hermosa y menos pesada que el resto.

Me separé del grupo para seguir indagando en cada rincón del lugar. Me topé con una bóveda en donde guardaban pura y exclusivamente arcos y flechas ubicados en estanterías que estaban fuera de mi alcance.

—¿Quieres alcanzarme aquel arco negro? —preguntó una voz a mis espaldas. Al voltearme me topé con Colin quien evitaba mirarme a los ojos.

—Claro, Colin —respondí secamente ante su actitud.

Localicé el arco, pero estaba demasiado alto como para que él lo alcanzara y demasiado alto como para que yo también lo hiciera. ¿Acaso pretendía que me subiera sobre algún banco o que me trepara por los estantes?

Para mi fortuna, rápidamente pensé en una idea y con ayuda de mis ojos amarillos levité el objeto en el aire, pero al querer traerlo hacia mí, golpeé un carcaj lleno de flechas y este cayó sobre mí.

Cerré los ojos y extendí mi otra mano, rogando que mis poderes tuvieran efecto, pero fueron los ojos amarillos de Colin quienes me salvaron de quedar perforada por varios pedazos de metal.

—¿Sabes?, no pensé en usar mis poderes para alcanzarlo —comentó a medida en la que regresaba las flechas al lugar en el que pertenecían—. De todos modos, gracias, hermanita. —Me sonrió con falsedad y se acercó hacia mí para agarrar el arco—. Sé que escuchaste mi conversación con Ares. Me quedé detrás de la puerta escuchando todo, lo que hablaron sobre mí, lo que hablaron sobre su relación... todo, incluyendo tus gemidos... —siseó en mi oreja causándome escalofríos.

—Eres un asco. —Lo aparté de inmediato e insistí en salir de la cabina, pero me acorraló contra la pared con poco tacto.

—No soy un asco. Un asco es que tú te hayas tirado a mi hermano. Yo tendría que haber sido la persona que te diera placer, no él.

Su mirada era la de un maniático: persistente y desquiciada. Algo no andaba bien y no estaba mentalmente preparada para afrontar su locura. Y yo que, por un momento, pensé que ya se iba a dar por vencido.

Lo vi sensible y vulnerable la otra noche... ¿Cómo fue posible que cambiara tan repentinamente?

—Quítate, Colin. —dije evitando que mi voz temblara. Coloqué mis manos en su pecho e hice un esfuerzo por quitarlo. Me metí por debajo de su brazo justo cuando su mano me agarró por el codo.

—No, Scarlett. Tú debiste haberme pertenecido. —Agrandó sus ojos para observarme—. Quizás estés un poco confundido ahora, pero prometo que te ayudaré a que entiendas que yo te convengo.

Levanté la mirada para confrontarlo y de no poder, utilizaría mis ojos rosas para persuadirlo y alejarlo.

Pero al ejercer contacto visual, sentí que sus ojos no eran los mismos.

—Este no eres tú, Colin. —Lo empujé una vez más, pero me sujetó con la fuerza.

Me zafé de su agarre y salí del cuarto, estaba por cerrar la puerta, pero él las detuvo.

Sonrió e insistió en acercarse a mí, pero lo empujé contra la pared y desenvainé mi daga de diamante.

Aun así, teniendo el filo sobre la yugular, Colin no parecía tener conciencia de lo que implicaba un mal movimiento por su parte.



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En el texto hay: accion, amor, lgbt+

Editado: 18.03.2023

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