Después de comer, Melissa fue a mirarse si la herida de la cabeza ya la tenía mejor y como así fuera, se quitó la venda y fue a casa de Hannah, pues habían quedado que los chicos las recogerían allí.
—Mi madre ha hecho una tarta buenísima— explicó Hannah yendo a la cocina— ¿quieres probarla?— Melissa asintió sonriendo, aunque sabía que si le decía que no, se la haría probar igual, porque se la veía muy ilusionada.
— ¿Tus padres, no están?
— No, se han ido de visita a unos familiares.— contestó ella mientras sacaba la tarta de la nevera. Le partió un pedazo mientras explicaba— es un postre que me dijo una de las chicas que vino a la fiesta de Jonathan.
Se sentaron en los taburetes de la cocina. Mientras Melissa lo probaba, Hannah hojeó una revista que había por ahí. Cuando fueron para el comedor, Hannah se puso las manos a la cabeza.
— ¡Los peces! ¡tengo que comprarles comida! anda, vamos al pueblo en un momento, los chicos todavía tardarán un rato. Entonces apareció Jonathan.
— ¿Vais a algún sitio?— cuando se lo explicaron, él se ofreció para ir mientras ellas se arreglaban, pero Hannah negó rápidamente.
— ¿Por qué no? es una buena idea.
— No es una buena idea, Jonathan sabe muy bien que es alérgico a los animales.
— ¿A si? ¿no te gustan?
— No... la verdad es que es al revés, yo no les gusto a ellos.— Melissa se quedó extrañada y fue a preguntarle que es lo que quería decir, pero Hannah la estiró de una manga y le dijo que tendrían que darse prisa.
Como Jonathan insistió en venir, se fueron los tres para allí.
En el interior de la tienda de animales solamente habían tres personas, una madre joven con su hijo de cuatro años, una chica a la cual ya despachaban y un señor con un perro negro de aspecto fiero con un bozal. El perro nada más verlos, los miró con cara de pocos amigos y comenzó a gruñir.
Se esperaron un rato mirando las cosas que había por allí.
—Mira que pájaros tan...— fue a decir Melissa, cuando notó un agudo pitido que taladraba su cerebro y se tapó los oídos con un gemido de dolor.
En aquel mismo momento, la mujer del niño miraba distendidamente unos libros de animales, cuando su pequeño le tiró de la falda diciéndole preocupado:
—Mami, este silbato no funciona.—y volvió a soplar con todas sus fuerzas. Todos los animales se revolvieron nerviosos en sus jaulas, los pájaros emitieron sus más estridentes chillidos, excitados. El perro se levantó a dos patas y estiró de la correa hacia un también asustado Jonathan.
Hannah no entendía qué estaba pasando, tanta agitación no la podía haber causado su hermano...
Melissa, con las manos todavía tapando sus doloridos oídos, miró por toda la tienda, tratando de descubrir la causa de aquel molesto y repentino pitido.
Hannah se encogió de hombros y continuó mirando las cosas de los estantes abarrotados.
— Hannah...— murmuró Melissa, notando como la cabeza iba a estallarle, pero su amiga la miró tranquilamente:
— Sí, ¿Qué pasa?— se dio cuenta que no parecía oír nada y negó:
— No...no es nada...— entonces fijo su vista en Jonathan, el cual también se había tapado los oídos y los dos intercambiaron miradas de desconcierto. Por fin terminó aquel ruido y los animales se fueron calmando, el dependiente salió del mostrador y fue donde estaba el niño, Éste parecía un poco asustado al ver que tanto él como su madre lo miraban enfadados y preguntó:
— ¿Por qué todos los animales se han puesto así?
— Porque has tocado ese silbato de entrenamiento.
— ¡Pero si no va, esta roto!
— Sí que va, lo que pasa es que este es especial para disciplinar a perros y gatos, solamente pueden oírlo ellos y los demás animales que capten ondas de alta frecuencia de 70 hasta 100 kHz —El niño pareció comprender y dejó el silbato en su sitio, un aparato de madera con un solo agujero. El hombre del perro se fue después de pagar de muy malos modos y les tocó el turno a ellas.
Cuando salieron, ninguno comentó nada sobre aquello. Una vez en casa, Jonathan preguntó adonde iban a ir.
— Vamos al hiper, ¿quieres venir?— le dijo Melissa, pues le daba un poco de lástima aquel retraído muchacho que no tenía amigos.
— No se... ¿quienes vais?
— Con Toni y Philip, vinieron a tu fiesta de cumpleaños, bueno, Philip no vino, pero seguro que ya lo has visto alguna que otra vez.
— No... me quedaré en casa tocando el piano.
Melissa comprendió que se sentía fuera de lugar al ir ellas con dos chicos, por eso le dijo:
— No tienes que preocuparte por ellos, solamente son amigos nuestros, no pasa nada porque vengas.— Jonathan esbozó— una sonrisa:
— Esta bien, vendré.
Mientras las chicas se arreglaban en el lavabo picaron al timbre y Jonathan fue a abrir.
— Hola Jonathan, ¿están listas las princesas?
— Sí, pasad.
Se sentaron las chicas junto con Jonathan en los asientos traseros y a medio camino Toni preguntó:
— Dentro de poco va a ser la semana de vacaciones de primavera ¿dónde tenéis planeado ir? Tenemos tres días sin insti.
— Había pensado ir a algún camping de por aquí cerca, podríamos pasárnoslo bien y así relajarnos después de estos días tan malos. Haber... un momento.— Philip buscó en la guantera y sacó una guía de campings, al poco se giró hacia ellas— el “Delfín blanco”, está bien y no es demasiado caro.
— Es que... nuestros padres, después de lo que pasó con Billy, no quieren que vayamos lejos con el coche.— dijo Hannah.
— Um... tendremos que pensar otra cosa, un sitio que sea cerca de aquí.
— Podéis ir de acampada— propuso Jonathan, ante la sorpresa de las chicas, animado por la conversación— nosotros tenemos una tienda en la que caben cinco personas— Hannah no podía creérselo, ¿aquel era su tímido hermano?
— ¡Perfecto! Podríamos ir al bosque que estᇠdetrás de vuestras casas!— dijo Toni, con tal entusiasmo, que por poco no se le va el coche.