No Soy Yo

Treinta y seis

Hanna, ¿podrías devolverme la llave que te llevaste? —ésta la observó con ojos de sueño sin acabar de despertarse del todo. Aquella mañana a primerísima hora se había encontrado con una despejada Melissa esperándola en el arco de entrada para pedirle nose qué.

—Mmm, ¿de qué llave hablas? ¿quieres pasar y tomamos un café? Ayer salí con John hasta tarde y no...

—La del collar, te dejé la llave de la cajita donde estaba para que me la guardaras, pero ahora necesito que me la devuelvas.

—Ah sí... pero espera... yo ya no la tengo...— ésta abrió de par en par los ojos: —¿cómo? — la tiré en el estanque del parque, creí que ya no querrías abrirla más.

—¡Pero qué estás diciendo!—dijo echa una furia—¡no tenías derecho a hacer eso, la llave era mía!

—¡Jope, no te pongas así! Lo hice por tu bien, ese collar te estaba volviendo tarada.

Melissa dio media vuelta para marcharse.

—¡Pues voy a buscarla con la bici antes de que alguien la encuentre!

Hanna le gritó algo desde lejos, pero solamente pudo oír:

—¡¡¡... busca en donde los patos...!!

Una vez allí pudo darse cuenta lo extenso que era y ya lo dio por perdido; la orilla no era muy profunda, pero las plantas acuáticas y el agua turbia hacían casi imposible la búsqueda.

Un poco más allá, rodeados por una cerca de malla metálica había la caseta de los patos. Al instante recordó las palabras de su amiga y sin ningún reparo, (estaba cerrada por un candado, ya que el personal del parque solía alimentarlos y limpiarles las heces una vez al día) y como a esa hora todavía no había mucha gente paseando, pasó la cerca no sin dificultad. Los patos se alejaron graznando hacia distintas direcciones, seguidos de cerca por sus polluelos y Melissa pudo acceder a la caseta, que era sencilla, de piedra blanca. En su interior vio multitud de plumas y algunas heces mezcladas con la paja. También vio los nidos con algunos huevos y estuvo rebuscando por ahí sin ningún resultado, maldijo a Hanna por haberle hecho pasar por esto y salió de nuevo al exterior.

De repente, un rayo perdido de aquel sol mortecino de primera hora de la mañana dio contra el agua del bebedero y pudo distinguir que algo brillaba en el fondo. Por fin metió la mano y agarró la pequeña llave. Miró a ambos lados por si alguien la había visto. No, menos mal porque la hubieran tomado por una loca.

Dirigió la mirada donde tenía la bici amarrada por si todavía seguía allí y más tranquila se dirigió a la terraza de un bar para desayunar.

Mientras tomaba su cafecito con leche acompañado por dos tostadas y un buen vaso de zumo de naranja bajo un sol de finales de agosto, viendo a los pocos que salían a hacer footing o a pasear a sus perros, mientras oía la ligera melodía de un músico ambulante, sintió que su alma rota se recuperaba por momentos y hasta se sintió feliz.

— “Y pensar que ahora ya no estaría aquí... no podría vivir este instante de paz. Si Toni no hubiera venido a salvarme...— no quiso imaginarlo siquiera, pero aquel terrible y auténtico pensamiento cruzó su mente como un relámpago—... si él no hubiera estado allí, ahora podría estar muerta.”

Esa sola idea la sobrecogió, era demasiado real y doloroso, así que cuando terminó, cogió su bici y regresó a casa. Una vez en su cuarto, abrió la cajita que contenía aquel valioso tesoro y lo mantuvo en el aire contemplándolo a través de la luz del sol que se filtraba a través de él, resaltando su magia.

—Uf, por poco he estado a punto de perderte— entonces una idea le surgió de repente; era una pieza única, pero todavía no se la había probado.

Así que, plantándose frente al espejo de cuerpo entero que había tras la puerta de su armario ropero, se colocó el collar alrededor del cuello. Lástima que el cierre estuviera roto.

La piedra que antes había permanecido opaca emitió un leve destello y su brillo la envolvió haciéndola sentir poderosa. El cierre pareció ajustarse mágicamente en torno a su cuello y Melissa soltó sus manos de él. No pudo apartar la mirada de su imagen, y se la imaginó vestida con otras ropas, unas muy elegantes.

¿Quién era la joven que la miraba sonriente desde el otro lado?¿era ella de verdad?¿era Melissa Scott? De pronto notó que el temor la invadía; no, no era ella, algo no concordaba con la realidad. Quizás era su mirada, ahora un poco arrogante... sus iris que en vez de color castaño ahora parecían sutilmente un poco más claros…

Así que, no pudiendo soportar por más tiempo aquella mirada que no reconocía como propia, cerró con fuerza la puerta de su armario y se asomó a la ventana. Sentía una extraña inquietud, como si esperara que de repente pasara algo. Pero todo volvía a ser igual, oyó como los miembros de su familia se iban levantando para reanudar la jornada. Primero su padre, el cual, despidiéndose de su mujer con un beso en la puerta y cargado con su maletín, se alejó hacia su trabajo en su coche, acompañado por el hijo mayor, Gary, que tenía la moto estropeada y se iba a marchar con él.

Oyó como Carol y Michael bajaban corriendo las escaleras y ella también optó por hacer lo mismo.

Carol ayudó a la madre a preparar la mesa, pero Melissa negó diciendo que se había levantado pronto porque le apetecía caminar y que ya había desayunado. Hacía tiempo que nadie rendía cuentas a lo que ella hacía o decía, más bien la ignoraban y en cierto modo lo prefería así. Sin embargo, Michael se percató de aquel collar que todavía llevaba puesto:

—¡Mirad a Melly!¡lleva un collar de princesa! —su madre lo observó más detenidamente:

—Es bonito, pero no te habrá costado muy caro ¿no? Parece bueno...

—¡Que va! Es bisutería, lo que pasa es que está muy bien hecho, lo compré en el mercado de artesanía que hay en el pueblo. Carol comentó despectivamente:

—Pues no te pega con lo que llevas puesto. —ella se encogió de hombros:




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