No Soy Yo

Treinta y siete

En un remoto lugar, un planeta llamado Antarea, dos niños hijos de reyes estaban destinados a casarse; sus nombres: Kutler y Dagga.

Sus habitantes tenían enemigos, los guerreros Suñiga, una raza ancestral que desde tiempos inmemoriales había deseado apoderarse de ese planeta para apropiarse de sus recursos, ya que habitaban un mundo semi desértico.

Por ese motivo, mientras el ejercito real luchaba en el exterior de palacio, un reducido grupo de Suñigas, en plena ceremonia donde iban a declararse los esponsales, secuestraron al niño, casi un bebé y se lo llevaron en su nave hasta el primer planeta más o menos civilizado que hallaron, para que los dos jóvenes príncipes jamás llegaran a encontrarse, ya que se decía que ambos cuando fuesen adultos, podían desatar unos poderes devastadores que acabarían con ellos.

Dicho hallazgo fue algo inusual, ya que era el único mundo que quedaba con vida en todo ese sistema solar, un sistema elíptico formado por un único astro. Una vez allí, aprovechando las sombras que les daba la noche y bajo previa información dada por un espía, de la morfología de lo que era la raza predominante, decidieron dejarlo allí, ya que pasaría desapercibido.

Pasaron años de dura guerra entre los dos planetas y la niña Dagga creció sin problemas bajo la protección de todos en palacio. Su propia familia fue víctima mortal de un acto de terrorismo en su fortaleza y los reyes del reino vecino y padres del bebé desaparecido, decidieron adoptarla como propia, ya que solamente sobrevivió su madre, a la cual cogieron como rehen en una de sus naves.

Nadie sabía el paradero del joven príncipe, pero cogieron un prisionero y éste les confesó bajo amenazas, que éste vivía en un lejano y joven planeta de color azul, donde sus gentes eran físicamente iguales a ellos.

Los padres del niño fueron hasta allí con una de las naves reales y tras una larga búsqueda, ya que dicho planeta era bastante grande, pudieron localizarlo. Crecía sin problemas, atendido por manos expertas y decidieron dejarlo allí hasta que terminase la guerra.

Pasaron muchos años y Dagga vivía continuamente acechada por aquellos salvajes. Los monarcas estaban tan angustiados que decidieron llevarla a ella también a la Tierra, cerca de donde crecía su futuro rey.

Pasaron por un lugar frondoso y a punto de aterrizar, le dieron un golpe a uno de sus habitantes que vagaba por ahí perdido.

Al bajar para comprobar cómo se encontraba dicho espécimen, el cual había perdido el conocimiento, descubrieron que éste tenía un parecido asombroso con su princesa, quizás de una edad menor y el color de ojos era ligeramente distinto. Así que, la subieron a la nave.

Con el fin de proteger a la princesa, le insertaron la mente de aquella joven humana y a ésta la mantuvieron en estado de suspensión en el interior de una de las naves.

A Dagga la dejaron en aquel lugar, con la esperanza que pudiera encontrar a su prometido.

Melissa escuchó el relato con ojos expectantes. Aquella historia le resultaba terriblemente familiar. Miró al hombre que había hablado, padre del supuesto Kutler y negó; no quería darse cuenta que aquellos hechos le incumbían a ella. Jonathan se lo confirmó:

—Tu eres mi Dagga, futura monarca de Antarea.

Ella parpadeó bastante confusa, no sabía que creer, pero entonces recordó aquella excursión al bosque con sus compañeros. Se había sentido extraña todo el día, con una espesa bruma que cubría aquellos recuerdos.

—Pero... si yo soy esa tal Dagga... ¿cómo es que me siento como Melissa Scott? Tengo una familia aquí en EEUU, unos amigos que me conocen desde niña...

Por supuesto, todos estos recuerdos le pertenecen a la verdadera Melissa, metidos en tu mente, pero no es real. Has de saber cuanto antes que tienes otra vida en Antarea y muy pronto volverás a ser la que eras.—el hombre de barba blanca trataba de tranquilizarla, pero solamente consiguió que se sintiera peor. Melissa se abrazó los hombros bajando la mirada, sintiendo que todos a su alrededor la estaban analizando. Al fin miró a Jonathan, tratando de hallar algún apoyo.

—¡No! — se puso en pié— ¡no es verdad! Toda mi vida se siente demasiado real para que sea solamente producto de una manipulación mental. Por favor Jonathan... no puedes creer esto... tienes unos padres que te aman con locura y una hermana que es Hanna, y yo soy tu amiga...

—Es normal que estés confundida, se que tengo unos padres maravillosos y una hermana aquí en la tierra, los voy a querer siempre, por haber cuidado de mí cuando era un bebé y en mi adolescencia... necesitaba protección y ellos me la ofrecieron, pero ya no soy el mismo de antes. Toda mi vida me he sentido excluido de la sociedad, he sido diferente y no sabía el porque. Ahora lo sé, mi familia biológica me acepta tal y como soy, tengo una patria que gobernar y necesito que estés conmigo Dagga.— Ella sacudió la cabeza, poniendo ambas manos delante para evitar que aquel chico la abrazara:

—¡No me llames así! ¡quiero volver a casa! ¡dejadme regresar a mi vida, por favor!

Finalmente, al verla tan alterada, el padre de Jonathan le puso una mano en el hombro:

—Tranquilízate, comprendo perfectamente que estés confundida, en realidad no tenía que haber sucedido así, pero en aquella situación nos vimos obligados a tomar medidas desesperadas, sin saber que esto te causaría tantas molestias. Sabemos perfectamente lo mal que lo has pasado, tratando de recuperarte a ti misma. Haremos una cosa, dejaremos que te marches y que reflexiones cuánto te hemos explicado aquí. Nosotros esperaremos y mañana regresa con las ideas claras. Ya lo verás, volverás a ser nuestra futura reina.

—¡Pero es que yo no quiero!¡quiero ser yo misma! —Jonathan le puso ambas manos en los hombros:

—¿De verdad no quieres ser feliz? Sabes perfectamente que tu lugar no esta allí afuera, sino con nosotros. Me dijiste un día que querías encontrarte a ti misma y que deseabas que todas las cosas extrañas que te estaban sucediendo volvieran a la normalidad. Pues bien, aquí está tu oportunidad, hazlo por el bien de Melissa. Entonces su cerebro hizo un clic de repente; si ella era Dagga... ¿dónde estaba la verdadera Melissa?— el padre de Jonathan pareció leerle el pensamiento, porque le dijo tristemente:




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