Amelia
No sé qué esperaba exactamente al salir de casa esa tarde. Quizás un pequeño evento en alguna galería escondida entre las callejuelas de Chamberí, con vino blanco barato servido en copas de cristal no tan fino y canapés pretenciosos que intentaban ser más de lo que eran. Algo tranquilo, elegante pero manejable, como los eventos a los que Alessandra me había arrastrado antes. No me imaginaba, ni por asomo, terminar frente a un helicóptero en medio de un descampado, con los tacones hundiéndose en la gravilla y el viento revolviéndome el flequillo como si supiera que estaba completamente fuera de lugar. Alessandra, por supuesto, jamás hacía nada a medias.
Bajé del coche con torpeza, el vestido verde oscuro de seda que ella había elegido para mí acariciando mis tobillos como un susurro. La brisa fresca de la tarde levantaba los mechones de cabello que Francisc había planchado con tanto cuidado la tarde anterior, y me abracé a mí misma, sintiendo el frío colándose por los cortes sutiles de la tela. A lo lejos, el sol comenzaba a esconderse tras unos edificios dispersos, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados que parecían sacados de un cuadro. Miré a mi alrededor: campo abierto, garajes oxidados alineados como reliquias olvidadas, un cielo enorme que parecía tragarse todo lo demás. Y allí, en medio de un aparcamiento improvisado, estaba el helicóptero: negro brillante, con detalles dorados que capturaban los últimos rayos del sol, una bestia moderna rugiendo suavemente, como si estuviera esperando mi llegada.
¿Era esto una broma?
Saqué mi móvil del bolso, convencida de que me había equivocado de dirección. Revisé la tarjeta que Alessandra me había dado, la dirección escrita en letras doradas, y luego miré el GPS. Todo coincidía, pero nada tenía sentido. Justo entonces, una voz me paralizó, cálida y ligeramente divertida, como si su dueño estuviera disfrutando de mi confusión.
—¿Esperas a alguien o simplemente admiras mi helicóptero como si fuera una obra de arte moderna?
Me giré con brusquedad, el vestido ondeando ligeramente con el movimiento. Allí estaba Lucio, acercándose desde la izquierda con un paso elegante, como si el descampado fuera una pasarela y él estuviera acostumbrado a caminar sobre gravilla sin esfuerzo. Llevaba un ramo enorme de rosas blancas en los brazos, sus pétalos brillando bajo la luz del atardecer. Su sonrisa, esa sonrisa que siempre parecía al borde de un cumplido, iluminaba su rostro. La chaqueta de lino claro que llevaba flotaba con la brisa, como en un anuncio de perfume caro, y su cabello oscuro estaba ligeramente despeinado, dándole un aire relajado pero calculado, como si supiera exactamente cómo verse sin intentarlo demasiado.
—¿Lucio? —fue lo único que logré decir, mi voz atrapada entre la sorpresa y un nerviosismo que no pude disimular. Mi corazón dio un pequeño salto, como si acabara de darse cuenta de que estaba frente al hombre que había enviado cien rosas y una nota que aún resonaba en mi cabeza.
—Amelia —respondió con suavidad, deteniéndose a unos pasos de mí, sus ojos color miel recorriéndome con una calidez que me hizo sentir expuesta y cuidada al mismo tiempo—. Estás preciosa. Y no, no acepto que lo pongas en duda. Ni un segundo.
Me sonrojé, claro. Como una idiota. El calor subió por mis mejillas, y traté de buscar una respuesta ingeniosa, algo que no me hiciera parecer una adolescente torpe, pero mi lengua se trabó. Mi móvil vibró en mi mano, salvándome de mi propio silencio. Era un mensaje de Alessandra, breve y directo, como siempre:
"Necesitas un descanso en buena compañía. Lucio es buena compañía. Fluye. Hoy es tu día de descanso."
Genial. Mi jefa, la reina de las maniobras orquestadas, me acababa de entregar oficialmente al chef encantador en medio de un campo, con un helicóptero como telón de fondo. Muy profesional todo. Sentí una mezcla de exasperación y diversión, porque solo Alessandra podía convertir una salida laboral en una cita sorpresa sin previo aviso.
—No entiendo nada —dije, abrazándome el bolso al pecho como si fuera un escudo—. Pensé que venía a una galería… ¿una exposición de arte? ¿No era eso?
—Y lo harás —respondió Lucio, su sonrisa ensanchándose mientras se acercaba un paso más, el ramo aún en sus manos—. Pero antes, cena. Sorpresa. A solas. —Alzó el ramo, ofreciéndomelo con un gesto que era a la vez galante y desenfadado—. Son para ti. No hay espinas, lo he comprobado personalmente. Estoy intentando impresionarte, ¿sabes?
Lo miré con recelo, mis dedos rozando el papel seda que envolvía las rosas mientras las aceptaba. Su voz era cálida, sincera, sin un ápice de arrogancia. No había sarcasmo, ni presión, solo… Lucio. El Lucio que me había ayudado con mi tacón atorado en el suelo del Giardino di Notte, el que me había llamado bella sin sonar ridículo, el que ahora me miraba como si de verdad creyera que yo, con mi vestido alquilado y mi eterno miedo al juicio ajeno, era alguien digna de flores blancas.
—No tienes que impresionarme —murmuré, sosteniendo el ramo con cuidado, el aroma suave de las rosas llenándome los sentidos—. Yo… no soy tan complicada.
—¿No? —respondió, ladeando la cabeza, su sonrisa volviéndose casi juguetona—. Pues a mí me pareces la mujer más misteriosa de todo Madrid.
Rodé los ojos, incapaz de contener una pequeña risa, y él rió también, un sonido grave y cálido que pareció disipar parte de mi nerviosismo. —Solo quiero hablar —continuó, su tono más serio ahora, pero aún suave—. Un poco de buena comida. Conversación. Te prometo que no hay letra pequeña. Si te incomoda, te llevo de vuelta en cuanto digas. Pero me harías muy feliz si aceptas.
Bajé la mirada hacia las rosas, sus pétalos suaves oliendo a vainilla y campo recién mojado. Por un segundo, pensé en Max. En las flores que él dejaba en mi escritorio, en los “cariño” que alguna vez creí reales, en la forma en que su plan con Leo me había roto en pedazos. El dolor aún estaba allí, escondido en un rincón de mi pecho, pero Lucio… Lucio no parecía jugar. No conmigo. Sus ojos eran honestos, y había algo en su forma de hablar, en su manera de moverse, que me hacía querer confiar, aunque fuera solo por una noche.
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Editado: 06.10.2025