“Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla”
Sigmund Freud
. . .
Al llegar a mi casa se detuvo fuera un momento a ver la fachada de la casa. Sus ojos se abrieron con mucho asombró y de su boca salió algo como un jadeo entrecortado. Su inquietud había disminuido visiblemente durante las primeras calles, solamente miraba a los pájaros que volaban de árbol en árbol con una expresión perdida. Pero al llegar a la casa todo su cuerpo volvió a tensarse y sus ojos se enfriaron.
—¿Sucede algo?—Pregunté cuando me percate que él no se acercaba a la puerta a mi lado sino que permanecía en medio del camino con las manos a cada lado del cuerpo.
Negó y me miró con intensidad.
—¿Conoces a las personas que vivieron antes aquí?
—No—miré la casa con extrañeza, buscando algún signo de algo que pudiera ponerlo así, y al no encontrarlo aclaré—, nunca había venido este pueblo, mi familia es de la ciudad.
Sus ojos se iluminaron.
—¿La ciudad?
—Si, a un día y medio de aquí. Mis abuelos y mis tíos viven allí ahora.
Frunció las cejas con confusión.
—¿Y por qué viniste?
—Trasladaron al novio de mi madre aquí por trabajo y nosotros fuimos el efecto colateral.
Una leve sombra apareció en sus labios, parecía una sonrisa o una mueca pero fue gratificante darme cuenta que sus ojos se suavizaron.
Entramos en un silencio más ligero y le indique seguirme escaleras arriba antes de avisarle a mi madre que habíamos llegado. Ella estaba en su habitación intentando trabajar desde su computadora, pero algo andaba mal en su expresión así que solo hizo un gesto de saludo por encima del hombro y me ignoró.
Al volver a mi habitación Holden se encontraba parado en el centro, con los brazos caídos a cada lado y la mirada asombrada en todo. O más bien en lo poco que había.
—Lo siento, nos mudamos hace poco—excusé al ver mi ropa en el suelo, cajas vacías y papeles por todos lados. Menos mal que mi madre me ignoró porque si viera mi cama deshecha frente a mi invitado me regañaria a pellizcones. De todas formas intenté patear las cosas fuera del camino.—No soy desordenado, bueno un poco si, pero olvidé que tendría visita o sino hubiera limpiado un poco. Oh dios, esto no sirve, es un desastre, ¿Quieres ir a la cocina?
Los ojos de Holden miraban cada minúsculo lugar de la habitación con tanto asombró que por varios minutos no emitió un solo sonido, pero cuando lo hizo negó ruborizado y carraspeó.
—Como quieras, estoy bien aquí.
Asentí mirando orgulloso mi intento de ordenar. Mi madre me dejaría el brazo rojo de tantos pellizcones.
—Entonces elije, ¿La cama o el suelo?
Palideció.
—¿Qué?
—Para comenzar con el proyecto.
—Oh—parpadeo varias veces mirando los lugares de hito en hito y luego soltó una mueca—, el suelo.
—¿Quieres que traiga una silla de la cocina?
Apartó la mirada y negó.
—Estoy bien.
Tomé mi mochila del suelo y camine hacia la cama para sacar los cuadernos. Había una sensación extraña en el aire, en Holden, y cuando alcé la cabeza para preguntar cómo comenzar lo encontré observándome parado aún en el mismo lugar.
—¿Qué sucede?—Pregunté intentando que no se note mi frustración.
—Nada.—Se sentó en el suelo con la cautela de un animal asustado y puso la mochila frente a él.
—¿Por dónde quieres empezar? Yo creo que podríamos buscar algo de información cada uno por su lago y luego la juntamos en un Word. La profesora quiere una presentación a todo trapo así que deberíamos dejarnos la piel.
—¿Dejarnos la piel?—Preguntó irónico y divertido, y al mirarlo encontré su mirada clavaba en mí. Recordé los rumores y el calor me subió a las mejillas.
—Me refiero a esforzarnos.
—Lo se—rió—, pero ¿quién dice "dejarnos la piel"?
Wow, hasta su risa era algo fuera de lo esperado. Sinceramente, creí que reiría como villano de Disney.
Una sonrisa tiró de mis labios.
—Es una expresión común en la ciudad—mentí. Era algo que mi abuela siempre decía a mi abuelo, pero no pensaba mencionarlo.
Holden río de nuevo y negó con la cabeza más relajado, abriendo su mochila para sacar su cuaderno y bolígrafo.
Al cabo de unas horas caí en cuenta, con asombró, que Holden era más inteligente de lo que parecía. Sabía demasiadas cosas para ser un chico tan callado y tenía una letra impecable que no tarde en mencionar.
Se ruborizó.
—Si, mi tío es estricto con la escritura—por un momento creí que volvería a cerrarse, parecía otra persona haciendo bromas y hablando y no quería que actuará diferente, por lo que decidí olvidar el tema de su tío.
—Puede hacer el trabajo escrito a mano, quizás nos den puntos extras.
—O podemos imprimirlo—sugirió con burla.
—Yo opino que esa es la manera más vaga de hacer las cosas.
—Oh, ya lo creo—alzo ambas cejas en un gesto gracioso e imitó mi voz—, "dejarnos la piel".
—Solo por eso hablaré con la profesora para que nos dé puntos extra por hacerlo a mano. Ya verás como queda tu mano después de hacer hojas y hojas de proyecto.
Sonrió. Ya no me parecía un asesino de animales. Sus ojos brillaban cuando sonreía, lo que era sorprendente luego de ver la oscuridad de su mirada, y al estirar los labios dejaba libre todos los dientes, como si no le molestará que fueran disparejos o faltantes. Aunque claro que no tenía nada de eso, sus dientes eran tan perfectos como el resto de su rostro.
Aparte la idea al instante y baje la mirada al cuaderno en mis manos.
Solo había pasado una vez en mi vida y me perseguía como una enfermedad. Holden era un chico y yo... También. Debería fijarme en Sara.
Seguimos con el proyecto en silencio, si Holden cayó en cuenta de mi cambio de actitud no lo mencionó y sentí alivio. Él no podía leer mi mente, tenía que recordarlo, nadie más que yo podía estar dentro de mi cabeza.
Editado: 31.03.2022