"Todos estamos rotos, así es como entra la luz".
Ernest Hemingway.
. . .
El jueves tenía tanta resaca que tuve tuve que faltar a clases.
Mi madre entró a mi habitación abriendo las cortinas en algún cruel castigo y al mirarme con desaprobación fue suficiente para comprender que estaba enojada y que ya había ido a ver a Abbi. Gemí, me cubrí el rostro con al almohada y permití que me regañé desde la punta de mi cama. No quería ignorarla pero ya no soportaba más. Las nauseas eran lo peor. La sensación de estar a punto de experimentar un estallido de cerebro junto con los gritos entre mi madre y mi hermana eran como meterse clavos dentro de la cabeza. Tenia ganas de lanzarme a la ventana.
Mi madre nos preparo un desayuno "especial", ese que a ella servía cuando había bebido de más, y dedico buena parte de su tiempo a juzgarnos con la mirada. Abbi la ignoraba con el rostro pálido, ella no había sido tan fuerte para soportar las arcadas y corrió hacia el baño tan pronto como se levanto, pero al salir del baño no tenía mejor cara que al entrar. No me atreví a reírme, podría sucederme a mí.
—Me ayudarán a hacer las compras—dijo mi madre y ambos asentimos a regañadientes, sentados en la cocina con los vasos de jugo de pepino y kiwi.
—Ve a darte un baño, hueles horrible—indiqué a Abbi cuando estuvimos solos. Ella me miró con los ojos hinchados y asintió bebiendo de su vaso.—Y maquíllate un poco, das asco.
Bufó.
—Gracias, tú también.—Suspiró terminando el resto de su batido con sabor a suela de zapato y salió arrastrando los pies. Se veía mucho peor que yo y aún no se había quitado el vestido de la noche anterior, pero al menos no perdió sus zapatos como otras veces.
Intenté desbloquear el móvil para responder los mensajes preocupados de Charlie y terminé por descartarlo cuando el brillo me hizo doler detrás de los ojos. Abbi y Sara podrían responder... o al menos esperaba que Sara pudiera responderle.
Unos minutos más tarde, Patrick entro a la cocina con ropa deportiva.
—Buenos días, Joshua.
—Buenos días—contesté extrañado de verlo tarde en la casa—. ¿Hoy no trabajas?
Me lanzó una mirada divertida, supongo que mi aspecto debía serlo, tomó un vaso de la alacena y caminó hacia la jarra con batido que mi madre preparo para nosotros.
—Me pedí el día para descansar.
Asentí mirando como se servía el vaso lleno y oí mi móvil volver a vibrar.
—No tomes eso—recomendé con una mueca—, es asqueroso.
Sonrió.
—No puede ser tan malo.—Se apoyó en la encimera y bebió un par de tragos antes de hace una mueca de asco y esculpirlo de vuelta al vaso.—Okey, me equivoque. ¿Hay café?
Desecho el vaso con tanta cautela como pudo y comenzó a preparar café con lentitud, tomándose tanto tiempo que mi madre volvió a decirme que saldrían con Abbi y no tenía permitido salir ni usar el móvil.
—¿Es en serio?
Ella encogió los hombros.
—Es tu castigo. Abbi tampoco puede usarlo.
—¿Por cuanto tiempo?
—Solo hoy—gruñó Abbi irritada y todavía peor que antes, pero no protesto porque mi madre le lanzó una mirada de advertencia.
—Espero que aprendan que no deben beber entre semana.—Se volteo—. Vamos, Abbi, necesitamos comida. Joshua, tu ayudaras a Patrick a limpiar el desván.
—¿En tu único día libre limpiaras la casa?—Le pregunté, irónico.
Él miró a mi madre con una ceja alzada y bebió varios sorbos de su café antes de suspirar y encoger los hombros.
—Al parecer, sí.—Mi madre le sonrió, lo besó y salieron. Patrick esperó varios minutos luego de que el auto de mi madre desapareciera para volver a suspirar e inclinar la taza en mi dirección.—¿Quieres café?
Negué, miré mi vaso con asco y terminé por asentir.
—Esto es un asco.
—Se llama castigo—se burló él tomando una taza nueva de la alacena y llenándola para mí.—Es mejor así, mi padre prefería golpearme con el cinturón.
Bebimos en silencio el tiempo suficiente para que se entienda que ninguno quería limpiar el desván. Patrick no parecía el tipo de hombre que hacia eso, más bien parecía el tipo que vivía en un departamento solo con un grupo de mujeres de las que desconocía el nombre. No sabía por qué decidió condenar su vida a mi madre y sus hijos adolescentes pero no estaba en posición de protestar. Cuando llego al departamento en la ciudad nos asombramos, pero mi madre eran tan feliz juntos a él que lo dejamos entrar en nuestras vidas.
Para cuando fue demasiado el tiempo que invertimos en tomar una simple taza de café nos pusimos a la obra. Fuimos por la escalera, la subimos al primer piso y chasqueamos la lengua al ver que ya había una escalera allí. Patrick no dijo nada y yo tampoco.
La bajamos alumbrando con linternas nuestro camino y al apoyar los pies sentí que estaba en una película de terror donde encontraríamos una tabla Quija y un demonio nos saltaría al cuello en cualquier momento. Pero Patrick paso por alto esa sensación y camino hacia la pila de cajas. O más bien hacía una de las múltiples pilas de cajas. No estaba muy seguro de qué podría haber allí pero me sorprendía como podían entrar tantas cosas en un lugar tan reducido y cuanto podía soportar un techo de madera.
—Deberíamos buscar una ventana—sugerí al ver unos pequeños rayos de luz entrar entre algunas cajas. Patrick se encaminó apartando más y más cajas y cuando por fin llegó a la ventana circular aparto los retazos de tela agujereada y dejo entrar la luz.
—No sirvió de mucho—dijo cuando cayó en cuenta que la otra mitad del desván quedo en sombras por las múltiples cajas.
—No sirvió de nada.—Suspiré.
—Comenzaremos revisando que las cajas no tengan cosas importantes y luego las bajamos a la basura.
Lo miré atento.
Editado: 31.03.2022