Una semana después me dieron el alta y pude volver a mi casa, y por ende también a la comida de mi madre.
Ese día había llovido desde temprano y la abuela decidió aprovechar unas horas desde que había parado para llevarme a la casa. No discutí con ella, mi madre tampoco y Patrick, quien se veía bastante preocupado por mi madre, tampoco. Me subieron al auto con las cosas que llevaron para mí al hospital y mientras mi madre firmaba papeles y se despedía del doctor mi abuela se encargó de volver loco a Patrick acerca de cómo acomodarme junto a las demás cosas.
Cuando mi madre había dicho que ella vendría a cuidarme imagine que haría todo más fácil y probablemente se amigarian en pos de mi salud. Nada más alejado de la realidad. No discutieron frente a mí pero sí en el pasillo del hospital.
—¿Patrick, puedes ayudarme?—Mi abuela se asomó del auto con una pierna fuera y le tendió a mi padrastro una de mis muletas mientras mi madre me ayudaba a plantar los pies en el suelo y colocaba su brazo bajo mis hombros para ayudarme a caminar hasta la casa. Me entrego la otra muleta para que pueda acostumbrarme a usarla y la coloque bajo mi brazo.
—¿Te encuentras bien?—Preguntó mi madre al verme soltar una mueca de dolor.
Asentí y alcé la cabeza hacia la puerta contento de poder ver a mi hermana, pero ella no estaba esperándome.
—¿Dónde está Abbi?
—Dijo que tenía que hacer algo—Respondió mi madre mirando como Patrick sostenía todo en brazos y además ayudaba a mi abuela a bajar del auto con una sonrisa amable.
—¿Qué cosas?—Insistí dolido y molesto. Abbi me evito por semanas enteras, ¿qué demonios era tan importante para no recibir a tu hermano luego de tanto tiempo?
—No lo sé, cariño.—Pero ella ni siquiera me prestaba atención y en cuanto Patrick intentó sostener a mi abuela, la multa, mochila, bolso y equipaje al mismo tiempo dio un paso al frente para ayudarlo. Pero se detuvo y me miró.
—Ve a ayudar—dije por lo bajo—, yo iré solo. Son unos pasos.
No le permití que se sienta insegura, me volteé agradecido de poder andar solo y estar en casa y comencé con el arduo trabajo de caminar. El doctor dijo que sería difícil con un brazo roto y que poco a poco podría pero debía esforzarme, pero no sabía que el dolor de mis hombros estaba incluido.
Mejor hubiera pedido la silla de ruedas.
Cuando llegué a la puerta me volteé orgulloso de mí mismo y miré a mi madre lanzarle miradas molestar a mi abuela mientras esta se quejaba de cómo me abandonó para ir por mi cuenta. Mi abuela no daba tregua a nada. Me volteé para abrir la puerta y quedé congelado al ver a Abbi sosteniendo el picaporte con la mirada sorprendida. El móvil en su otra mano seguía encendido y su aspecto demacrado... bien, no había cambiado en esas semanas.
Sonreí.
—Sí viniste a recibirme—me lancé sobre ella para abrazarla con fuerza y durante los siguientes segundos ella se aferró con ambas manos a mi espalda, apoyando la mejilla en mi hombro y apretándome con cariño.
—Lo siento—musitó en mi oído.
Me aparté para mirarla.
—No sucede nada, pero me debes una película.
—Bien.—Sonrió con los ojos llenos de lágrimas y volvió a abrazarme, cuando de repente su móvil vibró y se apartó limpiándose las mejillas para leer el mensaje. Apretó los labios.—Debo irme.
—¿Qué? Oye, estoy lisiado, no puedes abandonarme, ¿por qué...?—Pregunté desconcertado, girando cuando cuando me rodeo hacia la salida y sosteniéndome de la puerta cuando de repente mi mirada se detuvo en el chico de gorro de lana y ojos claros del otro lado del jardín. Con su chaqueta negra, con sus jeans azules, con todo el rostro pálido por encontrarme allí, hizo que mi corazón se apretara de dolor.
Quería dar un paso adelante, pero de repente ese breve instructivo de cómo usar las muletas se borró de mi memoria y trastabille, sosteniéndome del marco de la puerta. Sus ojos se abrieron con sorpresa, creí que se acercaría, pero luego mi hermana se detuvo frente a él, le dijo algo y, sin volver a voltearse, se fueron.
. . .
—¿Cariño, te sientes bien?
Miré a mi madre sentada del otro lado de la mesada de la cocina y asentí sin muchas ganas.
—Debe estar cansado—dijo mi abuela desde el horno, con su delantal y su guantes—. Fue un viaje largo desde el hospital, ¿por qué no le dices a tu novio que lo ayude a subir a su habitación?
Mi madre rodó los ojos y suspiró.
—Patrick fue a trabajar, yo lo ayudaré a subir.
—Se fue a trabajar con todo lo que está sucediendo—se quejo mi abuela sacando la bandeja de metal del horno y revisando la carne asada con un cuchillo—, yo no sé tú pero...
Deje de oírlas. Patrick usó ese momento inesperado y pequeño para huir de mi abuela porque mi madre se lo pidió. Ya estaba harta de que mi abuela lo use para todo y se queje con nosotros sobre las elecciones amorosas fallidas que pudo tener su hija menor. Y mi madre era una santa por no contestar a los ataques indirectos, no comprendía cómo pudo sugerirle que viaje hasta ese pueblo a cuidarme.
Con algo de ayuda me levanté y tomé las muletas. No veía la hora de estar por fin solo en mi habitación, de descansar sin tener aparatos conectados o sonidos espeluznantes junto a mi cabeza. Lo había sacado barato, el médico no paró de repetirlo, pero no me dejaron de monitorear hasta que me dieron de alta.
Subí las escaleras de una en una. Mi madre me seguía desde atrás por si me caía pero en ningún momento me sostuvo, quería que lo haga sola. Me entregó las muletas al llegar al pasillo y luego me abrió la puerta porque apenas podía respirar por el esfuerzo de las escaleras.
Deje de oírlas. Patrick usó ese momento inesperado y pequeño para huir de mi abuela porque mi madre se lo pidió. Ya estaba harta de que mi abuela lo use para todo y se queje con nosotros sobre las elecciones amorosas fallidas que pudo tener su hija menor. Y mi madre era una santa por no contestar a los ataques indirectos, no comprendía cómo pudo sugerirle que viaje hasta ese pueblo a cuidarme.
Editado: 31.03.2022