Holden me tendió la chaqueta con los labios fruncidos y no pude evitar reírme del rubor en sus mejillas. Había llegado con Abbi del colegio y lo primero que propuso fue ver End Game. Ya hablamos de verla hace días pero cada vez que nos decidíamos algo nos interrumpía, solo que esa tarde no dejaríamos que pasara. Colocamos los almohadones en el suelo de mi habitación con los días anteriores, encendimos la calefacción, algunas mantas por si nos dormíamos y bajamos a preparar la palomitas.
Hacerlas era sencillo, un poco de manteca, maíz en granos y fuego, luego azúcar con algo de sal para realzar el sabor y listo. No había magia de por medio, pero pasar tiempo con Holden era lo mejor que tuvo ese tonto accidente y no lo desaproveche el momento para acceder en cuanto me pidió que le enseñe. Solo había un problema, yo era un pésimo maestro.
Explique lentamente cada uno de los pasos como si estuviera haciendo la receta de una elaborada sopa francesa sacada de un antiguo libro de cocina, mirando cada tanto que estuviera prestando atención con las cejas hundidas y los labios apretados, sonreí satisfecho y luego le indique que haga un puñado por su cuenta.
Era tierno como se esforzaba y la atención que ponía a lo que le decía. Su mirada brillaba concentrado y apretaba los labios, como si estuviera haciendo algo realmente difícil. Casi podía ver las gotas de sudor caer por su frente, pero decidí no mencionarlo porque de repente el olor a azúcar quemada y las palomitas voladoras llamaron toda mi atención.
Como dije, pésimo maestro.
—¿Qué hacen?—preguntó Abbi bajando las escaleras con expresión aburrida y cansada.
Suspiré poniéndome el abrigo a duras penas y Holden dejo el suyo a un lado para ayudarme.
—Iremos a comprar algo de comer.
Ella frunció el ceño, confundida.
—¿No hay palomitas?
Negué ignorando el rubor avergonzado en Holden.
—Ya no. ¿Quieres venir?
Evaluó la invitación por unos segundos, permitiendo que pueda ponerme el abrigo por completo, y asintió caminando hacia el suyo.
—Déjame ver si mamá nos presta el auto.—Se volteó y subió las escaleras mientras Holden terminaba de abrigarse.
—Oh no—bufé cuando lo vi sacar el tonto gorro de lana de su bolsillo.
Él me miró con una ceja alzada.
—¿Qué?
—Ese gorro es horrible.
—Es solo un gorro de lana.
—Que oculta tu cabello, ¿sabes lo horrible que fue la primera vez que te lo vi puesto? Casi no te reconozco.
Sonrió.
—¿Te gusta mi cabello?
Me ruboricé sonriendo, asentí y rodé los ojos en broma, buscando el guante en mi bolsillo.
—Además, hay hechos científicos que dicen que puedes quedar calvo por usarlo.
—Aja.
Alcé la mirada y lo encontré de nuevo con ese brillo intenso que tuvo la vez que nos besamos en mi habitación. Algo esperanzador pero también apasionado. Dio paso hacia mí y el corazón comenzó a latirme con fuerza mientras esperaba que me bese. No aparté la mirada de la suya y por un momento creí ver como tragaba saliva, pero cuando se detuvo a pocos centímetros de mí lo olvidé por completo. Miré sus labios y una diminuta sonrisa se abrió paso antes de mirar sus ojos, brillantes, hermosos. Se inclinó hacia mí y se apartó al oír los pasos en las escaleras.
—Ay no, si van a estar besándose todo el camino se van caminando—se quejó Abbi bajando con su abrigo puesto y las llaves.
Que oportuna.
Me desinflé desilusionado y le lancé una mirada irritada antes de verla detenerse frente a nosotros con una mueca. Holden no dijo nada, el gorro de lana se había vuelto demasiado interesante y el rubor en sus mejillas dejaba en claro que lo avergonzó, pero yo si le dediqué una sarta de groserías con la mirada, rodé los ojos y le dije que salgamos con una inclinación de cabeza.
Afuera hacia tanto frío como para que comenzaran a caer los primeros vestigios de nieve. No era mucho pero como en la ciudad no había cosas como aquellas gracias a la enorme contaminación que inundaba el cielo no pude evitar mirar todo como idiota. Nunca había visto nieve y de repente tuve la sensación de estar viviendo un momento único en mi vida.
Abbi lo disimulo un poco mejor, miraba todo con sorpresa pero también apartaba los ojos de cosas que me parecían peculiares. Quiso tomar un copo en el aire, suspiró y al mirarme sonrió avergonzada. Si, era un momento único y Holden lo vivía junto a mí, sonriendo solo por verme. Tomó un copo del aire, me lo colocó en la nariz y se apartó divertido.
Hubiera deseado que la nieve alcancé para jugar, para hacer bolas y lanzársela, terminaría empapado y seguramente me regañarían por mojar mis yesos pero hubiera sido divertido. En cambio solo lo miré hipnotizado, sonriendo como tonto, percatándome de que no se había colocado el gorro de lana y el cabello oscuro y salvaje salía disparado en direcciones justo como la primera vez que lo vi. Sin duda era un momento único.
Subimos al auto, encendimos la calefacción y, cuando el motor por fin se calentó, avanzamos por la calle conversando acerca de lo que sucedió con las palomitas.
Abbi estallo en carcajadas.
—No salió como esperaba—musité desde atrás, mirando a Holden a través del espejo junto a su cabeza ruborizarse de la vergüenza.
—Lo siento.
—Esta bien—dije—, a cualquiera se le puede quemar. Fue tu primera vez.
—Es cierto—concordó Abbi sin apartar la mirada del camino—, Joshua activo las alarmas de incendio del departamento la primera vez que cocino.
Le lancé una mirada molesta.
—No ayudes—gruñí.
—Miento—interrumpió con demasiado entusiasmo, puso la luz de giró y movió el auto hacia la izquierda—, esa fue la tercera vez, la primera vez tuvimos que tirar la sartén a la basura.
Ambos rieron y la expresión de Holden se tranquilizo lo suficiente para que también sonría, falsamente molesto. Avanzamos otro tramo el camino en silenció, Abbi uso el radió para sintonizar una emisora que pasaba música pop y tarareo algunas canciones con su desafinada voz de urraca antes de que la presentadora interrumpa, fue allí que le bajo el volumen y suspiró hacia adelante.
Editado: 31.03.2022