Al salir de la estación Sara me esperaba en su auto con una sonrisa de oreja a oreja sosteniendo un cartel con mi nombre. Me reí y avancé hacia ella para abrazarla, no era algo que se hiciera en pueblos olvidados por el diablo pero me encanto el gesto y ella sonrió cuando lo mencioné. Me abrazó con fuerza apoyando la mejilla en mi pecho y nos quedamos así hasta que alguien la empujo para pasar por su lado y tuve que gruñir un insultó que ella secundo con el dedo medio.
—Te ves horriblemente adulto—señaló mientras subía mi maleta y mi mochila al auto. La miré con una ceja alzada y ella sonrió avergonzada—. ¿Lo dije en voz alta? Lo siento.
—Que linda eres—bufé y me senté a su lado con un suspiro cansado—. Solo necesito un baño, comida que no salga de un paquete precalentado y algunas horas de sueño.
—¿Y eso resolverá todo?—insinuó luego de encender el motor y salir del estacionamiento. Encogí los hombros ignorando la diversión en su mirada y recosté la cabeza en el asiento.
—Todo lo que se puede resolver, pero sí. Ya me verás luego de un baño y te comerás tus palabras.
Río.
La ignoré cerrando los ojos y dormí el resto del camino. Aunque me molestara allí me sentía a salvo, tranquilo. Habían pasado muchas cosas en ese pueblo, mucha gente se fue y mucha también se mudo, pero nadie me quitaría los años que pasé allí con mi familia, Sara... y con él. Fruncí el ceñó y aparté los recuerdos como si se trataran de moscas molestas.
Viajamos hasta mi casa hablando de mis clases y mis compañeros. Sara me preguntó por los horarios y las practicas que tenia, me preguntó por su hermana Raquel, a quien vi algunas veces, y también sobre mis compañeros, pero cada repuesta que encontré fue monótona y vacía. Si estaba bien; Sí, los horarios eran buenos; Raquel era simpática, no tanto como ella pero si me agradaba, y mis compañeros... ellos eran buenos. No era las respuestas que quería, pero no tenía otra porque en el momento en que rechacé salir a a comer con un grupo supe que no estaba preparado para seguir adelante.
Había pasado las primeras noches en la universidad sin dormir ni comer y no fue hasta la semana siguiente que una compañera se acercó preocupada y me pregunto qué sucedía. Estaba agotado, dolido y mi aspecto había quedo en segundo lugar luego de las primeras clases, claramente resaltaba entre todos los demás. Pero por mucho que intentaron ayudarme solo logré ocultar lo que sentía para no incomodar o preocupar a nadie. Dormía unas horas, dibujaba otras pocas y el resto se lo dedicaba a arrepentirme en silencio por no tirar esa maldita puerta abajo.
Aunque ya no importaba.
Nos detuvimos frente a mi casa y miré la casa detrás del jardín seco y cubierto por nieve. Sara me había dicho que había comenzado a caer hace algunos días, oportunamente para navidad, y que Patrick salía todas las mañanas a limpiar la entrada para que mi madre salga a trabajar, lo cual, según ella, era tierno.
Me preparé para salir y la miré enviarle un mensaje a Abbi para que salga.
—¿Listo?—preguntó entusiasmada y sonreí abriendo la puerta con el corazón hinchado por la emoción. Di un paso hacia la entrada deteniéndome para esperar que se coloqué a mi lado y continuamos hacia la puerta, donde la luz se encendió en medio de la noche e hizo que nos nervios bailen en mi interior.
Oímos un grito extraño que, nos detuvimos y cuando la puerta se abrió mi madre salió corriendo y chillando de alegría. Saltó sobre mí enredando sus brazos en mi cuello y la sostuve haciendo lo posible por no resbalar. Río, estaba contenta de verme y sentía su cuerpo estremecerse para no llorar, pero fue imposible para mí también y nos encontramos limpiando lágrimas del otro justo después de alejarnos. Creo que hasta Sara lloró. Abbi nos miró desde la puerta con los ojos brillantes y enrojecidos y Patrick a su lado sonreía contento y orgulloso. Me abrazaron justo después de entrar. Los habia extrañado.
Tomamos té caliente mientras la comida terminaba de cocinarse y me regañaron por no avisar que viajaría. Intercambié miradas cómplices con Sara y nos reímos. La vi beber con tanta inocencia que sus mejillas se tornaron rojas y me reí en silenció, ignorando las miradas de mi hermana. Hace una semana había hablado con ella acerca de una fuerte tormenta que no me permitiría viajar por navidad.
Mi madre se mantuvo entre nosotros todo el tiempo, nos sujetaba las manos, acariciaba nuestros hombros y sonreía. Eso me gustaba, no dejaba de sonreír. A ella la había extrañado más que a los demás, y Patrick me dio la pierna de pollo más grande cuando sirvió la comida, mirándome con alivio, orgullo y cariño. Prácticamente se había convertido en mi padre y me hinchaba de satisfacción verlo así.
Aún estaba agotado, me dolían los músculos por el viaje y sentía un dolor voraz en el estomago, pero me sentía mucho mejor. Había dormido en mi habitación que, aunque estaba intacta después de un año fuera, tenía una bicicleta pinchada que usé como perchero y algo de suciedad que limpiaría si tenía algo de tiempo. También pensaba tirar algunas cosas y llevarme otras, pero eso lo veía luego.
—¿Me acompañaras por víveres?—me preguntó mi madre cuando baje las escaleras la mañana siguiente. Asentí. Le lancé una mirada a mi hermana desayunando con el ceñó fruncido al móvil en su mano y fui por una taza para café. Mi madre la miró irritada y fingió hablarme entre protestas—. ¿Joshua, sabias que tu hermana no quiere acompañarme por víveres porque prefiere pasar tiempo con su novio?
Alcé una ceja en dirección a mi hermana, quien la miró con los ojos entrecerrados y bufó.
—Yo nunca dije eso.
—Dijiste que no porque tenías que ir por él a la estación—replicó mi madre con los brazos en jarra.
—¿Y eso significa qué no quiero acompañarte?
Ambas se miraron irritadas, tercas, y me dí un momento para observarlas con nostalgia y diversión antes de terminarme el café de un sorbo e intervenir.
Editado: 31.03.2022