—Quinientos gramos de harina, quince de levadura, diez y diez de azúcar y sal —piensa un poco—. Mami, creo que nos falta algo —murmuró pasando revista de los ingredientes.
—El aceite —soltó una risita mientras lo colocaba en la encimera.
Cocinar junto a su hijo era uno de los mejores momentos del día. La comida estrechaba los lazos de cualquiera y a ambos les gustaba la comida de calidad. No solo juzgaban por su sabor; sino también por el cariño empleado en su preparación.
—¡Eso es! Cuarenta y cinco mililitros de aceite de oliva. ¡Tenemos todo! Podemos comenzar a hacer el pan.
Una sonrisa apareció en los labios de Nico, en el momento en que su mamá besó su cabeza luego de ponerle el delantal. Él era un niño independiente, pero amaba cómo Marie cuidaba de él. Ella era la única que podía tratarlo con ese cariño toda su vida.
O eso, hasta que más personas se unieran a su familia de dos.
—Mira, Nico, tienes harina en el rostro —bromeó echando un poco de la mencionada en la nariz de su hijo.
La sonrisa de ambos creció y a los pocos minutos ya se había desatado una guerra de harina campal. Reían mientras se escondían del contrario, para lanzar más y más.
Su pequeña interacción se vio interrumpida por el sonido del timbre. Alejándose, Marie se encaminó a la puerta, pues la señora Smith debía llegar por uno de los paquetes que Marie recibió por ella.
Al abrir la puerta, la recibió la vista de un sonriente André, el cual llevaba sus manos en los bolsillos. Su sonrisa se ensanchó al verla por fin.
—Buenas noches, soy André, el vecino —saludó señalando a su casa—. Me mudé esta mañana y me gustaría invitarlos a una pequeña fiesta de inauguración, irán todos los vecinos para poder relacionarme y conocerlos a todos.
La gran sonrisa de André, se esfumó al ver el gesto de incertidumbre en la cara de su vecina, la cual parecía dudar si dar una respuesta afirmativa o simplemente negarse.
»Si no pueden, no hay ningún problema. No era mi intención molestar.
—No sé qué decirle. Con Nico somos muy cuidadosos a la hora de elegir a dónde vamos.
—Le aseguro que no soy un prófugo de la justicia —aclaró.
—No —soltó una risita nerviosa—. No es eso.
La atención de André se posó en ella, sintiendo que iba a dar una explicación. Honestamente, él deseaba conocerlos más, se les hacía personas muy divertidas.
—¿Alergias? No se preocupe, yo también soy alérgico y comprendo. Me aseguraré de no tener nada que pueda dañar al niño.
—No es eso.
—¿Entonces? Haré lo que sea para que puedan asistir, para que su hijo esté cómodo.
—No es una alergia, es un asunto distinto. De hecho, nos apena que algunos de los vecinos tuvieron que cambiar muchas de sus celebraciones por él —susurró con un poco de tristeza.
—No, no será ningún problema, estoy seguro de que Nicolás podrá tener su espacio y disfrutar lo que se haga.
Antes de que Marie pudiera intervenir, el sonido de la melodiosa voz de Nico, los sacó de su conversación. Se sentían sus pasos mientras se aproximaba, no era común que su madre se marchara mientras cocinaban, o que si era la señora Smith, tardaran tanto tiempo fuera.
—Buenas noches, señor André. Espero que se encuentre bien —saludó con formalidad, dándole la mano.
—Buenas noches, joven Nicolás. Espero que de igual manera se encuentre bien. Le informo que estuve hablando con la señora Marie para invitarlos a ambos a la inauguración de mi hogar, el día de mañana, ¿cómo le parece la idea?
El pequeño posó su mirada en los ojos de su madre. Con un asentimiento, ella le dio la autorización de hablar con un hombre al que apenas conocían.
—No, se lo agradezco.
—¿Qué? —frunció el ceño.
¿Acaso un niño con el porte de un hombre viejo estaba rechazando su invitación?
—Debo rechazar su oferta, pues, mañana mi madre y yo tenemos que hacer unas compras importantes —informó conformidad. Era tanta su formalidad que sorprendía a André y se le ponían los pelos de punta.
—La inauguración es en la tarde —insistió.
—Si me disculpa, no podemos acompañarlo, mañana es un día significativo y no podemos postergarlo. Le deseo éxitos en su celebración, le haremos llegar un presente —Acto seguido, el niño regresó a la cocina.
Mientras André salía del estado de confusión en el que ese pequeño niño de seis años lo dejó, a sus espaldas se oyeron unos pasos; era la señora Smith, la cual, siempre con su radiante sonrisa, se ganaba el corazón de cualquiera.
—Buenas noches —saludó—. ¿Cómo está el pequeño, Marie?
—Muy bien, señora Smith, está preparando el pan —aclaró.
—¿Tan pronto es esa fecha? —Su voz se apagó un poco y lanzó un pesado suspiro—. Si necesitan algo, háganmelo saber.
—Muchas gracias. Le traeré su paquete —desapareció de la vista por unos segundos, dándole tiempo a André para preguntarle a la señora de qué fecha hablaba. Porque sí, era un empresario chismoso.
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hombre de negocios, pequeños genios traviesos, amar otra vez
Editado: 11.12.2024