Capítulo 3
«Duele en el alma»
André apretó sus labios con fuerza, su corazón se estrujó un poco mientras observaba en dirección a la casa de los Bardoux. Ahora podía comprender, un poco más, el motivo por el que ambos estaban tan unidos.
—¿Dos años? El padre de Nicolás murió… —susurró pidiéndole con su tono a la anciana que terminara la frase.
—Fue un desafortunado accidente. Era un día soleado, estaban pasando el día juntos en un parque y… Un auto se salió de control —Un suspiro salió entre las palabras de la señora. En su mirada, se veía un poco de dolor y pena—. Él era un gran hombre. Gracias a él hay un centro de deportes en la ciudad.
André enmudeció. No tenía idea de qué era lo que se suponía, debía decir. Su mirada estaba perdida, sumido en sus pensamientos.
»Gracias por la ayuda, joven André. Nos veremos mañana en su fiesta.
—Es un placer servirla. En cuanto a la celebración, mejor la haré otro día, es lo más prudente —afirmó con una pequeña sonrisa forzada.
Una parte de él, se sentía extremadamente incómodo por la situación, no solo eso, sino que la culpabilidad de haberlos invitado a celebrar en una fecha así.
Si bien no lo sabía, eso no hacía que doliera menos.
Caminaba de regreso a su casa, con la cabeza un poco inclinada. Debía hacer algo por ellos, no merecían vivir de esa manera, necesitaban un poco de luz en ese mundo oscuro.
Por eso decidió una cosa: Se acercaría a ambos.
A la mañana siguiente, los pasos de Nico fueron los primeros en hacerse sonar en la casa Bardoux. Iba de un lado a otro, buscando lo que necesitaba para darle una sorpresa a su papá.
Al comienzo, cada vez que iban a su lápida, su corazón se estrujaba y sentía que no podía respirar. También se culpaba por no haber prestado atención, por haber sido un niño inquieto.
Si lo hubiera escuchado, entonces tendría a sus dos papás con vida.
—Buen día, Nico —saludó Marie dándole un beso en la frente.
Su tono de voz era dulce, mucho más que de costumbre, pues sabía que esa fecha era extremadamente dolorosa para su hijo. Era demasiado pequeño como para perder a uno de sus padres, a su héroe.
El corazón de Marie se estrujaba con la mera idea de pensar en ello. Sus ojos se centraban en él con dulzura y, como toda madre, anteponía los sentimientos de su hijo ante su propio dolor y pérdida. Quizá, y solo quizá, necesitaba ser escuchada también, no solamente ser esa cuidadora, sino, ser cuidada.
Los minutos pasaron y finalmente salieron de casa. El camino fue silencioso hasta que llegaron, sin notar que alguien los observaba de cerca.
Nico tomó todas las cosas que lleva para enseñarle a su padre y esa carta que, como cada año, enterraba a su lado para que él pudiera leerla. Marie, por su parte, se mantenía a un lado mientras su hijo hacía lo que tenía que hacer.
Esa se mantenía inmóvil, dejando que su mente divagaba en medio de todos esos pensamientos, en medio de sus emociones que intentaba mantener ocultas para que su hijito no se preocupara.
—Hola, papi —susurró Nico luego de dejar un ramo de flores a su lado—. Han pasado dos años, ¿no crees que ha sido mucho tiempo? Mami me decía que pronto regresarías de un viaje. Sé que lo hacía para no lastimarme, pero hace un año pude entender lo que eso significaba de verdad. Estás en el cielo cuidando de mami y de mí. No te preocupes mucho, yo estoy cuidando de mami. Voy a cuidarla siempre, así como tú la cuidabas.
Sus palabras salían lo más bajito que podía para que Marie no lo escuchara. No quería que su mamá llorara, así que, intentaba ser lo más silencioso posible.
»Papi, desearía que estuvieras aquí. Sería mucho más fácil para mami. Ella dice que está bien, pero sé que le haces mucha falta, más de lo que ella me diría algún día. Me gusta cuando sonríe, intento hacerla sonreír seguido, pero, sé que sus ojitos a veces están tristes. ¿Cómo hacías para animarla? —Una lágrima se deslizó por sus ojitos mientras la secaba rápidamente—. Tendrías que habérmelo dicho antes de irte.
Marie permanecía a una distancia prudente; sin embargo, luchaba contra su propia mente para evitar romperse en ese momento. Debía ser fuerte, por lo menos, en frente de su hijito.
»Papi… sé que ya lo hiciste, pero, perdóname por favor por haberte alejado de mami. Si pudieras regresar, te juraría que no lo volvería a hacer, pero, como no puedes regresar, porque si pudieras ya lo habría hecho, te prometo que la cuidaré para que, cuando se reencuentren, puedas verla tan feliz como la dejaste.
Su pequeña visita terminó luego de un par de horas. Marie también tuvo su tiempo a solas; sin embargo, se negaba a dejar salir todo lo que se agolpaba en su pecho. Regresaron al auto, pues, irían al puesto de comidas al que iban con el señor Bardoux.
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hombre de negocios, pequeños genios traviesos, amar otra vez
Editado: 11.12.2024