¡ No te acerques a mi mami !

Capítulo 20 «El escalón»

Capítulo 20
«El escalón»

André empujó con suavidad la puerta del cuarto de Nicolás y entró en la penumbra con pasos silenciosos, sintiendo el leve peso del niño en sus brazos. A pesar de la profundidad con la que dormía, Nico se aferraba con fuerza a su libro, como si incluso en sueños se negara a soltarlo. Con un cuidado que ni él mismo se reconocía, lo acomodó en la cama, deslizando las sábanas sobre su pequeño cuerpo y retirando con delicadeza unos mechones de cabello de su frente

Hubo un segundo en el que solo se quedó ahí, mirándolo, notando el ritmo pausado de su respiración y la manera en que su pecho subía y bajaba con tranquilidad. Le sorprendió darse cuenta de que le gustaba verlo así, tan relajado, tan… en paz.

Se incorporó con suavidad y se giró para salir del cuarto, encontrándose con Marie en la puerta, que lo observaba con una sonrisa suave en los labios, pero sin decir nada. No necesitaban palabras. Ambos salieron en silencio, cerrando la puerta con cuidado, y bajaron juntos las escaleras hacia la sala.

André iba adelante, con las manos en los bolsillos, sintiendo la atmósfera tranquila que los rodeaba después de la conversación que habían tenido antes. Seguía procesando lo que Marie le había revelado, esa certeza de que no había estado alucinando del todo, de que ella realmente había estado allí, en su oficina. De que su mente, tan acostumbrada a traicionarlo con ilusiones y recuerdos distorsionados, esta vez no le había mentido.

Justo cuando pisó el último escalón, escuchó un jadeo ahogado detrás de él y, antes de que pudiera reaccionar, algo cálido chocó contra su espalda.

Marie había pisado mal y perdió el equilibrio en la bajada, sintiendo cómo su cuerpo se inclinaba peligrosamente hacia delante, sin oportunidad de agarrarse de nada para evitar la caída. Fue instintivo. Se aferró al primer punto de apoyo que encontró: la camisa de André.

André apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando sintió el impacto cálido y repentino de Marie contra él. Su cuerpo se estrelló contra el suyo en un intento desesperado por no caer, y sin pensarlo, sus brazos se movieron por instinto, envolviéndola con fuerza para evitar que su espalda golpeara los escalones de madera.

La sensación fue abrumadora. La proximidad, el peso ligero de su cuerpo contra el suyo, el aroma sutil de su cabello envolviendo sus sentidos. Fue un instante, pero lo sintió eterno.

Marie soltó un jadeo entrecortado, sus manos se aferraron con fuerza a la camisa de André, como si ese agarre fuera lo único que la mantenía conectada con la realidad. Su corazón latía con tanta fuerza que pudo sentirlo retumbando en sus oídos. Todo había sucedido demasiado rápido, y su cerebro todavía intentaba procesar qué demonios había pasado.

Lo primero que notó fue la seguridad en el agarre de André, la manera en que la había atrapado con cuidado, como si estuviera acostumbrado a salvar mujeres que caían por las escaleras. Lo segundo, y lo que realmente la dejó sin palabras, fue la cercanía.

Era absurda. Sofocante. Intensa.

Su respiración se detuvo cuando su nariz rozó la de él.

No podía ser.

Sus labios.

No estaban completamente unidos, pero apenas los separaba un espacio minúsculo. Tanto que Marie sintió el calor de su aliento mezclarse con el suyo, cada exhalación se convirtió en un choque silencioso entre ambos. Era incómodamente íntimo, de esa manera peligrosa que hacía que su piel se erizara y que su cuerpo se quedara paralizado. Si alguno de los dos se movía un milímetro más, el roce accidental se transformaría en algo mucho más complicado.

Marie trató de hablar, pero su voz se atascó en su garganta.

—Oh… —susurró apenas, su aliento escapando entre sus labios.

André no respondió. Su mandíbula estaba tensa, sus músculos rígidos, su mente en completo caos. Su cuerpo estaba reaccionando de una manera que no entendía, que no quería entender. Todo su ser gritaba que se apartara, que la soltara antes de que algo empeorara, pero su cuerpo no obedecía. No podía. No quería.

Sus ojos se encontraron en una batalla muda, atrapados en un torbellino de emociones que ninguno de los dos había anticipado.

—Tienes… —André intentó hablar, pero su voz salió más baja, más grave, como si le costara respirar—. Tienes un pésimo sentido del equilibrio.

Marie parpadeó, como si sus palabras hubieran roto el trance en el que se encontraba.

—No fue mi culpa —murmuró en respuesta, aunque su tono sonó más vacilante de lo que esperaba. Su pecho subía y bajaba con rapidez, todavía pegado al de André—. El escalón… se movió.

—¿El escalón se movió? —entrecerró los ojos, incrédulo.

—Sí. Seguro que está suelto o algo.

—Marie, los escalones no se mueven.

—Bueno, este sí —insistió ella, sin atreverse a apartarse todavía, como si su cuerpo aún no le respondiera completamente—. O tal vez fue tu culpa.

—¿Mi culpa? —repitió él, levantando una ceja con incredulidad.

—Me estabas distrayendo.

Él soltó un suspiro, sintiendo que su pulso seguía acelerado de manera ridícula. —¿Cómo exactamente te distraía?




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