¡ No te acerques a mi mami !

Capítulo 21 «Un tomate»

Capítulo 21
«Un tomate»

La tensión en el aire se sentía como una tormenta que se negaba a disiparse, vibrando entre ellos con una intensidad que ninguno estaba dispuesto a reconocer en voz alta. Marie apenas podía controlar la forma en que su respiración aún temblaba de forma sutil, mientras sus pensamientos intentaban ordenar lo que había sucedido segundos atrás. El calor de las manos de André todavía ardía sobre su cintura, como un recordatorio indeleble de lo que pudo haber pasado si no hubieran sido interrumpidos.

André, por su parte, mantenía la mandíbula apretada, con el cuerpo rígido como si estuviera resistiendo el impulso de hacer o decir algo que no debería. La proximidad que acababan de compartir había sido demasiado para alguien como él, un hombre que, por costumbre o necesidad, prefería la distancia a la cercanía. Sin embargo, el suave aroma de Marie seguía envolviéndolo, y la sensación de su cuerpo contra el suyo se aferraba a su piel con una terquedad que lo irritaba y lo fascinaba a partes iguales.

Fue él quien habló primero, con la voz más áspera de lo normal. —Creo que debería irme.

Marie parpadeó, sintiendo una punzada de algo que no quiso definir en su pecho. Había una parte de ella que entendía su reacción, que sabía que probablemente era lo mejor, pero otra, más impulsiva, quería decirle que se quedara, que fingiera que nada había sucedido, que se sentaran a beber algo como si fueran simples conocidos y no dos personas que casi…

—Sí. Claro —respondió finalmente, aunque su tono sonó más inseguro de lo que habría querido.

André inclinó la cabeza con un leve asentimiento, como si se estuviera despidiendo de una manera extraña, casi solemne. Luego, giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia la puerta con pasos firmes, demasiado firmes, como si tuviera prisa por salir de ahí antes de cometer un error.

Pero entonces, justo cuando estaba a punto de desaparecer por el pasillo, una voz somnolienta se arrastró entre el silencio, deslizándose con la misma tranquilidad con la que se filtra la niebla en la madrugada.

—¿Qué están haciendo?

Los dos se quedaron completamente inmóviles, como si alguien los hubiera congelado en el tiempo.

Marie giró la cabeza lentamente, con el corazón martillándole en el pecho, y encontró a Nicolás de pie junto a la pared, observándolos con sus ojos entrecerrados por el sueño, su cabello en un completo desastre y su pequeño cuerpo envuelto en la pijama de ositos que le había comprado hacía unos meses. Sostenía su libro contra su pecho con la misma firmeza con la que un guerrero sujeta su espada, como si fuera un objeto de un valor incalculable.

André cerró los ojos por un instante y se pasó la mano por el rostro, como si estuviera tratando de reunir paciencia desde el rincón más profundo de su ser.

—Nada —respondió con un tono seco, aunque su mandíbula se tensó con el esfuerzo de sonar despreocupado.

Nicolás pestañeó un par de veces, bostezó y se frotó un ojo con el puño, luego los miró con más atención, con esa curiosidad afilada que siempre había tenido y que Marie sabía que nunca ignoraba nada.

—No parece que no estuvieran haciendo nada —comentó con su usual tono monótono—. Parecían raros.

Marie sintió que un escalofrío le recorría la espalda. —¿Raros cómo?

El niño ladeó la cabeza, como si estuviera buscando la mejor manera de explicar su observación.

—Como cuando en las películas se van a besar, pero alguien los interrumpe y luego actúan como si nada hubiera pasado.

El silencio que cayó sobre la habitación fue ensordecedor.

André soltó un gruñido bajo y se llevó una mano a la frente, apretando los dedos contra su piel con la clara intención de contener su frustración.

—No pasó nada.

Nicolás frunció los labios, analizando la respuesta con un nivel de concentración que Marie conocía demasiado bien.

—Entonces, ¿por qué mamá parece un tomate?

Marie sintió cómo la sangre le subía hasta la cara de golpe, y con un gesto instintivo, llevó ambas manos a sus mejillas, comprobando lo que ya sospechaba: estaba ardiendo de vergüenza.

—¡No parezco un tomate!

Nicolás la miró con la misma inexpresividad de siempre, sin inmutarse ante su exclamación.

—Sí lo pareces.

André se quedó en silencio por un momento, pero entonces, para sorpresa de Marie, una risa inesperada escapó de sus labios, una risa baja y grave que apenas logró contener al aclararse la garganta y volverse a pasar la mano por el rostro.

—Está viendo cosas, joven Nicolás. Ya es tarde.

—No estoy viendo cosas —insistió el niño con una seriedad desconcertante—. Pero está bien si no quieren decirme.

—No hay nada que decir. —Marie entrecerró los ojos.

—Exacto —secundó André de inmediato, aunque su tono sonó demasiado rápido, demasiado definitivo, demasiado como alguien que estaba mintiendo y quería que le creyeran sin cuestionarlo.

Nicolás los observó un instante más, como si estuviera sopesando la situación con ese intelecto calculador que Marie sabía que tenía, y luego, como si ya hubiera decidido que no valía la pena insistir, simplemente se encogió de hombros con desinterés y giró sobre sus talones.




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