Capítulo 25
«Científico frustrado»
El rugido de la máquina vibró en el aire mientras la torre ascendía con lentitud, arrastrando consigo a los pasajeros que, en un acto de valentía o insensatez, habían decidido subirse. Entre ellos, Nico y Alex.
Desde abajo, Marie y André observaban el ascenso con atención, aunque sus expresiones delataban emociones distintas. Marie tenía los labios presionados con el nerviosismo típico de una madre que cuida a su pequeño del mundo entero. Sus dedos se mantenían entrelazados con fuerza como si estuviera preparándose para intervenir en cualquier momento, mientras que André mantenía una sonrisa de entretenimiento, con los brazos cruzados y la mirada fija en los dos niños, como si estuviera presenciando el desarrollo de una historia interesante.
—Parece tranquilo —comentó Marie sin apartar la vista de su hijo, aunque en su tono había una ligera duda.
—Lo está… pero mírale las manos —respondió André, inclinándose apenas para señalar hacia la estructura metálica donde, efectivamente, los dedos de Nico se aferraban a la barra de seguridad con más fuerza de la necesaria. Marie entrecerró los ojos, fijándose mejor—. Está haciendo cálculos en su cabeza —dijo André con diversión—. Es su mecanismo de defensa.
—¿Crees que se arrepienta? —preguntó ella, aunque la respuesta ya la sabía. Nico nunca se echaba atrás en nada.
—No, pero probablemente esté analizando todas las posibilidades de falla, los ángulos de caída y las probabilidades de que la máquina tenga una avería justo cuando ellos estén arriba.
—A veces desearía que se relajara más. —Marie suspiró.
—Por lo que vi, Alex parece dispuesta a encargarse de eso —confesó enarcando una ceja.
Marie lo miró de reojo y luego volvió la vista hacia arriba, observando cómo los niños llegaban a la cima de la atracción.
Arriba, la vista era impresionante. Nico se obligó a respirar hondo, intentando distraerse con el panorama. Desde esa altura, el parque parecía un enorme laberinto de colores y luces intermitentes, con senderos serpenteantes que se entrelazaban entre las atracciones.
Podía ver a la gente moverse como pequeñas hormigas entre los juegos, podía distinguir el parpadeo de las luces de la rueda de la fortuna y el reflejo del sol en los rieles de la montaña rusa. Era fascinante… y aterrador.
—¿Listo para la caída? —preguntó Alex con una sonrisa traviesa, inclinándose apenas hacia él.
Nico tragó saliva, sintiendo cómo la adrenalina le trepaba por la espalda como una descarga eléctrica. Sabía lo que iba a pasar. Sabía exactamente cómo funcionaba esa atracción, el mecanismo de seguridad, la altura exacta desde la que caerían, la velocidad aproximada que alcanzarían antes de que los frenos se activaran.
Lo había calculado mentalmente, había visto las estadísticas, incluso había visto videos para asegurarse de que la probabilidad de que algo saliera mal era mínima. Y, aun así, había algo en la incertidumbre del momento que le revolvía el estómago.
—Listo —respondió con la voz un poco más tensa de lo que pretendía.
Alex lo miró con una ceja en alto, como si analizara cada matiz de su expresión.
—No te preocupes, científico frustrado. Prometo no reírme si gritas.
—No voy a gritar. —Nico frunció el ceño, ofendido.
—Mmm… ya veremos.
Antes de que pudiera responder, la estructura tembló levemente y, en cuestión de un segundo, el mundo a su alrededor se desvaneció en un torbellino de aire y velocidad.
La caída fue brutal, una descarga de adrenalina que se sintió como un vacío en el estómago, una sensación indescriptible que le arrancó el aire de los pulmones. El viento rugió en sus oídos, el paisaje pasó como un borrón de colores y formas sin sentido. En su mente, no hubo cálculos, no hubo lógica, no hubo análisis. Solo la experiencia pura, el momento en su forma más cruda y auténtica.
Y luego, tan rápido como había comenzado, terminó.
El mecanismo se detuvo, la atracción bajó suavemente y los pasajeros soltaron risas nerviosas o gritos de emoción. Nico parpadeó varias veces, su respiración todavía se notaba un poco acelerada, su corazón latía con fuerza en su pecho. Miró a Alex, quien sonreía de oreja a oreja, con los ojos brillantes de entusiasmo.
—¿Y bien? —preguntó ella, girándose hacia él con la expectativa reflejada en cada facción de su rostro.
Nico tardó un par de segundos en responder.
—Fue… —Se interrumpió. Pues, a pesar de todo, de la caída, del miedo, de la incertidumbre que tanto odiaba… Se sintió bien—. Fue interesante.
—¡Tienes que hacer algo más que «interesante» en tu vida, genio! —soltó en medio de una carcajada.
Nico no respondió de inmediato. Salieron de la atracción, todavía con la adrenalina en los cuerpos, y se encontraron con Marie y André, quienes los esperaban con sonrisas expectantes.
—¿Cómo estuvo? —preguntó Marie, analizando cada pequeño gesto en la expresión de su hijo.
Nico se ajustó el cuello de su camisa con un gesto serio.
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hombre de negocios, pequeños genios traviesos, amar otra vez
Editado: 07.07.2025