Capítulo 27
«Solo un niño»
El sonido vibrante del parque de diversiones continuaba envolviendo el ambiente con risas, gritos emocionados y el incesante murmullo de cientos de personas moviéndose de un lado a otro, pero en el pequeño círculo que se había formado alrededor de Nico y Alex, parecía como si todo se hubiera ralentizado por un instante. Los dos niños seguían observándose mutuamente, aún enredados en aquella energía desafiante que los había acompañado durante toda la tarde. Sin embargo, la intensidad del momento se rompió de golpe cuando un sonido familiar se filtró entre la multitud.
—¡Alexandra! Es hora de irnos.
Alex giró la cabeza hacia la voz sin mostrar ninguna prisa en reaccionar.
A diferencia de otros niños que solían quejarse o intentar negociar cinco minutos más, ella simplemente suspiró con resignación, como si ya hubiera anticipado que el final de su pequeña aventura era inminente. Volvió la vista a Nico, inclinó la cabeza con esa seguridad inquebrantable que había demostrado desde el inicio y se acercó a él sin titubeos.
—Parece que me tengo que ir —dijo con naturalidad, sin el menor atisbo de tristeza o dramatismo.
Nico, que aún procesaba todo lo que había ocurrido en las últimas horas, parpadeó un par de veces, como si su cerebro estuviera reorganizando la información. Apenas alcanzó a asentir cuando Alex, con un movimiento rápido y decidido, se inclinó y le dejó un beso en la mejilla. Fue algo breve, sin ninguna timidez ni vacilación. Un simple gesto de despedida, pero que para Nico fue lo más inesperado del día, incluso más que descubrir que la sensación de caída libre en la torre de atracciones no era tan aterradora como había creído.
Marie y André, que observaban desde unos pasos de distancia, intercambiaron una mirada divertida cuando vieron cómo el cuerpo entero de Nico se quedó rígido, como si su sistema hubiera sufrido un cortocircuito.
—Nos vemos, científico frustrado —dijo Alex con una media sonrisa, antes de girarse sin más y salir corriendo en dirección a la mujer que la esperaba unos metros más adelante—. ¡Adiós, adultos responsables! —añadió con tono burlón, despidiéndose de Marie y André con un rápido movimiento de la mano antes de desaparecer entre la multitud junto a su madre.
El silencio que se instaló después de su partida fue casi cómico.
Nico seguía de pie, sin moverse, con la expresión congelada y la vista fija en el vacío, como si su cerebro todavía estuviera ejecutando un proceso demasiado complejo para ser resuelto de inmediato. No dijo nada. Ni siquiera parpadeó.
—¿Nico? —llamó Marie, aguantando la risa.
Nada.
—Creo que se descompuso —murmuró André con diversión, inclinándose un poco para ver mejor la cara del niño—. Lo perdimos.
Marie, que ya no pudo contenerse, soltó una risita antes de agacharse un poco y chasquear los dedos frente a la cara de su hijo.
—¿Hola? Tierra llamando a Nicolás.
El niño reaccionó de inmediato, dando un paso atrás como si acabara de salir de un trance profundo.
—¡No fue nada! —exclamó de golpe, en un tono defensivo que nadie había pedido.
Marie arqueó una ceja, divertida.
—¿Quién dijo que fue algo?
Nico frunció el ceño, cruzándose de brazos con indignación.
—Ustedes lo están pensando.
—Yo no he dicho nada. —André alzó las manos en gesto de rendición.
—Pero lo estás pensando.
Marie le revolvió el cabello con cariño, todavía sonriendo.
—Vamos, Nico, sigamos disfrutando el parque antes de que oscurezca.
Mientras caminaban por el parque, Nico iba en medio de los dos adultos, balanceando los brazos con las manos entrelazadas detrás de la espalda, claramente sumido en sus pensamientos.
Marie y André se miraban de vez en cuando, preguntándose qué tanto podía estar procesando después de su interacción con Alex. La respuesta llegó cuando, sin previo aviso, Nico levantó la mirada y preguntó con total seriedad.
—Mamá, ¿cómo se sabe si alguien te gusta?
Marie parpadeó, casi tropezando con sus propios pies, y André emitió un pequeño sonido ahogado, llevándose una mano a la boca como si tratara de no reírse.
—¿Perdón? —logró decir Marie, girándose hacia su hijo con el ceño fruncido.
—Si alguien te gusta —repitió él con total naturalidad—, ¿cómo lo sabes?
Marie abrió la boca y la cerró varias veces, buscando palabras adecuadas, pero lo único que le salió fue una exclamación muda de sorpresa. Se giró de inmediato hacia André, quien alzó ambas manos como si estuviera fuera de esa conversación.
—Oh, no. Yo no me meto en esto —dijo, aún con una sonrisa divertida.
Marie le lanzó una mirada de incredulidad antes de volver a enfocarse en Nico.
—Bueno… a ver… —hizo una pausa para ordenar sus ideas—. Es cuando alguien te hace sentir cosas bonitas, como cuando estás feliz de verlo o quieres pasar tiempo con esa persona.
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hombre de negocios, pequeños genios traviesos, amar otra vez
Editado: 28.04.2025