Capítulo 30
«Operación: Adiós Andre»
El sol apenas había comenzado a filtrarse por las cortinas cuando Nico abrió los ojos, completamente despierto y listo para la batalla.
Había dormido poco, pero la emoción de su misión lo mantenía alerta. Su plan estaba claro y cada paso calculado con la precisión de un ajedrecista experimentado.
Hoy sería el primer día de la operación Adiós, André, y si todo salía como esperaba, muy pronto el intruso dejaría de rondar a su madre y él recuperaría la paz de su hogar.
Se sentó en la cama y se frotó los ojos, inspirando profundamente para centrarse en la tarea que tenía por delante. No podía dejarse llevar por emociones innecesarias. Esto era un asunto serio, una estrategia que debía ejecutarse con precisión.
Se vistió rápidamente, asegurándose de llevar un atuendo que reflejara su absoluta seriedad: una camiseta con la ecuación de la relatividad en el centro y pantalones cómodos para maniobras estratégicas.
No era solo una elección de ropa, era una declaración de intenciones. Estaba en modo táctico y necesitaba que el mundo lo supiera.
Luego, con la mirada aguda de un comandante en plena guerra, agarró su cuaderno de notas y repasó mentalmente la primera fase de su plan, repasando cada detalle con el mismo nivel de atención que ponía en sus experimentos científicos.
—Bien, Nicolás —se dijo a sí mismo mientras se miraba en el espejo con expresión determinada—. Hoy empiezas tu camino hacia la victoria. Recuerda: discreción, inteligencia y cero piedad.
Salió de su habitación con pasos silenciosos, como un agente encubierto en una misión secreta. Su madre ya estaba en la cocina, preparando el desayuno, completamente ajena al caos que estaba a punto de desatarse. Mientras se acercaba, hizo un esfuerzo por suavizar su expresión, recordándose que la clave del éxito era no levantar sospechas demasiado pronto.
—Buenos días, mami —saludó con una voz casual, asegurándose de sonar relajado.
Marie lo miró con una sonrisa y se inclinó para besarle la frente, pero al hacerlo, frunció ligeramente el ceño al notar el brillo inusual en los ojos de su hijo.
—Buenos días, cariño. Te ves… ¿sospechosamente despierto para ser tan temprano?
Nico fingió una risita natural y se encogió de hombros, como si la pregunta no tuviera mayor relevancia.
—Solo tengo mucha energía hoy —respondió con la mayor inocencia posible.
Marie entrecerró los ojos, como si sospechara algo, pero no insistió demasiado. En cambio, le sirvió su desayuno y continuó con sus cosas, ajena a la tormenta que se avecinaba.
Por otro lado, Nico ya estaba evaluando sus siguientes pasos.
Sabía que André solía salir a trotar por las mañanas antes de abrir su negocio, así que si quería iniciar con éxito su plan de molestias constantes, tenía que moverse rápido. No podía desperdiciar tiempo.
Se concentró en terminar su desayuno lo antes posible, aunque cada bocado le parecía una eternidad, y apenas tuvo la oportunidad, se deslizó fuera de la casa, asegurándose de no llamar demasiado la atención de su madre.
Cuando llegó a la entrada del vecindario, la calle estaba tranquila, apenas unas pocas personas paseaban por la acera, y el clima estaba lo suficientemente fresco como para que la caminata matutina fuera agradable. Era el escenario perfecto.
Y ahí estaba su objetivo: André trotaba a un ritmo constante, con su típica expresión de concentración y esos audífonos que siempre llevaba. Parecía completamente ajeno al desastre que estaba a punto de caer sobre él.
Nico sonrió con picardía. Era el momento perfecto.
Con pasos calculados, se posicionó a un lado del camino por donde André pasaría y, justo cuando este estuvo lo suficientemente cerca, comenzó la primera fase de su plan.
—¡ANDRÉ, CUIDADO! ¡UNA ABEJA GIGANTE!
El grito resonó en la calle con tal dramatismo que incluso una señora que paseaba a su perro pegó un pequeño salto.
André, quien estaba en plena carrera y completamente distraído por la música, reaccionó de manera instintiva: se detuvo en seco y agitó las manos alrededor de su cabeza como si en verdad una abeja del tamaño de un colibrí estuviera intentando atacarlo.
En su confusión, perdió el equilibrio y dio un paso en falso… cayendo de lado justo en un pequeño charco de agua.
Nico tuvo que morderse el interior de la mejilla para no reírse en su cara, pero por dentro se felicitó a sí mismo por la ejecución impecable del plan.
André, aún en el suelo y con una expresión de absoluta indignación, se quitó los audífonos con un movimiento brusco y miró a Nico con incredulidad.
—¿Dónde está la abeja gigante?
Nico se encogió de hombros, fingiendo confusión con una maestría digna de un actor experimentado. Observó alrededor como si estuviera buscando al supuesto animal.
—Oh… creo que se fue. Tal vez ni siquiera era una abeja, sino solo una hoja moviéndose con el viento.
André lo miró por un largo segundo, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada, antes de soltar un suspiro exasperado y levantarse lentamente, sacudiéndose el agua de la ropa con expresión derrotada.
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hombre de negocios, pequeños genios traviesos, amar otra vez
Editado: 28.04.2025