Capítulo 31 «Operación: Adiós Andre (parte 2)»
El segundo día comenzó con la misma puntualidad meticulosa de un científico que repite su experimento con absoluta devoción.
Nico se levantó antes que el sol, repasó su pizarra con el ceño fruncido y un lápiz en la oreja como si se tratara del ingeniero jefe de una operación militar secreta.
Sus ojos se clavaron en la segunda fase, esa que él había bautizado con absoluta solemnidad como Confusión total. Sabía que, para derribar a un adulto como André, no bastaba con una simple caída en un charco; no, eso había sido solo una pequeña demostración de poder.
Si quería que el tipo tirara la toalla, se largara del vecindario y lo dejara en paz con su madre, tenía que hacer que dudara de su propia percepción de la realidad. Y eso, pensaba con una sonrisita torcida mientras mordía el extremo del lápiz, era un arte que solo los verdaderamente inteligentes podían ejecutar sin ser descubiertos.
Durante el desayuno, se mantuvo tranquilo, comiendo su cereal con una compostura exageradamente correcta, tanto que Marie le lanzó un par de miradas curiosas, como si se preguntara si había cambiado a su hijo por una versión clonada.
Él solo sonrió y bebió su leche en silencio, mentalmente repasando los materiales que había reunido la noche anterior: sal y azúcar debidamente cambiados en pequeños frascos idénticos; un USB con una colección de fondos de pantalla que iban desde ositos bebés llorando sangre hasta rostros de patitos con ojos demasiado humanos; y, por supuesto, una libreta con frases científicas al azar para usar cuando necesitara que André sintiera que había sido arrojado a una clase de física cuántica sin manual de instrucciones.
Cuando finalmente André apareció, como cada mañana, luciendo su típica camisa pulcra, esa sonrisa despreocupada que a Nico ya comenzaba a parecerle sospechosamente encantadora, y con su laptop bajo el brazo, Nico supo que era el momento ideal para comenzar. No podía atacarlo de frente; tenía que hacerlo en pequeñas dosis, como un veneno administrado con una jeringa invisible.
—¡Hola, Alonso! —saludó con la voz más alegre del mundo, apareciendo de la nada justo al lado de él. André frunció el ceño apenas por un segundo.
—Me llamo André, Nico. Ya te lo he dicho varias veces —respondió con paciencia, aunque un poco desconcertado por el entusiasmo repentino.
—¡Oh, cierto! Perdón, Arturo. Lo olvidaré de nuevo.
André lo miró con una ceja alzada, sin saber si el niño hablaba en serio o estaba jugando con él.
Nico sonrió con inocencia, con esa carita imposible de sospechar, y se escabulló antes de que él pudiera responder. Marie apareció justo después, saludando con un gesto de la mano mientras le pedía a André que esperara un momento para traerle algo.
Perfecto.
La laptop quedó sola sobre la mesa de la cocina, sin supervisión… y sin protección. Nico, como un agente entrenado para aprovechar cualquier debilidad, se deslizó con cuidado felino hasta el dispositivo y, sin abrirlo completamente, conectó el USB con la destreza de alguien que había hecho esto más de una vez. Un par de clics, un cambio de fondo programado para cada diez minutos, y listo. Cerró todo con rapidez, se acomodó el pelo y se fue silbando por el pasillo como si no hubiera hecho absolutamente nada.
Más tarde, ya en la tarde, cuando Marie salió al supermercado y André se ofreció amablemente a quedarse con Nico, las cosas comenzaron a tomar otro nivel.
A esas alturas, ya había pasado suficiente tiempo como para que el fondo de pantalla se hubiera activado, y Nico no pudo evitar observar con disimulo desde la sala cómo André abría su laptop con total tranquilidad solo para encontrarse cara a cara con una imagen de un unicornio llorando lágrimas negras, con la frase: «La lógica está sobrevalorada» flotando encima. Fue sutil, solo una sacudida leve en la expresión de André, pero para Nico fue suficiente. Era como ver a su enemigo retroceder una casilla en el tablero.
—¿Necesitas ayuda con algo, Alfonso? —preguntó desde el sillón, sin levantar la mirada de su libro.
—¿Alfonso de nuevo? —André ya no sonaba molesto, sino perplejo.
—Perdón, perdón… Amador.
André soltó una pequeña risa, pero esa mueca confundida seguía flotando en su rostro mientras cerraba la laptop, como si sintiera que algo no cuadraba pero no supiera exactamente qué.
La cena fue el escenario perfecto para ejecutar otro de sus clásicos: el intercambio de condimentos. Marie había cocinado una sopa deliciosa y André, sin pensarlo, agregó una cucharada generosa del frasco de «sal». El silencio posterior fue glorioso para Nico. André probó su cucharada con absoluta confianza… y luego tragó con dificultad, sus ojos parpadeando al darse cuenta de que aquello tenía un sabor terriblemente dulce.
—¿Está buena? —preguntó Nico, mordiéndose el interior de la mejilla para no reír.
—Eh… sí. Un poco… extraña. ¿Le pusiste algo diferente, Marie?
Marie lo miró confundida.
—No, nada fuera de lo común.
—Curioso —dijo André, mientras volvía a probar la sopa con cautela, y Nico tuvo que salir de la cocina porque la risa se le escapaba por los bordes de los labios.
Cuando Marie no estaba mirando, también comenzó la etapa más activa de las molestias constantes. Se sentaba a su lado en el sofá, y de la nada comenzaba a hablar de fórmulas imposibles, de entropía, de partículas hipotéticas y de ecuaciones no resueltas, con una rapidez que no dejaba espacio a que André reaccionara. Cada vez que él intentaba ver una película o simplemente respirar, Nico ya estaba ahí.
—¿Tú sabías que si una persona salta en el espacio sin estar atada a una nave se perderá para siempre en el vacío, sin poder detener su trayectoria, girando como una pizza mal lanzada? ¿No te parece aterrador? —decía, sin darle tiempo a contestar, lanzándole datos que ni siquiera sabía si eran verdad pero sonaban convincentes.
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hombre de negocios, pequeños genios traviesos, amar otra vez
Editado: 28.04.2025