Capítulo 32
«Dominar el mundo»
El tercer día amaneció con un cielo pálido, como si el sol también estuviera despertando a regañadientes.
Nico ya no necesitaba repasar su pizarra porque cada una de sus fases estaba tatuada en su mente como una fórmula que se repetía con exactitud quirúrgica. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos que había desplegado en las últimas cuarenta y ocho horas, había algo que no lo dejaba del todo satisfecho.
André no se había ido, ni había mostrado signos evidentes de colapso emocional.
Sí, se le notaba más cansado, más confundido, incluso más paranoico —porque más de una vez había entrado a la cocina y olisqueado su taza antes de beber algo—, pero no estaba huyendo, ni se había marchado, ni había dicho algo como: «No puedo más con este niño». Y eso, para Nico, era una gran señal de alerta.
Su enemigo, al parecer, tenía más resistencia de la que había anticipado. Y eso solo significaba una cosa: debía escalar.
Sin embargo, lo que Nico no sabía era que, desde el otro lado del tablero, dos adultos habían comenzado a intercambiar miradas cargadas de dudas y preocupación.
Marie, en particular, lo observaba cada vez más en silencio, notando esos comportamientos que antes le parecían adorables pero que ahora empezaban a tener una sombra extraña.
No era que su hijo estuviera actuando de forma peligrosa ni nada alarmante, pero definitivamente algo había cambiado. No solía ser tan sarcástico, ni tan retorcidamente «ingenioso». Ya no se reía tanto con los programas de ciencia que le gustaban; ahora los miraba como si estuviera tomando notas para algo más importante.
Y, sobre todo, había algo en su mirada cuando André estaba cerca… algo afilado.
André, por su parte, no era precisamente experto en niños, pero había tratado de mantenerse sereno, incluso cuando Nico había llamado a su reflejo en el espejo «una ilusión de percepción creada por un sistema óptico deficiente».
Al principio pensó que era solo una etapa, una de esas fases intensas que tienen los niños brillantes, pero después del incidente del azúcar en su café (el tercer día consecutivo que algo sabía completamente mal en su taza), comenzó a pensar que el niño, tal vez, solo tal vez… lo estaba molestando a propósito. Aunque no tenía pruebas. Aunque cada travesura podía ser explicada con un simple «fue sin querer» o un «no sabía que era tu comida», lo cierto es que el patrón era cada vez más obvio.
Fue durante un pequeño descanso en la terraza, mientras compartían una charla informal con Marie y el propio Nico dibujaba en silencio en su cuaderno, que André alzó la voz, con tono casual, pero con una intención bien clara detrás.
—¿Tú no has notado que Nico está… no sé, algo más inquieto últimamente?
Marie bajó la taza de té y miró a su hijo, que en ese momento parecía totalmente absorbido por su dibujo. Sus trazos eran precisos, casi mecánicos, y si uno se acercaba lo suficiente podía notar que no estaba dibujando paisajes ni animales, sino lo que parecía ser un esquema… ¿de un sistema de poleas?
—¿Inquieto cómo? —preguntó, aunque su voz ya delataba que también había notado algo.
—No sé, —respondió André, encogiéndose de hombros—, a lo mejor es una tontería mía, pero siento que me observa como si estuviera evaluándome. Y luego hace cosas raras. Me cambia el nombre cada vez que me habla, come mi comida, me da datos científicos como si fueran amenazas cifradas, y esta mañana encontré mi laptop con un fondo nuevo que decía: «Tus decisiones afectan la estructura molecular de tu café». ¿Tú se lo cambiaste?
Marie parpadeó.
—No… Y eso suena mucho a Nico.
Ambos guardaron silencio por unos segundos. André soltó una risita nerviosa y agregó, tratando de quitarle peso a la conversación:
—A lo mejor solo necesita un cambio de ambiente, ¿no? Un respiro, algo que lo saque de la rutina. No digo que esté mal, pero… quizás le vendría bien un poquito de campo.
Marie lo miró, pensativa, y entonces recordó el campamento que André le había mencionado días atrás, ese para niños científicos. Aunque había sido una buena idea en su momento, ahora, con el humor cambiante de Nico, le entraban dudas. No por él como niño, sino porque parecía haber construido un pequeño mundo mental del que solo él tenía las llaves.
—¿Y si lo llevamos nosotros primero? —propuso—. Un ensayo, por así decirlo. Podríamos hacer una salida corta, al campo. Los tres. Como una especie de prueba antes del campamento de verdad. Así vemos si realmente está preparado para compartir con otros niños, estar lejos por unos días, sin que se sienta obligado o ansioso.
—Me gusta —respondió André enseguida—. Y así también lo distraemos un poco. A veces, cuando estás tan metido en tu cabeza, lo único que necesitas es un poco de tierra, árboles… y fuego para quemar malvaviscos.
Marie sonrió, más aliviada de lo que esperaba, y cuando se lo propusieron a Nico, él simplemente alzó una ceja.
—¿Una salida los tres? ¿Al campo?
—Sí —dijo su madre—. Algo simple. Acampamos, cocinamos, vemos estrellas…
—Y hablamos de ciencia —añadió André, con media sonrisa.
#2011 en Novela romántica
#726 en Chick lit
#708 en Otros
#255 en Humor
hombre de negocios, pequeños genios traviesos, amar otra vez
Editado: 28.04.2025