¡ No te acerques a mi mami !

Capítulo 33 «Maleta ¿defectuosa?»

Capítulo 33
«Maleta ¿defectuosa?»

El día amaneció soleado, con ese tipo de cielo tan limpio que parecía haber sido pintado a mano para dar paso a una aventura. Marie preparaba las últimas cosas mientras André, puntual como siempre, llegaba con una mochila más grande de lo necesario, pero con una expresión relajada. Había insistido en hacer ese viaje como un pequeño ensayo antes del campamento científico, una forma de probar el terreno y ver si Nico estaba realmente listo para pasar unos días lejos de casa.

—¿Lista para acampar? —preguntó él, sonriendo mientras bajaba de su auto.

—Lista es poco —respondió Marie, con ese brillo entusiasta en la mirada que André empezaba a encontrar peligrosamente encantador.

—¿Y el genio en miniatura?

—Arriba, revisando su maleta por décima vez —contestó ella, conteniendo una risita.

Y en efecto, Nico estaba en su habitación, haciendo un último repaso a su propio equipaje… y celebrando en silencio su gran golpe del día. A la mochila de André ya le había hecho los «ajustes necesarios».

Sin levantar sospechas, y con movimientos precisos, había retirado todo lo útil: el encendedor, la linterna, la brújula digital, incluso el cuchillo multiusos. En su lugar, había puesto objetos que, según su lógica, eran completamente inútiles en un campamento: una calculadora vieja que hacía más ruido que cálculos, una caja vacía de galletas que parecía prometer algo delicioso y solo ofrecía decepción, y un rollo de papel decorativo con unicornios fluorescentes.

«Nadie puede acampar con unicornios», pensó satisfecho, mientras cerraba su maleta.

En el trayecto hacia el lugar, Nico se mantuvo en silencio la mayor parte del tiempo, con un libro abierto sobre las piernas y una expresión imperturbable. Pero no dejaba de observar. Su madre, al volante, sonreía más de lo usual. Y André, sentado en el asiento del copiloto, no dejaba de devolverle miradas y comentarios suaves, casi como si estuvieran en una especie de… ¿Cita? Nico frunció levemente el ceño.

—¿Sabías que en promedio, los adultos se miran a los ojos por menos de tres segundos en una conversación normal? —interrumpió de la nada, sin apartar la vista de su libro.

—¿Ah, sí? —respondió Marie, divertida—. ¿Y por qué lo dices?

—Porque ustedes llevan al menos siete —comentó con naturalidad, levantando apenas una ceja.

Marie soltó una carcajada que intentó disimular con una tos.

—¡Dios, Nico! Eres terrible —le dijo, sin poder contener la risa.

—Bueno, es bueno observar. Es parte del método científico —añadió André, en tono conciliador. Sonrió, pero no supo muy bien si era por ternura o por nerviosismo.

—Observar no es lo mismo que invadir el espacio vital ajeno. —Nico respondió sin levantar la vista.

André tragó saliva, fingiendo que no le afectaba el comentario. Cuando llegaron al lugar, Marie descendió primero, estirando los brazos con una expresión de alivio.

—¡Ah, esto es justo lo que necesitaba! Aire limpio, árboles, cielo despejado…

—Y bichos, humedad, inestabilidad del clima y terreno potencialmente irregular —añadió Nico, bajando con su cuaderno bajo el brazo.

—Vamos, científico —le dijo André mientras sacaba su mochila—. Un poco de contacto con la naturaleza te vendrá bien.

—¿De verdad crees que alguien en su sano juicio disfruta dormir en el suelo?

André rio, mientras abría la mochila. Pero la sonrisa le duró exactamente tres segundos.

—¿Qué…? ¿Dónde está…?

Comenzó a rebuscar entre sus cosas, con la frente fruncida.

—¿Pasa algo? —preguntó Marie, acercándose.

—Creo que… olvidé algunas cosas básicas. No encuentro el encendedor, ni la linterna. Ni siquiera los cubiertos. Estoy seguro de que los puse aquí…

—¿Un descuido? —sugirió Nico, acercándose con aparente curiosidad—. Tal vez deberías revisar de nuevo. Aunque si quieres, puedo enseñarte a hacer fuego con una lupa y la luz solar. Claro, si no te molesta intentarlo como los humanos primitivos.

—¿Me estás llamando cavernícola? —bromeó André, mirando al niño de reojo.

—Solo digo que improvisar requiere inteligencia… y recursos —respondió Nico con una sonrisa que era una mezcla de inocencia y sarcasmo.

André soltó una risa breve, aunque en el fondo no estaba seguro si el niño bromeaba o si realmente le estaba haciendo la vida imposible.

—No te preocupes —intervino Marie—. Seguro podemos improvisar. Tenemos el encendedor del coche, y trajimos una lámpara extra. No es el fin del mundo.

—Todavía no —murmuró Nico, bajito, como para sí mismo.

Mientras comenzaban a instalar las tiendas, Nico se mantuvo siempre cerca de su madre. Cada vez que André intentaba hablar con ella o hacer algún comentario, él encontraba la forma de interrumpir.

—Mamá, ¿me ayudas a atar esta cuerda? —preguntaba justo cuando André estaba contando una anécdota graciosa.

—Mamá, ¿te conté lo que leí ayer sobre el tiempo en Marte?




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