Vuelvo a Devonshire con el corazón curado, o eso creía. Los campos verdes se extendían por el largo camino. Pronto estaría en mi casa. Cerré los ojos evocando los últimos recuerdos que tenía de mi hogar. No me creía que el largo tiempo que había transcurrida desde la última vez que vine aquí. Creo que había pasado siglos en vez de dos años. La última vez que estuve fue cuando presencié la boda de Julian con esa hermosa joven.
¿Cómo estarían su madre, su hermana y su primo?
¿Y Julian?
Un peso se posó en mi pecho al recordar la carta de Cassandra que, hacía mucho tiempo había recibido en un lugar recóndito de Europa. En esa nota decía que el duque, nuestro padre, había fallecido. No pude viajar por aquel entonces ya que estaba lejos y mi tía había caído enferma. Desde entonces me lamentaba no haber podido acompañar a mi hermana Cassie y a Julian en ese día trágico. Era un pesar que llevaba dentro. Seguramente él pudo despedirse.
Esperé sentir ese vuelco nervioso que estaba bastante familiarizada, pero no lo sentí. Eso era que estaba bien.
Mi corazón no suspiraba por su nombre.
Un rayo travieso de luz se coló por la ventana alumbrando la alhaja que ocupaba en mi dedo corazón de mi mano izquierda.
Ahora estaba casada y no podía pensar en otro hombre.
Levanté la mirada me topé con unos ojos grises, fríos como el hielo.
Sus labios no se dibujaron una sonrisa. Era un hombre de pocas sonrisas. No como Julian.
Algo pasaba en su mirada grisácea que me inquietaba.
- ¿En qué piensas? - me preguntó esa voz grave con ese acento meloso.
Un escalofrío me recorrió por mi espina dorsal. ¿Me acostumbraré a su voz cuando esperaba escuchar a otro?
- Nada - mentí y me sorprendí que mi propia voz no temblara.
En cambio, no soporté más su intensa mirada y aparté la mía bruscamente, rompiendo cualquier contacto visual.
Mi instinto me advirtió que él no me había creído.
Moví la cabeza apartando mis absurdos pensamientos.
Lo más que me preocupaba era encontrarme...
A Julian.