El señor Caruso y el señor Lombart fueron hacia Londres para conversar con unos amigos de este último. Se reunieron en el club donde Dante se quedó sorprendido por la comodidad que ofrecía el ambiente. Era elegante y sobrio, muy distinto a los cargantes salones italianos, donde más de una vez fue solicitado por otras razones muy diferentes a las de hoy.
"Lo estás haciendo bien, Dante. Ésta es la vida que alguna vez soñaste".
Aunque no lo demostraba, estaba ansioso por comenzar esa aventura en el mundo laboral. En Italia, desde muy joven y precoz no había sido dueño de su propia vida hasta que el destino le puso a su camino a la joven Werrington y a su tía. Gracias a ellas, le ofrecieron muchas cosas que no se había imaginado. Una de ellas, su libertad aunque casi le costó la vida.
Aquello era una oportunidad que no iba a desaprovecharla.
Los amigos del señor Lombart eran empresarios. Uno se llamaba el señor Derek Ferguson, dueño de una de las líneas del ferrocarril; el otro, el señor Dickison se dedicaba al mercado internacional, en el sector de exportaciones e importaciones de mercancías. Lombart actuó de mediador en varias ocasiones, ya que sus amigos no se fiaban de la palabra de un extranjero. Dante, usó su artesanal que guardaba dentro, y les enseñó los documentos necesarios para mostrarle la liquidez que tenía.
"Si no fuera por dicha oferta que le hizo en su día una señora amable, no estaría ahí", se quitó ese pensamiento de inmediato. Parecía que no se podía quitar la espina del remordimiento.
Los documentos convencieron a los empresarios. Dante decidió finalmente asociarse con el señor Dickison. Siguió a su intuición, que siempre le había guiado en su destino, y apostó por comprar unas de las acciones y ser socio de la empresa. Sentía que muy pronto podría ser aquel hombre que una vez soñó de niño.
Una hora después, los señores Ferguson y Dickison se fueron del club y se quedaron a solas Dante y Lombart compartiendo opiniones e impresiones tras esa reunión.
—Déjame que te invite a una copa — le dijo Dante con una sonrisa.
— ¿Estás satisfecho con tu nuevo inicio en el mundo laboral? Muchos hombres no les gusta llevar la vida de un burgués.
El marido de su prima pidió dos copas de vino al camarero de la barra y contestó al primo de Diane. "Diane", su sangre empezó a bombear descontroladamente al pensar en ella. ¿Qué estaría haciendo?, ¿lo echaría de menos?
—Sí. No me desagrada trabajar - se encogió de hombros. Aunque hubo un trabajo que sí le trajo más cicatrices a su alma de lo que le hubiera gustado, intentó relajarse y no pensar en ello—. Ahora mi vida ha comenzado un nuevo rumbo, no quiero quedarme de brazos cruzados sin hacer nada.
— Me alegra oír eso. — le sonrió y era sincero —. Cuando llegaste a Devonshire con mi prima, tuve mis primeras dudas.
—¿Por qué? — preguntó curioso y una media sonrisa se dibujó en su rostro —¿Por qué podría ser un libertino y mafioso?
Matthew soltó una carcajada. Tenía un buen sentido del humor.
—Si he de ser sincero — dijo cuando acabó de reírse —, me extrañó que mi prima se casara. Pensaba que no lo iba a hacer.
Dante lo miró y vio que él bajaba por un momento la mirada a su copa.
—De ahí mi sorpresa y mis dudas cuando llegaste.
El otro hombre asintió sabiendo que no le había contestado realmente. Su mente voló a la imagen de otro hombre. Sin ser consciente, su puño se cerró en el pie de la copa. Viendo otra vez que perdía un poco de su control, relajó la mano. ¿Qué le pasaba?, se preguntó angustiado y se pasó una mano al rostro.
—Ven, Dante. Te voy a enseñar las instalaciones del club, quizá pueda convencerte que te hagas socio también.
Asintió sabiendo que sería una buena distracción, así no regodearse en sus pensamientos oscuros.
Matthew y él emprendieron el regreso de Devonshire ya que no había razón para quedarse más tiempo en Londres. Además, Matthew no quería estar más tiempo separado de su esposa y de su hijo. Dante lo entendía porque él le pasaba lo mismo. Llegaron a las tantas de la madrugada, por lo que nadie les recibió en el vestíbulo, salvo el mayordomo que les abrió la puerta medio adormilado.
— Buenas noches, Dante, nos veremos mañana — el hombre moreno asintió.
No pudo evitar esbozar una sonrisa al verlo casi recorrer a zancadas los escalones que le dirigían hacia las habitaciones de arriba. Él estuvo un rato ahí parado antes de subir a su dormitorio. Pero durante el trayecto hacia su alcoba, cambió de dirección.
Sigiloso como una pantera fue caminando por los pasillos de la segunda planta. Estaba todo alumbrado por las velas de los candelabros. No se le había olvidado por donde quedaba la habitación de su esposa.
Con cuidado abrió la puerta. No estaba cerrada por dentro. Le dio la bienvenida la oscuridad aunque un halo de luna iluminaba un poco la habitación, quedando en la penumbra. La alfombra amortiguó sus pasos. Se dirigió con calma hacia la cama dosel que tenía las cortinas echadas a un lado.