Día de la cacería.
En las propiedades de los señores Madison se había preparado todo para que saliera perfecto la cacería que había organizado los anfitriones. También, para aquellas personas que no querían participar se habían levantado unas carpas en el jardín, donde estaban puestas unas mesas para tomar aperitivos mientras conversaban. De igual manera, se dispusieron habitaciones para los invitados que querían tomar un descanso o, directamente, pasar la noche en la casa.
Los anfitriones no habían dejado ningún detalle sin ultimar. Había preparado aquella fiesta para agradar a sus vecinos y ser lo mejor de la comarca. Las damas podían participar, al igual que los hombres, en la cacería. Se habían vestido con las mejores trajes de amazona.
Diane deseó que su hermana hubiera podido participar y no la hubiera dejado a solas. En su fuero interno gimoteó. Relajó a su yegua con palmadas, parecía notar su interno nerviosismo. Hacía tiempo que no había montado un caballo. Tampoco, es que le entusiasmara demasiado montar. Sus pares les encantaba dicha actividad porque les proporcionaban libertad y adrenalina. En verdad, no estaba sola. Había a su alrededor un grupo de mujeres que hablaban en voz alta con evidente interés sobre la cacería.
Pero se produjo un silencio entre ellas cuando una persona pasó por delante delante acercándose hacia ella.
"Su marido"
Él no era consciente de las miradas que atraían hacia su persona. Sobre todo en el sector femenino. Alzó una ceja e intentó no mirar hacia las damas que se comían con la mirada a su marido.
No encontraba ese hecho algo cómodo. Realmente, no le gustaba nada aquello. Su yegua relinchó dándose cuenta de su malestar.
El señor Caruso cortó la distancia que había entre él y el animal y lo apaciguó como ella lo había hecho. Se acercó tanto, que ella podía observar el iris grisáceo de sus ojos.
— ¿Estás segura de querer montar? — la voz de su marido la sorprendió.
Veía en sus ojos dudas. En su corazón sintió la calidez de su preocupación hacia ella. Quería alejar esas dudas.
—Sí —mintió y sus mejillas se ruborizaron.
— No tienes que mostrar que eres una buena amazona, Diane. Este juego es ridículo - ella soltó una risa nerviosa provocando un nuevo relincho en el animal.
—Sooo — quedó fascinada al ver cómo su yegua quedaba relajada con su tacto. No era la única que le pasaba por lo que pudo observar a su alrededor.
— Si te parece ridículo, ¿por qué estás aquí participando, según tú, en este juego?
No fue preparada para la mirada intensa que le dedicó su marido, se quedó sin aire en los pulmones. Apretó con fuerza las riendas contra el tejido de sus guantes. No pudo escuchar su respuesta porque sonó la corneta.
La voz del señor Madison se impuso y les dijo que se pusieran en sus puestos.
— No te alejes de mí —le dijo antes de irse.
— ¿Piensas que me caeré?
Vio una sonrisa socarrona en sus labios y ella quiso darle un golpe en su hombro, pero su esposo supo aprovechar ese tiempo para alejarse de ella. Para sorpresa suya acabó respondiéndole a la sonrisa. Pero esa sonrisa despareció de sus labios cuando se topó con otra mirada y el ceño fruncido del mismo dueño.
Apartó la mirada de Julian. No entendía su disgusto.
El señor Madison les avisó que al dar el segundo toque comenzaría la cacería. Los perros de la raza beagle estaban ladrando, ansiosos por encontrar su esperada recompensa, un pobre zorro.
No pasaron tres minutos cuando se escuchó el segundo toque. En un abrir y cerrar de ojos, se vieron azuzando a sus caballos para que fueran hacia la presa. Los caballeros, algunos de ellos llevaban escopetas, fueron los primeros en lanzarse mientras que las damas hacían lo mismo. La carrera se vio muy ajustada.
Diane intentó mantenerse en su montura, le costaba sortear los obstáculos que se encontraba por el camino, por ejemplo piedras, troncos caídos en el suelo de la tierra. Siguió la estela de sus compañeras y buscó con la mirada alguien familiar. Pero no vio a Julian ni a su marido.
La caza del zorro iba terminando cuando se vio a sí misma volver a la casa. No tenía ningún sentido seguir a un pobre animal. Un mozo la ayudó a desmontarse y fue hacia la mesa donde estaba su hermana y su primo, que sostenía al pequeño Patrick.
— Diii — le llamó el pequeño desde el regazo de su padre. Lo cogió y se le olvidó de un plumazo la frustración que tenía consigo misma.
—Hola —le dio un beso en la nariz mientras tomaba asiento.
—Pensaba que te divertirías — comentó Cassie en un intento de animarla.
La joven soltó un bufido poco favorecedor.
—Si te sirve de consuelo, Diane — dijo Matthew —, no has sido la primera en regresar.
No le servía mucho de consuelo, pero su primo tenía razón al percatarse que, algunas damas que habían estado presentes en la caza, estaban allí hablando como cotorras.