No creía que podía morirse más de la vergüenza hasta en ese momento. Sus mejillas se colorearon como dos manzanas rojas. Si alguien le hubiera avisado de esa situación, no habría entrado. ¿Quién le diría que pillaría a su marido desvistiéndose? Una situación muy normal entre esposos, pero para ella no. Ya que antes no lo había visto así.
De sus labios se escapó un leve grito delatando su presencia ante el hombre que la miró sorprendido.
Ella se dio la vuelta con las manos en la cara mientras escuchaba el crujido de unas telas. Escuchó unas palabras italianas que no logró entender. Aunque por el tono con que las decía, parecía estar mascullando unos insultos.
— No sabía que te escandalizarías — dijo un rato después en su idioma.
— Yo... nunca he visto... — consciente que estaba tartamudeando se interrumpió— . Por favor, no quiero morirme más de la vergüenza.
Dante la miró con una media sonrisa, aunque por dentro no sentía ninguna alegría. Diane no pudo ver nada porque le estaba dando la espalda. Tenía los ojos cerrados, y con las manos tapando el rostro.
Apiadándose de ella, se puso rápidamente la camisa sobre su pecho desnudo. No quería mortificarla más tiempo.
— Podéis daros la vuelta, os prometo que voy vestido.
Confiando en su palabra, se dio la vuelta y abrió los ojos.
"Iba vestido", suspiró para sus adentros. Aunque la camisa de color blanca que llevaba puesta, marcaba parte de sus músculos del torso y revelaba cierta parte de su piel, a la altura de su clavícula. Un rubor trepó nuevamente por su cara. Fingió que no había visto nada. Ni un poquito de su piel desnuda. Sin embargo, tenía la imagen de él casi desnudo grabado con fuego en su mente.
Su marido no mencionó ni una palabra sobre su sonrojo para no abochornarla más.
— Me iba a dar un baño — señaló con la mano la bañera que ocupaba en el centro —. No era mi intención ofenderos.
— No me has ofendido.
Era verdad. El problema era que no estaba acostumbrada a ese grado de intimidad con él.
Él siempre había sido respetuoso con ella manteniendo las distancias. Fue una petición de su parte cuando se casaron. Él lo había acatado sin faltarle el respeto. Desde aquel entonces no se había propasado con ella.
Diane frunció el ceño al darse cuenta de un detalle importante. Él no la estaba tuteando. Se fijó, para su repentino temor, que ya no la miraba como antes. ¿Qué había pasado? El hombre que tenía enfrente era distinto al que había visto esta mañana. Estaba como... distante, ausente. Un nudo se le cerró en la garganta.
— ¿Ocurre algo? — se acercó temiendo su respuesta, Dante miraba al infinito y no a ella.
— No sé, no he sabido nada de mi esposa durante tres horas — le vio tragar saliva, parecía que le costaba.
Seguía sin mirarla. En cambio, ella por unos segundos, se quedó mirando su garganta, fascinándose por el sutil movimiento de su nuez.
—Dante, lo siento. No pretendía preocuparte — se apoyó en uno de los postes de la cama, queriendo mantenerse firme sobre algo. El bajo de su falda rozó la pierna de su marido. Estaba a unos milímetros de él —. Julian me necesitaba.
A pesar de su cercanía no alzó su mirada hasta que mencionó a Julian. O más bien, el comentario de ella. Sus palabras le habían escocido como sal a la herida. Intentó fingir que no le había dolido.
— ¿Se encontraba tan mal? — preguntó con voz neutra.
Se levantó y lo vio alejarse de ella.
"Dante, ¿qué te pasa?" En vez de preguntarle otra vez, contestó a su pregunta:
— Por fortuna ha sido una mala caída, un golpe a caerse. Me pensé que podría haber sido mucho peor...
— Cara mía — le cortó seco, intentó no sonar molesto aunque por dentro, en su pecho, ardía—. Entiendo la preocupación que habéis tenido por vuestro hermanastro... Pero si yo hubiera caído también, ¿habréis venido a mi lado para curarme las heridas?
No dudó en responder sin entender a qué venía esa pregunta.
— Claro que sí, soy tu esposa — lo era, la prueba era el anillo que llevaba puesto en el dedo anular.
Él quería que fuera más que su esposa. Pero no lo dijo, le dio la espalda ocultándole ese primitivo deseo, reflejado, en sus ojos. Tantas cosas deseaba...
El silencio se interpuso entre ellos. Hasta que Dante lo rompió sin llegar a darse la vuelta:
— No sé si creeros, cara mía – Diane jadeó como si hubiera recibido una bofetada en vez de escucharlo — . Os pido unos minutos de intimidad. Quiero darme un baño y cambiarme de ropa. No quiero pertubaros más de lo que he hecho.
La joven asintió con un cierto peso en el pecho. Cerró la puerta y la pregunta de él rondó todo el rato por su mente. ¿Había sido evidente para su esposo que tenía sentimientos hacia Julian? No, no podía ser. No quería pensar que eso fuera posible. Pero más temía que, esas horas que había estado fuera, Dante hubiera cambiado hacia ella.