No te amaré #2

Capítulo 13

Otra noche que no volvía a pegar ojo. Se encontraba mirando el techo con los ojos abiertos y sin que el sueño llegase a ella.

Rodó sobre la cama y acogió parte de la almohada bajo el cobijo del  brazo. Pero no sirvió. Los recuerdos de aquella tarde no la abandonaban provocándole desosiego. Encima, la cena no fue aún mejor. Sobre todo, si una tenía la mirada pendiente de Julian, de Cassie... De todos menos Dante, que no se presentó en la cena. 

Intentó ir a sus aposentos para hablar con él pero la halló cerrada. Tocó varias veces pero no obtuvo el resultado que quería. El no tener noticias de él la preocupaba. Dejó de hacerlo y se marchó de allí. 

Ahí se encontraba en su cama sin poder dormir.

Esa noche, también, otros recuerdos la invadieron. Su mente retrocedió en otro momento y en otro lugar. 

  — Mi niña, me gustaría saber que estarás bien y segura antes de que me vaya al otro mundo.

Dejó de leer el libro que tenía en sus manos para mirar a su tía Beth con cara de espanto.

—  No te asustes. Es ley de vida — dijo con una sonrisa —. No pienses que me quedaré para siempre.

— ¡No bromees sobre tu muerte! —  se santiguó  provocando las risas de la anciana. Hasta dio golpes en el suelo con la punta de su bastón.

— Me pongo seria —  pero sus ojos  risueños desmentían sus palabras —.  ¿Has pensado en la propuesta del señor Caruso? 

Inspiró con fuerza y quiso esquivar esa pregunta. No estaba preparada.

—  Aún no le he dado una respuesta —  el día anterior le había propuesto matrimonio para su sorpresa. 

¿Cómo un hombre tan atractivo, elegante y gentil se pudiera fijar en ella? No lo llegaba a comprender. Además, se conocían tan poco. Sin embargo, el poco tiempo que llevaban viéndose no hacía que fuera menos intenso. Se había convertido en un gran amigo. Él la había ayudado que sus tardes, en esa parte de Italia, no fueran tan solitarias. Incluso, las acompañaba en las salidas al teatro, al restaurante... 

"Era tan diferente a Julian", pensó en un arrebato. Sus mejillas se colorearon de un rojo vivo. No era la primera vez que lo pensaba. 

  —  Puede ser que si no aceptas,  puedes perder la gran oportunidad de tu vida —  le dijo su tía con un suspiro.  

Observó como su miraba se abstraía mirando hacia el infinito.

— No temas por equivocarte... La parte divertida de la vida es equivocarse. Arriesgarse y conocer en quién podría ser el que te cure, te ame y te cuide.

 

 

Por desgracia, no pudo hacer nada para que su tía viviera más tiempo. Al mes siguiente murió dejando un gran vacío en su pecho.

—  Mi cara, tu tía aunque se haya ido, de alguna forma, vive con nosotros — dijo Dante abrazándola —. Ella no querrá verte triste.

Lo sabía. Él tenía razón pero el dolor era tan fuerte que no pudo articular palabra. Se apoyó en él sintiéndose como en casa. No quería irse de su lado. 

Ahí, en ese instante, supo que quería que Dante estuviera en su vida y no se alejara como otras personas hicieron. Como Julian.

  — Dante... —  dejó que su nombre se alargara más en su boca.

— Dime, cara —  "cara" significaba querida y podría serlo, si le daba la oportunidad y arrancase a Julian de su mente y de su corazón.

¡Si fuera tan fácil!

—  Creo que aceptaré tu proposición de matrimonio.

Le sorprendió que su amigo se negara y le dijera que esperaría un tiempo prudencial para que ella lo pensara. No quería que la muerte de su tía la acondicionara. Pero ella estaba segura. Además, no quería volver a Londre sola. Lo necesitaba. 

Estaba siendo demasiado egoísta. Lo sabía. 

Ahora... la situación que estaba con Dante no era la que había pensado tiempo atrás. Aunque estaban en el mismo techo parecía que un océano invisible los alejaba. Se levantó y pensó en coger algo de la cocina. No podía dormir. Quizás, si tomara un vaso de leche calentico podría ayudarla a conciliar el sueño.

Caminó por los silenciosos pasillos, que estaban alumbrados por los numerosos candelabros. Bajó las escaleras hasta ir en dirección de la cocina. Se topó con una vela encendida encima de la mesa.

Había alguien que había ido a comer. No tardó en descubrir quién era el visitante nocturno. Casi el hombre le metió un susto porque salía con sigilo de las sombras, que provenían de las despensas.

Dante se quedó paralizado a verla. En ese instante que se llevaba un trozo de queso a los labios, pausó su movimiento. 




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