— Prometo ante Dios ser tu esposa y la madre de tus hijos... Ser tu amiga fiel y estar a tu lado tanto en los tristes momentos como en los buenos.
— Prometo ser tu marido, cuidándote, amándote y serte fiel hasta el día de mi muerte.
— Con el poder que me ha sido otorgado os declaro marido y mujer — anunció el sacerdote.
Mientras que sonaban las notas musicales del órgano, Dante se acercó a la que era su mujer mirándola con devoción. Atándose a ella para siempre. O eso creyó en ese mágico instante.
Un beso en la mejilla, un tímido abrazo y promesas que se rompieron antes de dar un nuevo comienzo.
Momentos que no volverían a repetirse.
Diane se tragó el nudo que tenía la garganta e intentó que los recuerdos no la invadieran. Su hermana Cassie la seguía abrazando mientras ambas miraban como el carruaje se iba por el sendero de la mansión hacia las puertas de afuera.
Su marido se había ido y aún no quería creerlo aunque sus ojos hayan visto la cruda realidad. Se había ido un gran amigo y un apoyo importante para ella. Le daba rabia, de sí misma, de no haber podido evitar su marcha.
Pero él tenía razón. Seguía pensando en Julian. Él no se merecía ese desprecio delante de su persona. Lo entendía.
— Cassie, no bajaré a desayunar — se le había quitado el hambre, tenía el estómago cerrado —. Quiero quedarme en la habitación — su hermana asintió, comprendiendo su situación.
— Está bien — le dio un beso en la mejilla y salió del cuarto.
Fue bajando las escaleras cuando casi se dio de bruces contra su hermano. Viéndolo que iba a hacia arriba, lo detuvo.
— ¿Me dejas pasar? — una de sus cejas rubias se elevó y cruzó los brazos.
Su hermana menor lo miraba con recelo.
— No, si tu intención es ver a Diane — Julian hizo una mueca.
A veces su hermana podía ser muy perspicaz.
Apretó las mandíbulas, un gesto que mostraba rebeldía y obcecación.
— No eres mi madre, Cassandra — cuando mencionaba su nombre, era porque estaba contricto y enfadado con ella.
— No lo soy, pero soy la hermana de ambos y no te voy a permitir ahora que el señor Caruso se haya ido, te aproveches de la situación. Necesita tiempo y no más presión de tu parte.
Cassandra se mantuvo firme en su postura y no se bajó del escalón. Julian intentó que su hermana le dejara pasar pero no fue así.
— Está bien — bajó los escalones y alzó las, mostrándole su rendición —. No la molestaré. ¿Contenta?
Ella asintió sin perder la sonrisa.
— A veces, pienso que te falta madurar — le dijo medio en broma —. Por favor, Julian. Si me tengo que poner de parte de alguno de vosotros, mi apoyo será para Diane. Ella ahora no quiere que se la molesten. Tampoco creo que tu presencia le ayudará demasiado — se puso seria —. Es difícil para ella y está muy confundida.
Lo sabía aunque un deseo primitivo que nacía de él quería contradecirla. Es más quería esquivarla para subir y ver cómo estaba. Pero tenía que darle la razón a su hermana. No era el momento adecuado para intervenir. Aunque se lo hubiera dicho en broma, necesitaba madurar. Con más razón, si quería conseguir que Diane volviera a amarlo como antes.
Años atrás, no lo habría pensado porque esa opción era impensable. ¿Cómo la sociedad actuaría si les daba a conocer ese escandaloso y prohibido acontecimiento de dos hermanastros enamorándose? Aunque podría tener reticencias, no dudaría, si dependía su felicidad de ello, arriesgarse.
Sin embargo, alguien se estaba acercando a Devonshire para desbaratarle un poco los planes y, de paso, poner su vida al revés. Completamente. Porque lady Werrington, la nueva duquesa Werrington, no iba a dejar escapar la oportunidad de ser duquesa y disfrutar de todos los lujos que podían ofrecerle su título de noble. Si esto, lo llegara a saber la antigua duquesa, Isabelle, maldeciría su persona. Pero no podía hacer nada estando en la cárcel.
Cuando se había escapado con su amante en Paris, dejando a su marido sin un penique en sus bolsillos, no pensó que el duque le daría un infarto ocasionándole en unos segundos su muerte. Había sido un giro del destino que no lo había previsto. Podría haber continuado con la farsa antes de irse con el bello parisino que conoció en su luna de miel. Podría haber fingido un poco más, podría...
"No merecía la pena pensar en esos podría", pensó sabiendo que debería mantenerse firme cuando su marido la viera.