No te amaré #2

Capítulo 15

La mujer que se bajó del carruaje alzó la cabeza hacia la entrada donde estaba su marido y su familia. Sus labios se estiraron en una sonrisa falsa.

   — ¡Vaya recibimiento!  —  aunque  la mirada de su marido podía congelar el mismo desierto de Sahara, no la detuvo  — . Me alegra veros. 

Pero el entusiamo no era recíproco. Su doncella Nadia, que la había acompañado para no estar sola ante una manada de hienas, se detuvo detrás de ella. Parecía que también había notado la frialdad que emanaba cada uno de los presentes.

Ninguno de ellos bajó para saludarla, es más, el duque Werrington dejó claro que no la quería ver dándose la vuelta y yéndose hacia dentro de la mansión. Se sorprendió ver el señor Lombart ir tras él cuando sabía de su mala relación desde hace años. ¡Cómo había cambiado tanto! Se sorprendió ver a un niño en brazos de su cuñada y a otra joven, que no se acordaba. La miraba con rencor. ¡Esto es nuevo! Quería saber el motivo de su rencor hacia ella. Además, de su estancia allí. No la recordaba. Era notablemente hermosa pero de una belleza simple. 

Mandó a su doncella que buscara algún lacayo para que subieran las maletas. 

—   Bueno, querida  — dirigiéndose hacia su cuñada  —. Te veo igual que siempre.

  Cassandra esbozó otra sonrisa tirante. Le susurró algo a la otra joven de cabellos castaños y dejó al niño con ella. 

— No quiero irme  —  dijo el niño con un puchero mientras su tía le chistaba y lo llevaba dentro. 

Guiselle  se quedó mirando a su cuñada esperando su respuesta pero no tardó en recibirla. ¡Y cuánto dolió!

Miró con furia a Cassandra. ¡Se había atrevido a darle una bofetada! ¡A ella! La cachetada sonó hasta donde estaba su doncella que iba subiendo los escalones de la entrada, que se quedó patidifusa con los ojos abiertos. Pensaría que había entrado en una casa de locos.

— ¿Creías que ibas ser bienvenida, lady Werrington?  — hizo una mueca cuando pronunció el apellido que no era digno de ella  — . Estás equivocada. Cometiste un gran error en hacer daño a mi hermano.

— No fue mi intención, lady Lombart  —  dejó la careta de pobre y víctima. La miró altanera  —. Pero no tengo intención de darte a ti explicación.

 — Por supuesto. Aunque será muy difícil conseguir el perdón del duque. Te recomiendo que te vayas por donde has entrado. 

  — Ay, querida. No me conoces  —  pasó por delante de ella buscando a su marido.

  —  Gracias a Dios que no  —  Guiselle hizo oídos sordos.  

Cassandra bufó y maldijo el momento que su hermano decidió prometerse con esa odiosa mujer. Esa noche estaba clavada en su mente. Para más de uno fue una noche horrible. Antes de entrar, miró a la muchacha que aún estaba parada en las escaleras. Ella no tenía la culpa a quien atender.

—   Ven, te diré donde puedes colocar las pertenencias de tu señora  — esperaba que su hermano fuera sensato y no tomara una mala decisión.

 

Julian quería rugir y agarrar cualquier cosa del mobilario y destrozarlo. Matthew, que estaba con él, tampoco se fiaba de su comportamiento. Hasta sus manos temblaban.

   —  ¿Te envío una nota avisándote que llegaría?  —  tanto Matthew como él no entendían la llegada de su mujer en Devonshire.

Problamente, las intenciones no eran buenas.

— ¡No! Ni sabía dónde estaría porque perdí su contacto desde que me abandonó  —apretó los puños y dio un golpe contra la madera del escritorio.

Incluso, al principio, antes de darse a la bebida contrató a un detective para perseguir su rastro. Dándose cuenta que estaba siendo un idiota, lo dejó en agua de borrajas. 

—   Esa bruja tiene la intención de lastimarme de nuevo pero no lo va a conseguir  — se prometió.

Hablando de la bruja de Roma, se asomó por la puerta con expresión seria. Matthew le preguntó con la mirada de irse. 

— ¿Podría hablar con mi marido?  —  Julian tenía un fuerte instinto de no ser amable y de mandarle al mismo infierno si fuera posible.

—   ¡Qué palabra más extraña suena en sus labios, señora Howard!  — el hecho que mencionara su apellido de soltera no pintaba nada bien. 

Matthew decidió irse y dejarle con la pérfida.

   — ¿ No tiene  vergüenza de venir a hacia aquí después de lo que hizo?, ¿Y su amante no viene con usted? Podríamos hacer una gran celebración. Sería una genial idea.  El cornudo y los dos amantes reíndose de su cara.

Guiselle no se amedrantó ante su tono cortante.  Es más se acercó pero él alzó un brazo para impedirle su acercamiento.




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