No te amaré #2

Capítulo 16

Diane se sentía caerse por un precipicio. Ante esa punzante sensación en el estómago, se sujetó a los hombros de Julian mientras él profundizaba el beso. Notaba bajo los labios inexpertos de Diane abrirse como pétalos al rocío. 

Podía sentir que en su pecho explotaba como miles de fuegos artificiales. Para él era descubrir un paraíso en sus labios, le llenaba de una calidez que hacía tiempo que no encontraba. 

A regañadientes se separó de ella y se embebió de su expresión. Pare.  Cuando abrió los ojos, quiso besarla de nuevo. 

Pero toda la magia se estropeó cuando ella dijo:

  —   Julian, no puede repetirse —  aunque había sentido una dicha enorme en su corazón, no estaba del todo feliz porque le vino la imagen de Dante en su cabeza. 

La imagen de él le había creado un desosiego repentino. Él no se merecía que ella lo traicionara de esa forma. 

  — ¿Por qué?  — no entendía su rechazo  — . ¿No te ha gustado?

Esa pregunta provocó un rubor en las mejillas de Diane. Diría que sí. Porque jamás en la vida pensó que Julian la besaría algún día. Había sido maravilloso, mejor que en sus pensamientos o sus sueños más alocados. Sin embargo, no podía repetirse. Aún seguía casada con Dante, sentía que lo estaba traicionando. 

  —   Estoy casada, Julian. Aunque él no está aquí, se merece mi respeto y no quiero faltárselo otra vez — ambos se habían dado cuenta que no había contestado a la pregunta y eso a Julian le fue suficiente como respuesta.

Ella tarde o temprano aceptaría sus sentimientos y le daría de nuevo esa oportunidad que él echó a perder por sus malas decisiones.

  —  De acuerdo,  tienes razón. Pero eso no evitará que me desees  —  Diane apartó la mirada.

 Julian salió de la habitación con una media sonrisa en los labios. Había besado a Diane, no quería dejarlo de hacer aunque ella le hubiera pedido que no lo volviera a hacer. No pensaba que fuera una derrota. No, ni mucho menos. Él seguiría luchando por el amor de Diane.

Ni Dante ni su mujer acabarían con su empeño.  

 

Sin embargo, su mujer parecía que no le había hecho caso al pedirle que se marchara. Se estaba preparando para la cena de esa noche cuando entró  su adúltera esposa como si no quisiera la cosa en sus aposentos.

    —  ¿Qué hace todavía aquí?   — cogió la chaqueta y se la puso  — . Te pedí que abandonaras Devonshire.

Guiselle hizo como si no lo hubiera escuchado y miró fascinada la habitación de su aún marido. Estaba decorada con toques sobrios y elegantes. Las paredes empapeladas de un color bronce y dorado. La cama de dosel era tan grande que podía caber perfectamente cuatro personas. También, tenía un vestidor y un baño propios. Estaban a la altura de un duque. 

    — Evidentemente sigo aquí  —  le provocó y se sentó en un sillón que invitaba sentarse. Umm, era muy cómodo  — . No me iba a ir tan rápido como me pediste.

Él furioso porque le había desobedecido, tiró de ella para sacarla de allí. 

— Eh, Julian. Me haces daño.

—  No me importa  — ni parecía importarle sus quejidos  —. Te quiero ver lejos de aquí. 

— ¡Tendrías más cuidado si no quieres que perjudique a tu amante!     — le gritó.

  Consiguió detenerlo.

— ¿Mi amante?  —  él no tenía ninguna amante salvo que ella haya visto algo que se le escapaba. Entrecerró la mirada.

 — O mejor dicho tu hermanastra  —  amplió su sonrisa cuando vio la sorpresa de Julian.

 — Ni se ocurra mancillar su nombre porque no te lo permitiré  — le amenazó.

—   ¿No me lo permitirás?, ¿Tanto te importa?  — maldición se había dado cuenta de su punto débil  — Veo que sí. No te preocupes. Si quieres que de mis labios no suelte a la prensa que andas liado con tu hermanastra, me tendrás que hacer un favor.

Julian contó hasta tres. Se le estaba acabando la paciencia. 

 >> ¡Sería una catástrofe si la sociedad se enterara!  —  dramatizó — . Te imaginas, la marginarían. Sé que está casada. Los sirvientes de aquí no mantienen la boca cerrada. Deberías imponer más disciplina. 

  — ¡Eres una arpía!  —  le dio asco ver lo malvada que era su mujer. Estaba atrapado entre la espalda y la pared.

—  No me afecta tu insulto  —  se acercó y le acarició la mejilla que él apartó rehuyendo de su contacto  — . Si no quieres que tu querida hermanastra no sufra el desprecio de la sociedad, me ofrecerás todo lo que te pida.




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