No iba acompañado esta vez por el señor Lombart. Al menos debería haberle pedido consejo sobre el alojamiento antes de marcharse. Veía a su paso carruajes que iban de un lado hacia otro. Caminaban por las calles damas bien vestidas y caballeros con los bastones en sus manos o sus sombreros de copa alta. No se podía negar el alto estatus de ciertas personas.
La primera vez que fue allí no asimiló todos esos detalles que ahora observaba; la segunda vez, estaba tan preocupado por los socios de Matthew que no se fijó donde sus pies pisaban. En cambio, en ese momento, le parecía Londres más bullicioso. No era comparado con la tranquilidad que había en Devonshire. Esa falta le hacía añorar más aquel lugar, que tan poco tiempo, le había hecho sentir como en casa. Sin embargo, no era una opción volver. Intentó apartar ese sentimiento de vacío en su pecho aunque últimamente no lo conseguía.
Encontró alojamiento en un hotel cerca del Hyde Park, uno de los parques más grandes y famosos de Londres, y de la zona de Mayfair. No sabía cuántas noches pasaría allí, pero de momento, tendría que ser así hasta que pudiese encontrar un piso de alquiler que cumpliera con sus necesidades.
Avisó a Matthew donde podría localizarlo por si ocurriera algún imprevisto. Aunque se haya alejado de sus vidas, quería saber cómo iban las cosas allí.
Quería saber cómo estaba ella.
Los días pasaban con una notoria lentitud. Intentaba ocupar el tiempo dando largas caminatas por las tardes, leyendo o yendo al club. Sin embargo, sentía que le faltaba algo. Sabía lo que era pero trató no pensar mucho en ello. Antes que ella llegara a su vida, no había dependido de nadie. No había sentido la necesidad de compartir su vida con otra persona. Ahora, el peso o el vacío aumentaba con el pasar de los días.
Tampoco le estaba resultando agradable desayunar solo cuando las féminas del restaurante del hotel lo miraban como si fuera un trozo de carne que hincar el diente. No le gustaba porque le recordaba a su pasado. El ser "objeto" del deseo de las féminas le debería llenar de orgullo y una enorme vanidad como otro hombre. Pero en su caso no se cumplía. Le producía como una especie de ansiedad que no quería volver a sentir de nuevo.
Por ello, salía antes del salón del desayuno aparentando una fachada de frialdad que enfriaba hasta el más caluroso ambiente.
Decidió pasar una tarde en el club e intentar que la ansiedad acumulada desapareciera. Dio la casualidad que se encontró con su socio, el señor Dickison, y hablaron de las próximas exportaciones e importaciones que harían. Como también de tomar unas posibles rutas. Uno de los destinos que se plantearon era Asia Oriental. No se podía negar que el negocio iba dando sus frutos, teniendo más inversores que antes. Por lo que estaban ganando bastantes beneficios. Esperaba que la buena racha siguiera su curso.Porque estaba en pleno auge y había que mantenerse así. Le invitó a una copa que él rechazó con educación.
— ¿No quiere participar a una partida de cartas? — le ofreció también.
— Me temo que lo tendré que rechazar — no estaba entusiasmado — . Para otra ocasión será.
— ¡Cómo quiera amigo! — le guiñó el ojo y se levantó para saludar a unos colegas que estaban por allí.
El señor Caruso cogió su chaqueta y volvió al hotel. En el recibidor, el recepcionista le avisó que tenía una carta urgente.
El que le dijera "carta urgente" le preocupó un poco. Por no decir que bastante.
Cuando cogió la carta entre sus manos y vio en el reverso la dirección de Devonshire, le dio un vuelco en el corazón.
En vez de esperar y subir a su habitación, la abrió en ese momento.
— ¿Podría mandar a alguien para bajar mis maletas? — le pidió en un correcto inglés al recepcionista, el empleado asintió — . También, necesitaría un carruaje, por favor.
Era imperativo marcharse de allí. En Devonshire, Diane lo necesitaba.
El día anterior.
Diane salió a cabalgar por los terrenos de Devonshire. Esa vez decidió ir más lejos y se alejó hasta los límites de las propiedades del ducado. La presencia de la esposa de Julian seguía siendo una gran piedra en el zapato. Y para su salud mental. En esa tarde no pudo más. Así que tomó la decisión de montar a caballo. No pensó que esa tarde, el cielo caería una lluvia torrencial.
Era tan la cantidad de agua, que caía, que le fue casi imposible de ver. Azuzó a su caballo temiendo que la tormenta empeorara y no pudiese salir de allí. Muy cerca, escuchó el estruendo de un trueno asustándola.
No le gustaban las tormentas. Mucho menos los truenos.
Intentó que el animal fuera más rápido pero llegó a un punto que tuvo que bajarse de él y buscar un lugar seguro. Tiritaba de frío y se situó bajo unos árboles no tan altos. Temía que cayera un trueno cerca de ellos. Intentó calmar al caballo. Al igual que ella estaba asustado y nervioso. Había sido una tonta en arriesgarse a cabalgar con ese mal tiempo. Esperaba que pronto amainase.