No te amaré #2

Capítulo 22

Esa noche pareció nunca terminar.

 Aunque la cena fue tensa, lo siguiente fue aun más tenso.

 Julian se había ido malhumorado de la mesa, preocupando a Diane. Verlo así no le gustaba para nada e hizo un esfuerzo grande para no ir tras él. Tenía que cortar de raíz esa costumbre. Siempre se había preocupado y había ido para tranquilizarlo. 

Su marido se dio cuenta de su preocupación, le apretó la mano consiguiendo que sonriera. En esos días, desde que él regresó a Devonshire, estaba haciendo que ella abriera un poco más su corazón hacia él. Sin embargo, la sombra de Julian y su beso rondaban aún por su mente. 

¿Cómo podría arrancárselos de su cabeza? 

Aunque su hermana y su primo se fueron temprano a sus aposentos privados, ellos pasaron a la salita, donde Guiselle se apuntó cuando realmente no la habían invitado.  Creando malestar en el ambiente.

   — Diane  — cuando la llamó por su nombre, un escalofrío recorrió por su columna vertebral. No le dio buena espina  —. Tengo entendido que sabes tocar el piano. Nos podrías deleitar con una pieza musical, seguro que tu marido querrá también.

La joven quiso desobedecer pero no le dio la satisfacción de verla incómoda. Sabía tocar aunque fuera una pieza sencilla. La condenada mujer se atrevió a acercarse a Dante en una clara provocación hacia ella cuando había empezado a tocar. El hombre dándose cuenta de ello, se alejó y se situó junto con su mujer en el banquillo acompañándola. Diane lo miró sorprendida porque él tocaba mejor que ella. Lo que tocaba era precioso.

¿Cuántos talentos secretos le ocultaban?

   — ¡Bravo!  — exclamó extasiada cuando él finalizó la melodía  — . Vaya, tu marido es una caja de sorpresas. 

  —  Sí  — Dante le guiñó el ojo, haciéndola sonrojar.

  — Sabe, Diane, has tenido suerte de pillarlo. Si no estuviera casado, muchas mujeres te lo arrebatarían  — frunció el ceño. 

No le gustó su comentario.

— Creo que la suerte la he tenido yo  — el hombre carraspeó, haciéndose notar — . No me habría fijado en otra que no fuera ella.

"Ay, Dante", sintiéndose como la peor de las mujeres.  Aún no había sido sincera con él. ¿Se enfadaría si le contara que Julian la besó?, ¿la dejaría?  Dios, cerró los ojos y sintió una oleada de náuseas. Él se percató de su malestar. 

—  Si me disculpáis, necesito respirar aire fresco —  su marido tuvo el ademán de levantarse pero ella se negó que la acompañara — . No te preocupes, regresaré pronto  —  le dijo a Dante para no preocuparlo.

Dante asintió y se quedó mirando las teclas fijamente. Algo le había sentado mal. Posiblemente el comentario que había hecho.

"Podría haberse callado", pensó taciturno.

 No se dio cuenta que la mujer del duque seguía estando ahí mirando la escena con regocijo. Se aprovechó para acercarse.

   — Es loable que un hoy en día un hombre se mantenga fiel a sus principios.

Intentó ignorarla tocando otra melodía mientras intentaba ser paciente y esperar a su esposa. No le interesaba escucharla.

—  Me pregunto qué le haría cambiar esos principios  — la mujer tuvo el descaro de sentarse sobre las teclas provocando un sonido estridente. 

El hombre no era ingenuo. Sabía lo que ella estaba haciendo. Se levantó pero tuvo la desfachatez de agarrarlo.

— Usted, señora  — le dijo con frialdad — , no haría cambiarlos.  

Pero tuvo el efecto contrario, la acicateó aun más. Incluso, ella pestañeó coqueta y alzó sus manos posándolas en sus brazos, tensando más al hombre.

  — Señor Caruso, me fascina su férrea fidelidad — pestañeó coqueta y acarició la orilla de la copa  —. Pero creo que su esposa tiene otra idea sobre "serle fiel".

 Estaba deseosa que ese hombre cayera a sus pies. Sin embargo, él no pensaba lo mismo. 

Tuvo que emplear toda su fuerza para no apartarla y tirarla al suelo. Le asqueaba su contacto. La mujer se creía que solo pestañear, acariciarlo lo iba a seducir. Estaba muy equivocada. No le hacían efecto. Él tenía en sus pensamientos y en sus deseos a su esposa, quien no lo amaba. Eso era un pesar que llevaría dentro desde que la conoció. Pero no era motivo tampoco para quitarse de ese peso. Lo llevaba por dentro y otra persona, como la duquesa Werrington no tenía ese poder.

— Señora, no creo que su marido le gustará verla de esta forma — intentó ser educado aunque la paciencia estaba a un límite.

— ¿Mi marido? —  se rio a carcajadas como si le hubiera contado un chiste — . Oh, querido. Eres de lo más inocente. Mientras estamos aquí, posiblemente tu esposa y mi marido están teniendo un affaire.




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