Al día siguiente, el señor Caruso le preparó a su esposa un picnic, a las afueras de Devonshire.
Quería pasar el día alejado de la casa y de aquellas personas que le podían hacer daño. Una de ellas, la duquesa Werrington. Esa persona era la maldad personificada. Pero no evitó que, aunque no estuviera físicamente, la pregunta que le formuló la noche anterior estuviera rodando en sus pensamientos.
No le dijo a Diane dónde la llevaría porque quería que fuera sorpresa. Nunca lo había hecho; había hecho otras cosas para complacer. Pero nunca un picnic. Era nuevo y quería que ella le encantara la idea de almorzar con él, cerca de la naturaleza. Había cogido un calesín en vez de un carruaje. Quería disfrutar del buen día.
Diane tenía los ojos cerrados. Estiró la cabeza hacia el sol, le encantaba recibir esa calidez en el rostro. Mientras se iba acercando, se escuchaba el canto de los pájaros, el zumbido de las abejas y el susurro de las hojas, siendo movidas lentamente por la brisa que las mecía como si fuera una cuna.
Abrió los ojos y miró el perfil de Dante.
Le recordaba a ese momento cuando fue en los viñedos italianos. Quería tocarlo. Un rubor se tiñó en sus mejillas ante su fugaz pensamiento. Apartó la mirada y pensó que el calor le estaría afectando.
—Bien, ya hemos llegado —dio un tirón en las riendas parando al caballo. Le tendió una mano para ayudarla a bajar.
Ella sonrió ante el gesto de caballerosidad de su marido.
— ¿Por qué sonríes, mi bella dama? — su apelativo amplió su sonrisa.
—Te estás pareciendo a un caballero inglés — él fingió ofenderse y la cogió a volandas provocando que la joven gritara de la sorpresa.
Su corazón empezó a latir con fuerza.
—¡Dante, para ! — se detuvo y, ligeramente mareada se apoyó sobre él —Lo has hecho a propósito.
— Me has llamado inglés, y eso a un hombre de sangre italiana le ofende — Diane puso los ojos en blanco y vio la chispa en los ojos de Dante, estaba bromeando.
Él le cogió la mano mientras con la otra llevaba una cesta. Fueron caminando entre las flores silvestres mientras buscaba un lugar para donde tender el mantel, los utensilios y la comida.
—¿Qué te parece aquí? — le preguntó y ella asintió. Le pareció perfecto.
Se situaron bajo la sombra de un pino para que el sol no les diera tanto. Menos mal que no hacía mal tiempo.
Disfrutaron como dos chavales, hablaron de cosas nimiedades, de Italia, volvieron a recordar como se conocieron, comieron la comida que la cocinera les había preparado. Hasta había traído una botella de vino que él la descorchó con bastante facilidad.
—¿Me quieres emborrachar? — cuando le llenó su segunda copa.
Dante sonrió ante la idea pero no lo haría.
— No aunque sería divertido verte ebria — le dijo haciendo que ella frunciera la nariz.
— Nunca, querido — provocando que él se riera a carcajada.
Ella sintió otro vuelco y más cuando sintió el corazón en la garganta al verlo con los brillantes de la risa.
— Sabes, la primera vez que te vi me pareciste solitario — debería haberse mordido la lengua. Se fijó que Dante le cambió la cara.
—¿De verdad? —él empezó a juguetear con una flor que había cogido —. Si me acuerdo bien, me acerqué a ti y te saqué a bailar. ¿Cuándo te hice creer que parecía solitario?
Ups, Diane. Había cometido un desliz. Una vez perdido al río, le contó todo.
— Bueno yo... Te vi en una fiesta y estabas alejado de la gente. Vestías completamente de negro. Mi tía me animó que me acercara — le confesó acordándose de aquella tarde, incluso no podía olvidarse de su mirada triste — , pero me dio tanta vergüenza que no lo hice. Aunque no te llegaste a fijar en mí, yo sí. Te vi en dos ocasiones más. Fue el tercer encuentro que tuvimos cuando me sacaste a bailar.
Tragó saliva con dificultad. Tenía la garganta muy seca. Tomó otro sorbito de vino intentando que el nudo que tenía la garganta desapareciera.
Dante la estaba mirando con un gran intensidad que se quedó paralizada.
— ¿Dante? — le llamó pero parecía que él estaba abstraído. Todo lo contrario, estaba centrado en ella.
Él se acercó a su cuerpo y no le detuvo. Se quedó ahí aguantando la respiración mientras su corazón bombeaba muy rápido. Estaba a unos milímetros de sus labios. Se los relamió, humedeciéndolos porque los tenía secos.
Cerró los ojos esperando su beso.
Pero Dante se detuvo cuando le vino a la mente:
¿Por qué no le preguntas si no han compartido más que palabras?