No te amaré #2

Capítulo 25

No hizo caso a los golpes de la puerta.

Ni siquiera a la petición que la abriera. 

No sabía cuánto tiempo había pasado estando ahí, esperando y sabiendo que no iba a regresar. 

La carta permanecía abandonaba en el suelo. Al igual que ella. ¿Cómo podría ser que de la noche a la mañana todo había cambiado?, ¿por qué habían llegado hasta ese punto? Sin darse cuenta había hecho un daño irreparable en su matrimonio cuando ni siquiera se acordaba de lo que había pasado. Solamente se acordaba de haberse dormido en su cama y después,  se había despertado con Julian. ¡Desnudos! Aún le provocaba escalofríos al recordarlo.

Cerró los ojos y se torturó imaginándose cómo los había encontrado. Le dolía lo que hubiera podido pensar. ¡Deseaba ese momento retroceder y volver a estar con él en el bosque! Pero de nada servía. 

Él no estaba; se había ido esta vez para siempre. 

Cara mía, entiendo tu preocupación por tu hermanastro... pero si yo hubiera caído también, ¿vendrías a mi lado para curarme las heridas?

Sí, soy tu esposa.

No lo había sido. Le había traicionado de la peor manera. 

¿Qué voy hacer, Dante?, ¿Creías que tu pasado me iba a condicionar? Sí, te amo tanto que arde mi pecho en agonía por pensar que te he perdido. 

 

— Señora... — tocó la puerta nuevamente.

Era la ama de llaves. No le contestó.

 

— ¿Desea bajar para cenar? 

No le apetecía. No quería estar más en Devonshire. Había sido ciega respecto al amor que le había estado dando Dante. Ahora que se daba cuenta de ello, había llegado tarde. 

 

— ¿Señora?

Suspiró y se levantó. Todos sus huesos crujieron por permanecer horas y horas en la misma postura. Abrió la puerta donde al otro lado la mujer la estaba esperando.

 

— No voy a bajar. — no se mostró sorprendida por su vestimenta. Probablemente ya todos los habitantes de la mansión sabían de la situación — ¿Podrías traerme a dos sirvientas? Desearía preparar mis pertenencias. 

 

—¿Se va a algún sitio?

 

— Sí — no tenía dudas en hacerlo. 

Ya no había motivos para quedarse allí.

 

Mientras que Diane estaba encerrada en los aposentos de su marido, el duque, una vez vestido, fue a buscar a su mujer para tener unas palabras con ella. 

 

— Fuera — le pidió en un tono brusco a la doncella que lo había mirado con gesto de horror.

En cambio, la duquesa le recibió con una sonrisa que le supo a falsedad y a hiel. Dos cosas que iban como anillo al dedo.

 

— Quiero que te vayas de aquí.

 

Su esposa tuvo el atrevimiento de mirarle con altanería.

 

— Entonces no te importará si le cuento a la prensa lo que sé.

Julian lo supo. No sabía porqué, pero algo le decía que fue ella la que provocó que se encontrara en la cama de Diane.

 

— Guiselle — se acercó como una pantera al acecho de su víctima — Dime que no tuviste algo que ver con lo que pasó.

 

—¿El qué? — preguntó con provocación — Yo he estado toda la noche aquí. No me eches la culpa de tus pecados, querido.

La sujetó con fuerza de los hombros. 

 

—¿Nos drogaste a Diane y a mí? — creía que su mujer era capaz de lo que sea, hasta drogarlos.

 

— Sí, no lo niego — la iba a matar, podría subir sus manos a su cuello y quitarle el último aliento —. Deberías darme las gracias, te he dejado el camino libre.

 

— Eres de lo peor — escupió y la soltó con asco —. No sabes el daño que has hecho.

 

—¿Yo? Julian, tú eres igual de culpable que Diane. Ambos jugasteis como dos niños inocentes, pero os quemasteis. Yo solamente os empujado a lo que estabais deseando. Os he brindado esa oportunidad en bandeja.

Alzó la mano pero viendo la sonrisa triunfante de su esposa se le quitó las ganas. Eso es lo que quería, que perdiera los papeles.

 

— Además, me he enterado que has contratado un detective para buscar pruebas de mi adulterio. Ahora yo podré decir que ocurrió lo mismo. ¿Crees que te concederá el divorcio después que yo destapé la caja de Pandora y se descubra tus escarceos con tu hermanastra?

 

— He sido un estúpido por dejarte que estuvieras aquí. Vete, si no lo haces, mandaré a que te saquen.

Tuvo el descaro de levantarse y mirarle por encima del hombro. 

 

— Tranquilo, me iba a ir. Tengo las maletas preparadas. Ya me estaba aburriendo. 




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