No te amaré #2

Capítulo 26

En el East End

Ally y Charles fueron a una de las tabernas con el objetivo de ganar más dinero. No es que se hubiera gastado el que tenía, sino que lo necesitaba para irse de esa zona y buscar otra más tranquila. Si no fuera porque el jefe de otra pandilla les había amenazado, no tendría esa presión, que era como una soga para sus cuellos, de robar dinero otra vez. 

Charles, en esa noche, se encontraba especialmente nervioso cosa que dificultó la concentración de Ally. Estaban en la taberna de Ben, un hombre barbudo con la apariencia más de un pirata que el de un tabernero. Él los conocía bien y les envío una mirada de advertencia, sabiendo que lo que se traían entre manos no era nada bueno. Pero él estaba acostumbrado que en su  bar se llenara de gente peculiar. Estaba en el East End, en el barrio donde había mayor delincuencia y vandalismo. Incluso, cuando vio a los muchachos entrar, estaba atendiendo a un hombre que nunca había aparecido por allí. No era dandy, ni esos petimetres nobles que se creían los reyes del universo. Este era muy distinto a ellos. Además, su piel parecía más tostada que la piel pálida de sus clientes.  

Se limpió las manos en el trapo y le preguntó:

 

— ¿Desea algo tomar? 

El hombre levantó la mirada hacia él y le pidió un whiskey.

 

— Le pondré ron, amigo — haciéndole caso omiso a lo que le había pedido —. Es más fuerte y creo que lo necesita.

Él se encogió de hombros y volvió su mirada perderse. Ben le llamó tanto la atención que ese hombre fuera tan callado y taciturno. Echó un vistazo a su bar encontrándose con marineros pidiendo a grito pelado más alcohol, hombres adictos al juego y a los dos ladronzuelos que no perdían la oportunidad de jugarse el pellejo.

 

— Aquí tiene, el mejor de la casa — le dispuso una jarra bien cargada de cerveza —. No se preocupe, no mata. Parece extranjero. ¿No ha pensado que puede ser peligroso atreviéndose entrar por aquí?

Pudo atisbar una sonrisa bajo, que no llegó a ser alegre, bajo esa barba incipiente.

 

— ¿Qué le ha traído por aquí? — no evitó preguntar. Le era muy extraño que un hombre como aquel estuviera en su bar.

 

— Una mujer — su sonrisa se tornó más amarga aún y se bebió el ron como si fuera agua.

 

— Los líos de faldas — él lo entendía perfectamente, más de un hombre se volvería loco por una mujer que tuviera la sangre caliente —. No se desanime, hay mujeres más en Londres que   pueden resucitar a un muerto. Las muchachas de Betty son lo mejorcico — guiñándole el ojo —. Si le dices que te lo he recomendado yo, te hará un descuento.

 

Si él supiera que había estado en el otro lado trabajado quizás se hubiera pensado en su amable propuesta. 

 

— Pero le comprendo que quiere ahogar las penas en el alcohol. Adelante, mejor para mí, así cobro más. No todos los hombres como usted quiere emborracharse hasta perder la cabeza.

Le hizo gracia su comentario aunque no lo demostró. Bebió otro trago más antes de vaciar la jarra. Sentía el cuerpo más ligero. Ojalá pudiera decir lo mismo de su corazón. En su mente, no podía olvidarse de ellos. Había sido un suplicio verlos en esa cama, juntos. Lo tenía grabado a fuego en cabeza. 

Cuando le iba a rellenar su tercera bebida, pudo escuchar un jaleo armado por unos hombres y dos muchachos. ¡Qué inocentes eran jugando contra una panda de hombres más expertos que ellos! Los miró y le pareció que uno de los chicos estaba temblando. No le gustó aquello. Le recordaba a él cuando era pequeño e intentó robar, fracasando en su primer intento.

 

— ¡Has hecho trampas, mocoso! Devuélvenos el dinero — le gritó uno de ellos. 

Dante se irguió en el taburete y le molestó con la forma amenazante que se estaba dirigiendo hacia los muchachos. Ben echó un bufido, intuyó que la cosa iba a acabar muy mal.

 

— No hemos hecho trampas, viejo —  el aludido cogió una botella de cerveza y la partió contra la esquina de la mesa.

 

— Si no lo haces, mis amigos y yo te rajaremos hasta el vientre — Ally se enfrentó a ellos con valentía, pero no podía hacer nada. Estaban perdidos. Charles tembló aún más poniéndola más nerviosa.

Antes que ellos diesen un paso adelante hacia delante, volcaron unas sillas y salieron pitando por la puerta. Pero no tuvieron tanta suerte como la otra vez. Por desgracia, les había dado alcance nada más que recorrer dos manzanas más. Ally protegió a Charles con su cuerpo. No iba  a permitir que le hicieran daño.

 

— Bien, bien  — el hombre les sonría de una forma siniestra —. Habéis hecho mal en iros. No escaparéis con vida.




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