No te amaré #2

Capítulo 28

Aunque prefería desayunar en la habitación, la verdad era que no podía estar todo el tiempo dentro. Es más, su doncella parecía que le iba a dar algo si estuviera las veinte y cuatro horas encerrada. 

Ignoró las miradas de algunas damas que se pusieron a cuchichear descaradamente mientras se sentaban en una mesa. 

—¿Es cierto que se habrá liado con el duque? —dijo una de ellas —. Parece muy modosa para el duque.

—Lo sé, ¿es una locura? Te imaginas que el antiguo duque si llegara a poner un pie entre los vivos y se enterara que sus propios hijos... —  se santiguó — Le daría otro infarto.

Diane Caruso hizo un gran esfuerzo sobrehumano para no saltar sobre ellas y decirle un par de cosas. Intentó que su mente se distrajera leyendo el periódico, quizás venía alguna noticia sobre su marido. Era una tontería, pero era lo menos que podía hacer en ese momento. Sin embargo, no encontró nada.

Su doncella trajo dos tazas de café y unos bollos de crema para desayunar.

—  Gracias - había dado con una buena muchacha — .Me alegra que no hayas salido despavorida por los comentarios que están diciendo esas mujeres.

— Ay, señora. No pensé que podrían ser tan...

—¿Crueles? - les echó un vistazo por encima de su hombro y vio sus sonrisas falsas en sus rostros —Te sorprendería saber que hay mucha maldad recorriendo por las calles. 

Una de ellas su cuñada. 

—No las hago caso. Si la ven afectada, les dará la razón.

Había dado en el clavo. Se mantuvo serena aunque por dentro hervía de la rabia. No se había dado cuenta hasta ahora que algunas de su género podían ser retorcidamente malas. Sin duda alguna, eran cortadas por la misma tijera. Igual que Guiselle. Por suerte, cesó el murmullo pero no fue porque quisieron sino porque entró el duque Werrington en persona. 

Aunque quiso levantarse e irse, no podía montar un espectáculo delante de aquellas personas. ¿Qué hacía allí el duque? Era tan idiota que no sabía que su presencia allí provocarían más rumores malintencionados sobre ellos. 

Su doncella se quedó con la boca abierta. Parecía que el duque causaba siempre sorpresa entre las damiselas. Le daba cierta compasión porque entendía el efecto que causaba, ella había sido una de ellas cuando había estado fascinada y enamorada por él. Pero se acabó.

—Buenos días — se inclinó hacia ellas con una reverencia de cortesía — ¿Me puedo sentar?

— Sí, claro — le estaba costando mostrarse cordial, sabiendo que tenía más de un par de ojos fijos en ellos.

— Se puede saber, Julian, ¿qué haces aquí?—  bajó la voz para que solamente lo escuchara él —. No entiendo tu presencia cuando te aclaré...

— Lo sé  —apoyó la barbilla sobre los dedos cruzados, mirándola directamente -. Fuiste muy clara cuando te fuiste. Pero he venido en son de paz. 

—  ¿En son de paz?, ¿es en serio? Tu mujer no ha tardado en decir a todo Londres que soy tu amante.

—  Por eso estoy aquí. No me iba a quedar en Devonshire sabiendo que te despellejarían viva — soltó un suspiro y se acomodó en la silla.

— Dale las gracias a tu esposa — masculló con sequedad.

—Diane, por favor, si quieres que los rumores cesen no te muestres beligerante. Tenemos que estar unidos y fuertes, y mostrarles que no tienen razón.

—¿Unidos? —  quiso reírse ante la absurda propuesta pero se controló; aún seguían pendientes de ellos — . No. No lo haré, Julian. 

— Piénsalo — Diane no tenía que pensarlo. Si quería recuperar a Dante no podía hacer aquello —. Antes éramos amigos, Diane. No éramos solamente hermanastros, sino amigos. No quiero perderte.

Su doncella jadeó ante su declaración. 

Ella movió la cabeza. 

—Dentro de nada es la fiesta y tu presencia sería importante. Puede que sea la perfecta ocasión de demostrarles que se equivocan. 

No estaba segura de ello. 

—  Me lo pensaré — sabía que si le decía que un no rotundo, insistiría. 

— ¿Has hablado con Dante? — cambió de tema, justo el tema que más le dolía.

— Creo que es hora que te vayas, Julian —  le pidió sin vacilación.

El duque Werrington asintió dándose cuenta que había sobrepasado el límite. Se levantó creando más expectación sobre los presentes que habían allí. Si esperaban una muestra de amor por parte de ellos, se habían equivocado de sitio, de protagonistas.

  — Señora —  le llamó su doncella.

— Dime — observó como el duque se fue allí.

—  ¿Será una buena idea asistir a la fiesta?




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