Cogió la manilla de la puerta y abrió.
Entró a oscuras con los latidos de su corazón retumbando en sus oídos. Apenas la luna iluminaba la habitación, solo un halo de luz se dejaba entrever por las ligeras cortinas. Ni siquiera escuchó un ruido o una pisada que había oído antes. De fondo, si uno ponía atención se podía oír la orquesta. Había creído que había entrado alguien. Cuando quiso volver, girando el cuerpo, se le erizó la piel de su nuca. Un escalofrío le recorrió por la espalda.
Apenas pudo dar dos pasos hacia adelante cuando una mano le tapó la boca pegando un brinco y un grito que se amortiguó contra la palma de esa persona, que gruñó cuando le dio con el codo en un intento de apartarlo.
Su corazón se paró unos segundos para luego latir más rápido. Ese gruñido le sonaba muy familiar.
—¿Dante? — preguntó cuando esa mano le dejó de tapar la boca.
Esa persona o hombre gruñó de nuevo. ¡Maldita oscuridad! Tanteó y tuvo cuidado de no golpearle. Se quedó paralizada cuando notó debajo de su palma su rostro. Una barba le cubría parte de su mandíbula. Subió tocando sus labios cincelados, su nariz aguileña...
¡Era él! Este se mantuvo en silencio aguantando el escozor de la herida y dejando que ella lo tocara como antes nunca lo había hecho. Aunque una parte de él deseaba apartarla como la serpiente que lo había herido y envenenado; por otra parte, estaba atraído por su tacto, su perfume, su cercanía, su calidez...
— Eres tú — lágrimas de felicidad recorrieron por sus mejillas sin impedir que vagaran libremente por su piel — No sabía dónde estabas; te busqué...
— No te pedí que me encontraras — atrapó su mano, delatándose que era el mismo, para detener sus caricias que hacían peligrar el control de sus sentimientos y la determinación de alejarse de ella.
— Perdóname — fue un susurro tan bajo que apenas la escuchó.
No le era fácil hacerlo. Aún permanecían los recuerdos amargos, grabados con fuego en su mente y en su corazón.
— ¿Cómo hacerlo, cara? — se apartó manteniendo la distancia entre ellos, él soltó su mano —. Cuando os vi a los dos en vuestra cama.
Se dio cuenta que no la estaba tuteando y le dolió.
— No ocurrió nada de lo que crees. Fuimos drogados — creyó oír su inspiración fuerte —. La esposa del duque lo hizo. Me desperté sorprendida de encontrarlo en mi cama. No sabía que estaba, ni fue consciente de ello hasta que abrí los ojos. No fue agradable, Dante.
Era raro a hablar en la oscuridad sin ver el rostro de Dante. Era angustioso y desesperante. Las emociones se intensificaban ahí adentro.
— No se me puede borrar la imagen. No puedo — su suspiro resignado la mató — . Aunque me prometéis que no ocurrió nada, mis recuerdos me impulsan a no creeros.
Se merecía que no creyera en ella. Sus dudas e inseguridad habían demostrado ante sus ojos una persona infiel y desleal. Escuchó el ruido de sus pisadas. Se estaba yendo, distanciándose de ella.
La joven sintió como se corazón se astillaba cada paso que él daba hacia la salida. Cuando vio la rendija de luz que se asomaba por el umbral de la puerta, decidió intentarlo una vez más. Fue directa hacia él y lo abrazó por la espalda.
Dante no pudo evitar dar otro respingo y soltar otro gruñido. No se daba cuenta que lo estaba tocando en la herida. Estaba apoyada en su espalda con las manos unidas en su estómago.
— Cara, no lo hagas más difícil — aguantó estoico e intentó mantenerse firme.
Pero estaba a punto de maldecir todo. La herida y su cercanía lo estaban matando lentamente. No era indiferente. No lo era. Notó su cabeza apoyándose en su espalda.
— Te amo...
Negó con la cabeza, queriendo creerla pero...
— No lo dices de verdad, cara.
— Me duele que no me creas pero me lo merezco. Te hice ver que amaba a otro cuando realmente...
— ¡Para! — se giró y la apartó cogiéndole de los brazos — . No me amas... No nos hagas más daño.
Sin embargo, Diane no pensaba así. Tenía delante de ella al hombre que amaba y no iba dejar de luchar hasta que le quedara un hálito de vida en su cuerpo. Se impulsó sobre las puntillas de sus zapatos, y le dio un beso... En la mejilla.
Fue bajando hasta localizar sus labios... Dante podría haberla separado de él pero no lo hizo. No, cuando noche tras noche había echado de menos sus labios, su sabor, su textura... Aunque estaba aún dolido, no podía dejar de amarla y desearla como un loco añorando la felicidad; un sediento, el agua más pura; la oscuridad, la luz cálida y más luminosa.