No te amaré #2

Capítulo 32

Mientras tanto, Dante no se había despertado del todo bien. 

Se encontró mareado y algo caluroso. Se sorprendió al tocar perlas de sudor en su frente. ¿Había tenido fiebre en la madrugada? Se levantó del sofá y fue hacia al dormitorio de Ben, donde tenía un pequeño baño. Cogió agua de la jofaina y se lavó la cara. El frescor del agua alivió el malestar, mojó un paño y se la pasó por el cuello. Ben, tenía razón: el sofá no era muy cómodo para dormir.

Al levantar el rostro sobre el espejo, pensó que tuvo una alucinación. Sino qué explicación podía tener el hecho que su esposa se encontrara en el umbral de la puerta.

— Estás soñando — se dijo a sí mismo pensando en voz alta. No supo que lo hizo cuando ella le respondió acercándose.

— No es un sueño. Estoy aquí. 

— No puede ser — se negaba a creerlo.

Ella se acercó más pero con pasos lentos. No quería que él la rechazara.

— Sí — hizo un amago de sonreírle —. ¿Te preguntarás cómo he descubierto tu guarida?

Él la miró seriamente sin decirle que continuara o no.

— No me interesa. Quiero que te vayas — ella negó con la cabeza y acortó la mínima distancia entre ellos.

Estaban a un palmo que sus cuerpos se tocaran.

— No lo haré — era cabezota igual que él.

Ahora estaba a plena luz del día podía ver sus ojos grises como el acero, resueltos a echarla de nuevo de su vida. Aunque dolía verlo, se mantuvo firme. Estaba guapísimo, incluso con esa barba. Recordaba el picor que le dejó en la piel, perdurando más la sensación de los besos que él había prodigado en ella. 

— Diane — él se echó a reír haciendo que la joven frunciera el ceño —. Es una locura. Nuestro matrimonio se ha acabado. No entiendo. Tú amas a tu hermanastro, es una tontería que intentes que funcione.

Sabía lo que estaba haciendo. Quería hacerle daño para alejarlo de él.

— No, no me iré, Dante... — sin querer alzó el brazo y el codo, justo en la zona del costado.

— ¡Diablos! — era la primera vez que soltaba una palabrota delante de ella.

La joven se asustó al ver como unos puntitos rojos claros en la tela blanca de la camisa. Antes que él dijera algo, ella tomó la camisa entre sus manos y la levantó.

— ¿Estás herido? — tragó con dificultad, el vendaje que tenía puesto estaba algo rojo.

— Deberías marcharte — ella hizo caso omiso.

— ¿Por qué no me lo dijiste? — estaba dolida y triste por no haber estado con él.

Él se enfadó y apartó las manos de su cuerpo.

— Porque pensé que estarías demasiado cómoda con tu hermanastro y me dije de no molestarte.

Diane aguantó las lágrimas a duras penas. Él pensaba lo peor de ella. ¿Qué haría para cambiarle de opinión?

— Te equivocas — no lo miró, si lo mirase a los ojos, las lágrimas caerían inevitables de las cuencas de su ojos —. Te lo demostraré.

Ignoró su protesta y fue a limpiarle la herida. 

  —  ¿Dónde tienes el botiquín? — Pero Dante estaba cabezota en querer que se marchara que no le ofreció la información.

Ella se encogió de hombros. Normalmente, por lo que ella tenía entendido, el botiquín podría estar en el baño. No le resultó difícil encontrarlo. Regresó al dormitorio con unas vendas nuevas, tijeras y una botella de whiskey que había visto en un rincón. 

Dejo todas las cosas en la cómoda mientras fue a revisar la herida. Tragó saliva con dificultad al ver el corte feo. Se había abierto un poco, de ahí, las manchas de sangre. No fue tan bruta como lo fue Ben cuando le echó el alcohol sobre la piel. Lo echó sobre un paño que cogió y fue limpiándola poco a poco. 

Dante se rindió y le dejó que se la limpiara, eso sí, intentando mantenerse indiferente ante ella. Aunque aparentó no afectarle su tacto, por dentro sentía un torbellino de sensaciones. ¿Cómo podía hacer no sentir? Si sus dedos lo tocaban.

Al principio de su relación, su tacto le había producido paz, seguridad.

Tiempo atrás hasta ahora le producían necesidad, deseo... Solamente ella los provocaba en él.

Era la única quien deseaba y quería ser amado por ella. Muchas mujeres habían intentado llegar a su corazón, y ninguna lo había conseguido hasta que llegó ella en su vida.

Su mente retrocedió al pasado.

Fue cuando la vio en esa terraza tomando el desayuno con una mujer mayor,más tarde sabría que era su tía. Él estaba en la misma cafetería porque su signora (señora) le había concertado una cita y estaba esperándola. Su trabajo no era exclusivamente por la noche, también por el día. 




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