No te amaré #2

Capítulo 33

Lady Ophelia no esperó que en ese día iba a recibir la visita de la duquesa Werrington en su casa de Londres. Aunque no la conocía de mucho, no simpatizaba con ella. Era la esposa de Julian, por lo tanto, no le caía bien. Aunque quería no tenerla en su casa, se vio a sí misma dejándola pasar. 

  — ¿No tiene servicio? — entró con su doncella. Ambas siguieron los pasos de Ophelia hasta llegar a una salita.

Empezaba mal. No debería haberlas dejado entrar.

— Me temo que no disponemosde servicio, excelencia — le señaló una silla para que se sentara.

Sabía los pensamientos que rondarían por la mente de la dama. Ella misma lo veía delante de sus narices. Casi todo el mobiliario estaba vendido para reunir lo poco que podía para comprar las medicinas. Su madre las necesitaban aunque su estado de salud había empeorado. Eso era un pesar que guardaba bien adentro. La señora Perrowl había sido víctima de su marido, al igual que ella. Eso nunca se lo iba a perdonar. 

— Tampoco dispongo de té. Lo siento — no lo sentía de verdad.

—     Vaya — Guiselle dejó de mirar la habitación  — . No pensé...

— Deje su compasión. Todos Londres sabe de la precaria situación que está pasando mi familia. No quiero sus palabras de consuelo.

— Está bien — la joven tenía carácter. 

Nunca habría congeniado con Julian. No era ingenua; sabía que ella había estado interesada en su esposo antes que se casara. ¡Eso era fantástico! Podría servirle de ayuda para parar los pies a Julian y detener el proceso de divorcio. ¡Cuántas más pruebas hubieran en contra de él, sería lo mejor para ella! 

— Dime a qué ha venido,  me sorprende su visita. La esposa de Julian visitando a la hija de los Perrowl, los enemigos de su marido. ¿Él sabe de su visita?

Guiselle se rio ante su ocurrencia.

  — No lo sabe pero no importa. No tiene porqué enterarse. Necesito su ayuda.

  — ¿Ayuda? —  ahora le tocó ella reírse aunque sin pizca de alegría —. No haré nada para usted, lady Werrington.

La mujer frunció el ceño. No se había esperado aquello. Pensó que podría ayudarla.

— ¿Ni siquiera para vengarse de ellos? — le sugirió pensando que podría hacerle replantear su decisión — . ¿No quiere ver a Julian y a Diane destrozados? Si colabora, puedes verlos en la misma ruina. Lo mismo que le hicieron.

Era la oferta muy tentadora pero se negó con rotundidad. 

  — Mi batalla es contra Cassandra. Dejó de interesarme Julian — Guiselle no gustó aquella contestación — .  Se equivoca de persona. ¿Ha acabado?

La duquesa se levantó airada. Había venido a casa expresamente para ganarse una aliada y se había encontrado con sorpresa el rechazo pleno de ella.

  — Se va a arrepentir — le hizo ungesto a su doncella para que fuera acompañarla.

  — ¿Me arrepentiré? Espera que lo piense —  fingió pensárselo — . No. Mira, excelencia, tengo ahora otras preocupaciones más importantes que ir tras los pasos de su marido. 

 —  Ya veo— la desdeñó con la mirada pero Ophelia le resbaló su desdén.

  — Se ha ganado una enemiga —  le declaró la guerra.

—  No me importa —  le cerró la puerta delante de sus narices.

Ophelia se sacudió los hombros tensos  y dio la espalda a la puerta. No estaba más interesada  en cruzarse en el camino a los Werrington. Para ella era escoria y no quería perder más de su tiempo en ellos. Bastante orgullo había tenido para ir a Devonshire y pedirle ayuda de la cual el propio duque  rechazó de inmediato. Aunque podría haber aceptado la oferta de Guiselle para acabar con ellos, no quería tener tratos con esa mujer.  Si algún día, tuviera oportunidad de hacerle pagar por todo lo que había padecido, se encargaría ella. Pero ahora no era ese momento. No, cuando tenía en sus pensamientos a su madre. Subió las escaleras y se dirigió hacia el dormitorio donde le recibió la enfermera.

  — ¿Cómo se encuentra? —  le preguntó y se sentó a lado de su madre. Había envejecido tanto a raíz de los problemas que habían acarreado tras el encarcelamiento de su padre. 

  — Se encuentra igual, señorita. Lo lamento.

 Aunque lo sabía, había preferido escuchar algo diferente a aquello. La enfermera la dejó sola con ella. En soledad, pudo desahogarse. 

  — Mamá, ¿qué haré sin ti cuándo me dejes? No tengo a nadie salvo a ti.

Deseaba con toda su alma que su madre se recuperara. Pero no era así. Llevaba días que andaba en la inconsciencia por el láudano. Era cuestión de tiempo para que su madre dejara de exhalar su último aliento.




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