La señora Caruso le pidió al recepcionista un cambio de habitación por una de matrimonio, avisando que su esposo llegaría pronto. Esperaba que no se tardara demasiado aunque se imaginaba que no regresaría hasta que aclarase el asunto con los chicos de la taberna.
— Señora Caruso — le llamó justo cuando iba a subir en el ascensor —. El duque Werrington le ha dejado una carta para usted.
Cogió el sobre como si fuera una bomba entre sus manos. ¿Ahora qué quería Julian? Tenía el miedo que el paso que avanzara con Dante, iba ser un paso atrás cuando se trataba de su hermanastro. Decidió abrir la carta en la habitación. Su doncella preparó las cosas para el baño que había pedido antes.
Cogió el abrecartas y rompió el lacre. Sacó la nota y la leyó:
Quiero hablar contigo, Diane. Tengo noticias de tu marido que te puede interesar y ayudarte en tu decisión de seguir con tu matrimonio o no.
La nota le produjo más malestar que otra cosa. Pero era su culpa por haber dado pie a Julian con sus sentimientos. Esa nota lo que provocaba era más leña del árbol caído sin hacer falta hacerlo. Él no había aceptado que ella había tomado una decisión respecto a ellos. No lo amaba. Pero parece ser que para él no había entrado en su cabeza dura.
— Señora está listo su baño.
En ese hotel funcionaba la calefacción por cañerías. Llegaba el agua caliente del piso de abajo.
— Gracias — rompió la nota en pedazos.
Lo que Julian quería decirle, no iba a hacerle cambiar de opinión. Bastante tonta había sido no reconocer sus propios sentimientos para tirarlo todo la borda por cierta información que le tenía que dar Julian. Hablaría con él para dejarle claro que no lo amaba, ni lo amaría nunca. Si fuera que no se hubiera ido con su tía Beth de viaje por Europa, quizás, lo seguiría amando. Sin embargo, eso formaba parte de su pasado y de lo que fue ella. No había vuelta atrás.
Se fue al baño y le dijo a su doncella que no la iba a necesitar más en todo el día.
De mientras, esperó al regreso de su marido.
***
Su doncella le había dejado un camisón y una bata. Se las puso detrás del biombo. Al salir de la zona de baño, se asustó al principio cuando vio un hombre encima de la cama. Su corazón se calmó cuando reconoció que era su esposo. Se acercó con el corazón, aleteando por verlo de nuevo.
Se fijó que tenía los ojos cerrados y el pecho elevando y bajando con pausa. ¿Estaría durmiendo? Parecía ser que sí. No se había percatado cuando había entrado. Seguramente, había entrado sigiloso como un gato. Su doncella no estaba, se imaginaba que se había a la otra habitación para dejarles intimidad. Era un sol de muchacha.
El colchón se hundió con su peso y observó con placer como dormía su esposo. Era la primera vez que compartiría lecho y eso le llenaba de nerviosismo y de palpitaciones ahí abajo. Se ruborizó sin remedio y se dejó llevar por un impulso.
Alzó la mano y acarició la piel tersa de su rostro. Una sonrisa se dibujó en sus labios al percatarse que estaba sin barba. Se la había quitado. Bueno aunque le quedaba bien la barba, la textura sedosa de su piel desnuda le provocó más hormigueo en las manos.
Sin duda muchas mujeres lo habían deseado; aunque no quiso pensarlo, lo pensó dejándole un mal sabor en la boca. Si hubiera sido más ciega de su amor, quizás, lo habría perdido y otra mujer pudiera haberse sido su dueña. Eso era había sido impensable.
Sus dedos tocaron sus labios abiertos, y la necesidad se agudizó más en su interior.
"Te amo", le dijo en silencio y sin poderlo evitar, besó sus labios como si fuera el príncipe durmiente.
Soltó un gritito cuando sintió su cuerpo cambiar de posición en un abrir y cerrar de ojos, vio los ojos ardientes de su marido, quedando debajo de él.
— Diane, Diane... — le acarició la nariz con la suya sin dejarla de mirar —. No provoques más a la fiera, si no quieres ser devorada.
Sus palabras y su mirada la calentaron y quiso precisamente eso. Le cogió el rostro y siguió acariciándolo mimosa.
— Quizás quiero ser devorada por ti — le susurró con el rostro a rojo vivo.
Dante esbozó una media sonrisa.
— No quiero lastimarte, Diane. La primera vez para una mujer puede ser dolorosa.
No era ignorante como él creía. Había escuchado a las sirvientas comentar sus aventuras amorosas con los mozos de Devonshire.
— No me lastimarás. Solo con tu marcha lo haría — le dijo con seriedad y agarró los mechones de su marido. Le encantaba acariciar su piel, su pelo... Las diferentes texturas la fascinaban. Pensó que nunca se cansaría de hacerlo.
Él lo sabía. Lo mismo le ocurriría a él si ella se fuera de su vida. Por eso le había dado la oportunidad y empezar desde cero.