No te amaré #2

Capítulo 36

Lady Werrington entró en su habitación, donde su doncella Nadia la estaba esperando con una noticia que le podría alegrar, ya que tras el encuentro que se había producido a fuera con su marido le había bajado el ánimo.

  — Por favor, Nadia, me gustaría un paño frío. ¡Me duelen las sienes! — se quejó y se tumbó a la cama con gesto dramático — . ¡Todo es culpa de mi marido! Si no fuera tan cabezota y orgulloso...

— Señora,  ¿se ha encontrado con él? — buscó lo que le había pedido y se lo puso en la frente.

— Gracias. Sí, la mala suerte me acompaña — gimoteó y se imaginó su futuro era negro, muy negro.

— Pues creo que podría cambiar  esa suerte — eso llamó la atención a la mujer que dejó de dramatizar para mirarla con curiosidad.

— ¿Cómo, Nadia?  Si mi marido tiene todas las posibilidades de ganar. Debería plantearme el abandonar el país. Al menos en Francia o en otro lugar no sabrá que mi reputación está arruinada. Me haré pasar por viuda... Será lo mejor.

Mientras su señora seguía con el monólogo, Nadia sacó de su bolsillo una tarjeta con una dirección. Guiselle se irguió olvidándose de su jaqueca y le arrebató la tarjeta de las manos.

— ¿Es lo que estoy pensando? — la doncella asintió y la mujer se puso a gritar de alegría — ¿Estás segura?

—  Sí, señora. Yo lo he visto con mis propios entrar en ese hotel cuando me pidió a hacer unos recados.  

— Vamos, Nadia. Me tienes que ayudar a ponerme más bella que nunca. Necesito estar espléndida si quiero que mi plan funcione. 

Deseaba con todo el alma que funcionara. Ellas pensaron que el italiano estaría solo en el hotel. Lo que no se imaginaba que podría estar acompañado y nada menos que por su mujer. 

 

Unas horas después, el señor Caruso y su mujer regresaron al hotel sin saber lo que les estarían esperando en su regreso. Habían tenido suerte de haber encontrado la casa ideal en una de las calles más tranquilas de Londres. No era tan grande como la casa del duque pero tenía las habitaciones suficientes para alojar una familia entera. Necesitaba una mano de pintura y buena limpieza. Los vendedores de esa casa la habían tenido un poco descuidada y no les interesaba permanecer más tiempo en Londres, de ahí la dejadez de los antiguos dueños. Faltaba que pidiesen el dinero en el banco para poder comprarla y la firma de ellos para poner las escrituras a sus nombres. Era un paso importante para ellos ya que vivirían como un matrimonio, juntos y sin que nadie interfiriera en su camino.

Nada más entrar en el vestíbulo, el recepcionista les llamó. Se acercaron sin tener idea de lo que les iba a decir. 

  — Señor y señora Caruso tenéis visita. Había dicho que era familiar de su esposo.

  Ambos intercambiaron una mirada de extrañeza. Sabían perfectamente que los familiares de Dante estaban muertos. Bueno su madre y relacionado con la familia materna porque su padre era de paradero desconocido.

 — Espero que no les importe que le hayamos dicho donde estaba su habitación. Quería comunicarle una noticia importante.

— ¿Podría haber dejado una nota?  — preguntó Diane sabiendo que era lo correcto. 

El recepcionista calló sabiendo que posiblemente habría metido la pata dejando que esa persona supiera él número de su habitación. 

Dante cogió la mano de su mujer mientras subían hacia su habitación. Le extrañaron que la puerta la habían abierto sin muestra de haberla forzado. 

— Voy a dentro, tú te quedas aquí  — Diane quería replicar pero su marido le puso un dedo en sus labios  —. Si es alguien que quiere hacerte daño, prefiero que te quedes aquí.

— ¿Y si te lo hacen a ti?  — esa posibilidad no había entrado en la cabeza de Dante.

Él entró primero pero detrás de él le siguió su mujer que no se iba a quedar de brazos cruzados. Esto hizo que estuviera más atento de ella que de él. No se esperaron esa visita, y menos que esa persona en cuanto lo vio, se lanzó prácticamente a sus brazos. 

    — Pero, ¿qué ocurre?  — sorprendido no pudo prever que la mujer no se iba a quedar quieta.

Antes que él pudiera apartarla de un sopetón. La muy sinvergüenza le robó un beso despertando el enfado y los celos de su esposa. 

  — ¿Me echabas de menos?  —  Dante la apartó, se limpió la boca con repugnancia y Diane que estaba en un silencio bastante tranquilo fue hacia delante y sorprendió a la mujer de su presencia. Pensó que él estaría solo.

—   ¿A mi sí?  — sin previo aviso, le dio una bofetada que le dolió a la propia Diane. 

Guiselle se giró furiosa e iba devolverle el golpe cuando Dante se interpuso y protegió su mujer de ella. Si hubiera sabido que esa mujercita iba a estar con él, hubiera cambiado totalmente el plan. 



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En el texto hay: pasion, desamor, amor de epoca

Editado: 06.10.2018

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