Al día siguiente
Christopher no pudo dormir en toda la noche, Mónica no había soltado el cuerpo de Fiorella. A las siete de la mañana, Christopher dio un suspiro y se acomodó en la silla donde había estado sentado las últimas horas.
— ¿Cómo haremos con su cuerpo? Las autoridades van a aparecer en cualquier momento. —Le dijo Christopher.
Mónica lo miró y luego vio el cuerpo de su hermana. —Hay algo que debo enseñarte. —Ella agarró el brazo de Fiorella y luego le dio tres leves golpes a su dije con sus dedos, Fiorella comenzó a desaparecer al igual que Mónica. —Si hago esto, la persona que toque puede desaparecer conmigo.
Cuando soltó a Fiorella, ambas dejaron de estar invisibles. —Lo aprendí con mis hermanas hace unos meses, la cargaré y la llevaré volando a Venosa, y con la pistola, necesito que la botes. —Dijo desviando su mirada a la pistola que se encontraba en la mesa que estaba en la cocina.
Christopher se levantó y cuando comenzó a caminar sintió un leve mareo.
—Deberías acostarte, yo seguiré con Fiorella. —Le dijo Mónica mirándolo, Christopher bostezó y se acercó a ella.
—No te dejaré sola.
—Debes hacerlo, por favor. —Le pidió, Christopher se quedó callado unos segundos y luego comenzó a caminar.
—Volveré en dos horas. —Le dijo al meterse en su cuarto, Mónica siguió viendo el cuerpo de su hermana y la volvió a abrazar, no quería soltarla.
Un día después
Habían traído el cuerpo de Fiorella a Venosa. Mónica había llamado a sus padres para explicarles lo que ocurrió. Nadie podía creer que Fiorella murió a manos de Natalia, en la cara de Mónica se notaba una profunda tristeza y decepción, sus emociones nunca habían estado tan fuertes y presentes. Christopher había decidido darle su espacio, ya que no era ella misma, jamás la había visto así, aunque ya la había conocido siendo un fantasma, pudo preguntarle a su madre cómo era antes que todo ocurriera, y la chica siempre había tenido una facilidad de llevar bien las cosas, siempre había sido la luz, y era la primera vez que se dejaba dominar por la oscuridad; lo que sentía Mónica en esos momentos, era algo difícil de explicar.
Mónica decidió ponerse a caminar por el parque local, conocido como la “Villa Comunale”, al ser la última semana de octubre y las nueve de la noche, por lo que las personas que salían a caminar, comenzaban a usar chaquetas para protegerse del frío que empezaba a sentirse, las luces de la calle estaban tenues, los niños dejaban de jugar y comenzaban a entraban a sus hogares, era un ambiente tranquilo, por lo que Mónica sonrío con melancolía, ¿por qué durante el año que llevaba siendo un fantasma sentía estas emociones tan fuertes? Ni cuando estaba viva, había estado tan sentimental, claro, jamás vivió una experiencia así, ahora se preguntaba cómo sus hermanas habían podido sobrellevar su muerte hacía un año, como aguantaron el dolor al enterarse de su accidente, las admiró ya que pensó que tenían una fortaleza que ella no tenía, pero que anhelaba.
Se detuvo un momento y se quedó viendo un local que se encontraba cerrado, la heladería Hollywood y un recuerdo le vino a su mente.
“Era mediados de agosto, unas niñas de doce y ocho años iban corriendo por las calles emocionadas, hacía mucho calor, por lo que su madre les había dado permiso de ir a comprar un helado.
— ¡Apúrate Fiorella! — Gritó la mayor, ya estaban muy cerca de llegar.
—Monica, no puedo…respirar. —Dijo Fiorella mientras comenzaba a disminuir su paso.
Unos segundos después, vieron el letrero que decía Hollywood, por lo que entraron y una vendedora se acercó a ellas.
— ¿Qué quieren comer, mis niñas?
— ¡Yo quiero un helado de chocolate! —Gritó Mónica.
— ¡Y yo de fresa! —Gritó Fiorella. La vendedora ya estaba acostumbrada a verlas ya que siempre venían con su padre, todos los años iban, sobre todo en el mes más caluroso, que era agosto, y siempre las atendía, les había tomado cierto cariño, en una ocasión, ellas llegaron con su madre que cargaba a una bebé, que por lo que podía escuchar, se llamaba Elizabetta, mientras ella hacia sus pedidos, escuchaba a las niñas gritando y jugando con su hermana pequeña, eran muy alegres.
Unos minutos después, ella les entregó los helados junto con unas servilletas.
— Son tres euros.
Mónica, que estaba comenzado a comer su helado, sacó del bolsillo de su pantalón unos billetes y se los entregó sin mirar, la vendedora le entregó el cambio y luego se acercó a ellas.
— ¿Les gustaría sentarse un rato? Las puedo acompañar mientras comen.
Fiorella y Mónica asintieron y se sentaron en unas sillas que tenía una pequeña mesa.
— ¿Y sus padres?
—Mi papá anda trabajando, mi mamá está en la casa, ella nos dejó venir solas porque anda cuidando a mi hermanita. —Dijo Mónica.