No te enamores de Arthur Dark

Capítulo 2

Zoey

 

¿Por qué me pasan estás cosas a mí?

Cuando era adolescente vivía con mis padres en un barrio humilde de trabajadores en Staten Island.

Me gustaba un vecino, Clark Mosley, sus padres tenían una verdulería y él a veces a la salida de la escuela trabajaba allí.

No sé qué me gustaba realmente porque viéndolo en retrospectiva no era tan guapo, pero en fin, a mí me gustaba.

Cuando mi mamá me enviaba allí a comprar para hacer la cena, me arreglaba y con bolsa de compras en mano llegaba a la verdulería Mosley y le hacía batido de pestañas a Clark.

Un día, haciendo este acting de batir las pestañas, ignorando todo excepto a mi enamorado cubierto de acné juvenil, no vi que en el sector de las uvas estaba la señora Lauren, y le pise la chancleta.

Vi en cámara lenta como la señora Lauren intentaba en vano zafar para poder avanzar, y caía de bruces al suelo.

No me alcanzaban las manos para levantarla del piso, por suerte era de baja estatura y la caída no fue de grandes alturas.

Clark se burló de mí cuando su padre me dijo delante de toda la clientela: “Deberías hacerte ver esos ojos seguramente tienen algún problema ocular”.

Nunca más utilicé “el batido de pestañas” para conquistar al sexo opuesto.

Más adelante les contaré de los otros métodos.

La cuestión es que en este momento me sentía otra vez como esa adolescente haciendo el ridículo y no podía hacer nada para evitarlo.

—Eso es mío. —le quité el tampón de una mano y el libro del otro, sin hacer contacto de dedos, aunque ambos estábamos enguantados.

Metí a la velocidad de un conductor de Fórmula 1 todo dentro de mi cartera, incluso la declaración de impuestos hecha un bollo.

En mi visión periférica apareció una mano enguantada en cuero negro, levanté la vista y vi al cliente ofrecerme su ayuda para levantarme del suelo, por supuesto la tomé y me puse de pie.

—¿En qué puedo ayudarlo? —pregunté con una sonrisa.

Él me respondió con una igual de radiante, sus dientes perfectos blancos dividieron en dos su rostro.

Lo anterior es todo mentira, su seriedad era absoluta, la expresión aburrida de cualquier neoyorquino un miércoles por la tarde.

—Quiero una copia de ese libro. —me dijo señalando mi cartera, aún con el semblante serio.

¿Por qué los hombres guapos están en guerra con las sonrisas?

Me puse de todos los colores de la vergüenza, este hombre había tenido un momento con la escena de la cabaña y ahora quería leer todo lo que allí había pasado entre Hansel y Marianne.

—¡Señor, buenas tardes! Yo lo atenderé por Zoey. —Kira caminó rápido hacia nosotros—. Ella tiene que salir con suma urgencia para realizar un trámite.

—¡Oh, ok! —El guapetón enarcó una ceja—. Espero que usted pueda conseguir un taxi con esta nevada. —Conectó sus ojos con los míos.

—Iré caminando. —dije con voz lastimera.

—¡Oh! —respondió solo eso y fue hacia la pilas de libros que había en exhibición.

—¡Suerte! —susurró “mi amiga” y se apresuró a ir al lado del cliente.

¡No puede ser cierto, quería hacer una pataleta de frustración!

El hombre más guapo que había visto después de Tom Cruise en Días de Trueno; y la que se supone es mi amiga, me pinchó el globo.

Toqué el pomo de la puerta de entrada al negocio e inmediatamente quise mandar todo al diablo y quedarme aquí para averiguar cómo se llamaba el desconocido de ojos felinos.

—¡Me voy! —dije a la espalda de ambos que estaban en la pila de libros de Arthur Dark.

Me ignoraron.

Caminé bajó la nieve abrazada a mi cartera y mi libro por más de diez calles hasta que al fin llegué al IRS a las 17:45 hs, para encontrar un cartel que decía “cerrado por desinfección”.

Quería arrodillarme en la acera cubierta de nieve y pedir que alguien me mate aquí mismo. 

Si fuera el año 1475 gritaría “soy una bruja” y me colgarían aquí mismo… mmmm ¿o me quemarían viva?

Menos mal que este es el siglo XXI y lo máximo que puede pasar en estos días es que tus escasos seguidores de Instagram dejen de seguirte.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo.

Bueno tendré que volver a casa, crucé la calle y me dirigí hacia la estación de subterráneo para volver a mi casa.

A mi departamento de 120 mts. cuadrados, en el Bronxs, me reí sola. 

Saqué el móvil del bolsillo de mi abrigo y le marqué a Kira.

Ella me respondió jadeando.

—Ha, ha, ha como me río. —le respondí con ironía.

—Hubiese pagado por ver tu cara. —soltó la carcajada y le dije un insulto—. Me encanta hacerte enojar. Bueno, supe el nombre, se llama Cameron O’Shea tiene treinta y dos años, vive aquí en Manhattan y es profesor de historia, lo siento no pude averiguar dónde trabaja y su estado civil.




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