No te enamores de Arthur Dark

Capítulo 3

Zoey

 

Coloqué la cinta roja sobre la página de mi libro y lo cerré, acaricié el lomo y tomé la taza de café, la llevé a mis labios mientras veía caer la nieve fuera de la librería.

El viernes había llegado y el profesor de “cabello como la noche” no había vuelto.

Tomé una profunda respiración por la nariz y la exhalé lentamente.

Mi teléfono sonó, miré la pantalla, era el chat de “Lectoras empedernidas”, otra vez habían comenzado con hilo de preguntas sobre el profesor y comentando sobre los libros que estaban leyendo.

Mi lectura actual era “Los puentes de Madison County”, todavía no le encontraba la belleza a esta obra, sin embargo, pertenecía a una muy selecta biblioteca de una amiga de mi madre y me había sugerido leerla, ya que tampoco había visto el film.

Cuando uno va a leer un libro recomendado siempre tiene ciertas reservas, ¿qué hace un buen lector? Lee los comentarios y reseñas, compara con otras obras del autor o incluso del mismo género, pero a fin de cuentas termina sumergiéndose en esa sugerencia.

Creo que lo peor que puede existir es que te impongan una lectura, por ejemplo en el instituto nos hacían leer política, biografía e incluso historias que carecen de atractivo para un adolescente, no es lo mismo leer Don Quijote de La Mancha a los quince años cuando solo quieres leer un libro de John Green que a los treinta que le ves el atractivo a un clásico porque lo lees relajado, y no con el peso de la imposición.

Hasta el momento había leído medio libro y seguía sin encontrar la joya en la obra, aunque estaba segura de que la encontraría.

—Zoey, me llegó un correo electrónico de Nieve Azul. —Mi amiga interrumpió el hilo de mis pensamientos—. Llega a Nueva York el trece de febrero para presentar en el día de San Valentín su bestseller en la plataforma, Las lunas de Santorini. —me comentó mientras tecleaba—. Le estoy respondiendo que pondremos lunas plateadas en lugar de corazones. En España es de madrugada, así que cuando lo vea me responderá si está de acuerdo. ¿Cuántas sillas le debemos pedir a Frank?

—Ya le pregunto. —Tomé el teléfono y le escribí a mi jefe.

Frank Langella era el dueño de la librería “Souls&Letters”, fue un regalo a su esposa que era adicta a la lectura, ella fue quien hizo magia con este lugar antes de morir.

Ella fue la que promocionaba autores desconocidos en la ciudad y comenzó a convocar autores de una plataforma muy conocida europea desde hacía muchos años.

Frank continuó con el legado de su esposa, quería que el sueño de ella siguiera latente en la ciudad y en el mundo.

En Acción de Gracias recibimos a nuestra primera autora comercial de estas plataformas, Valeria Caraballo, de Argentina, presentó su serie La Sortija de Médora.

El lugar explotó, e incluso quedó gente fuera mirando por la ventana pese al frío, por suerte la autora tenía un dominio de nuestro idioma a la perfección así que no necesito traductor y terminó la presentación cantando una canción para todos los presentes.

—¿Kira, pregúntale a Nieve Azul si habla inglés fluido o necesita un traductor? —Esperé que Frank me contestara.

—¡Ok! —la oí seguir tecleando.

Un momento después me llegó un mensaje de mi jefe.

—Frank dice que con cien sillas para comenzar estaría bien, pero que estemos atentas por si hay público que no se anuncié previamente, como pasó la última vez. Y agrega que él estará también aquí. —dejé el teléfono y tomé otro sorbo de café.

Mi teléfono volvió a sonar, entró un mensaje mientras miraba la gente pasar muy abrigada bajo la nieve.

Amaba Nueva York en invierno, aunque más me gustaría si tuviera un piso frente a Central Park.

Otro mensaje me espabiló.

Seguramente el grupo de lectura estaría planeando la visita el domingo a la biblioteca nacional.

Mire el teléfono, con el índice bajé por las notificaciones.

“Cameron O’Shea quiere enviarte un mensaje”

Se leía en la pantalla.

Pegué un salto de la silla que casi vuelco el café, con el móvil en la mano, grité y salté en mi lugar.

—¿Zoey, qué pasa? —Kira se acercó a mí—. ¿Te ganaste la lotería?

—Camer.. —grité y lancé el teléfono al aire sin darme cuenta.

Me quedé inmóvil mirando el iPhone como caía al piso y la pantalla se astillaba y quedaba completamente en negro.

—...ron, me envió un mensaje. —susurré.

Kira se agachó y levantó los pedazos de mi móvil.

¡Dios me tira las señales, soy yo la que siempre las arruina!




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