Zoey
—“Echan a perder todas las historias de amor intentando que duren para siempre”. —Recité en voz alta en medio de la librería el jueves por la tarde—. ¿Qué se supone que significa esto?
—Creo que es obvio, Zoey. Tu “amigo” te está diciendo que él también está de acuerdo con los finales de Arthur Dark, aunque él lee clásicos, y Óscar Wilde es un maestro en el arte de los finales trágicos y de llanto asegurado, así que supongo que empezaste con Dorian Gray y hasta El gigante egoísta, no vas a parar. —Kira soltó una risita al final.
—Las marqué todas con un señalador de color —casi todo el libro había marcado—, escucha esta otra frase: “Cuando uno está enamorado, empieza siempre por engañarse a sí mismo para terminar engañando a los demás. Eso es lo que el mundo llama un amor romántico”. El libro está plagado de ironías.
Cerré el tomo y abrí los brazos en un gesto de ofuscación hacia Kira.
—Eso es lo que genera una lectura controversial, Zoey. No todos están preparados para leer una historia donde el final es trágico, o donde el protagonista se queda con la damisela que el lector no desea o mejor aún, que un inocente vaya a la cárcel y el culpable quedé en libertad, el único que decide sobre el curso de la historia es el escritor y aunque el lector insulte, grite o zapatee, ese es el rumbo que decidió quien tiene el poder con su pluma. —Ella se acercó a la ventana y miró la nieve caer copiosamente, sin girarse, me habló—. ¿Cuál es el libro más injusto que leíste en la vida? Sin contar los de Dark que sabemos que son todos con unos finales horribles.
Me reí y me acerqué a ella, haciendo lo mismo, mirar los copos de nieve caer.
—La Milla Verde de Stephen King. —Fue el primero que se me ocurrió.
—¿Por qué? —preguntó.
—Recuerdo cómo sé compungió mi corazón cuando murió John por un crimen que no cometió. —Hubo un silencio, ambas recordando ese capítulo—. ¿Cuál es el tuyo?
—Matar a un ruiseñor. —Me quedé mirándola, allí no mataban a nadie bajo la pena de muerte.
—¿Por qué? —pregunté.
—También hay una acusación a un inocente. Te diste cuenta de que no importa en qué siglo se hayan escrito los libros, siempre hay una situación controversial que el autor representa dentro de una historia, y como sabemos nosotros que algo de eso no es cierto, supuestamente Harper Lee estaba contando su infancia. —Se rio—. Me hubiese encantado tener un padre como Atticus Finch, él llegaba por las noches agotado de su trabajo y tenía tiempo de leerle a sus hijos. ¿Actualmente quién le lee a sus niños? O mejor me preguntó ¿Los niños leen?
Solté una risa y me abracé a su codo.
—Qué poder tienen los libros, nos hacen pensar, debatir, amarlos y odiarlos, se quedan grabados en nuestra retina y nos hacen conocer a otras personas. —Suspiré—. ¡Quiero que llegué el domingo!
—¿Le has enviado un mensaje de WhatsApp? —Kira se alejó conmigo de la ventana y me llevó del brazo hasta la barra, me subí a un taburete y ella fue a la cafetera a buscar un café para cada una, no siquiera me preguntó si quería uno, nos conocíamos tanto que sabía cuando me hacía falta mi dosis de cafeína.
—No, soy demasiado “tímida”, así que solo estoy esperando que llegue el domingo. —Mi amiga me puso la taza del líquido humeante frente a mí.
—El domingo es mañana, Zoey. —dijo, aunque faltaban aún cuatro días—. El tiempo vuela sin que podamos detenerlo cuando esperamos por algo.
Asentí.
Era verdad desde el domingo que me había despedido de Cameron en la estación de subterráneo, habíamos ido caminando juntos hasta allí, en lo único que pensaba era cuánto tiempo faltaba para volverlo a ver.