No te enamores de Arthur Dark

Capítulo 8

Zoey

 

El domingo llegué a la biblioteca con un manto blanco de nieve sobre la ropa, el frío calaba hondo en los huesos porque el viento norte estaba de visita.

Aunque estaba sumamente abrigada me sentía como paseando en un sueño vergonzoso en ropa interior.

Subí las escaleras hasta el tercer piso donde me estaba esperando Cameron, supuestamente, aun con el abrigo puesto y con el libro bajo el brazo.

Antes de llegar a la zona de los asientos en ese piso, lo vi, estaba sentado leyendo, con un tobillo apoyado en la otra pierna, un suéter de lana grueso negro, jeans y tenía algo que nunca le había visto y lo hacía muy sexy.

Gafas de lectura con montura negra.

No sé si fue mi mirada, o notó el perfume que me había puesto, observé como en cámara lenta levantaba la vista y sus ojos conectaban con los míos en la distancia, una pequeña sonrisa cómplice hizo que mis labios se estiren formando una en respuesta.

Caminé los pasos que nos separaban y como si fuera un club de striptease de monjas comencé a sacarme el gorro, la bufanda, los guantes y el abrigo, para quedar con dos capas de ropa debajo, con lo único de piel a la vista, mi rostro y mis manos. 

Si hubiera concurso de mujeres sexis en invierno, a mi no me hubiesen dejado participar, me reí por dentro de mis ocurrencias.

—Hola Zoey, ahí estás. —Saludo en broma cuando me termine de quitar la ropa.

—Cameron. —me deslicé junto a él en el sillón de al lado—. ¿Qué lees? 

—Bartleby, el escribiente de Hermann Melville. —me mostró la portada del pequeño libro.

—El autor de Moby Dick. Increíble, desconocía ese otro libro. —Suspiré cansada por casi correr para llegar aquí a tiempo.

—Es un cuento autobiográfico, el autor tiene una respuesta para todo, como si estuviera en otro plano, casi flotando en el éter y subsistiendo a base del aire. —Sonrió para él mismo.

—Quizás en su mente estaba todo el tiempo escribiendo historias y es más fácil “hacerse el desentendido” que demostrar que se está interesado en lo que habla el otro. —Hice comillas en el aire—. Un diálogo normal con otra persona, es una perdida de tiempo para escribir una parte importante de la historia.

—¿Segura que no lo leíste? —Preguntó enarcando una ceja.

—Segura. —Hice el saludo Vulcano de Star Trek. 

Cameron se rio negando con la cabeza.

—Dime ¿qué te pareció “El retrato de Dorian Gray”? —Señaló el libro que había dejado sobre la mesita.

—Una obra de arte. —Lo miré seriamente y él igual, hasta que no aguante y solté la risa, para mi felicidad él me acompañó con la broma.

—Hablando en serio, ¿qué opinas de la novela? —Él tenía un brazo sobre el apoyabrazos del sillón y con el otro sostenía el libro marcando la página con el índice.

—Gray es el epítome del egocentrismo, se escudó durante su eternidad con su belleza para cometer los más atroces crímenes, a medida que iba siendo más bello, la imagen del cuadro se iba pudriendo por su crueldad, como un cuerpo en descomposición. —Cameron me oía atento—. Creo que la novela es una oda al hombre que es víctima de sus acciones, y que en definitiva muere bajo su propia mano, ¿no?

—Interesante reflexión. —Apoyó su dedo índice en los labios y se quedó pensativo.

—¿Cuál es la tuya? —pregunté.

—El peligro de jugar a ser Dios obteniendo la juventud eterna a través de la maldita y deseada inmortalidad. —Respondió con seriedad.

—Él pudo haber sido buena persona, pero decidió ser cruel, despiadado y tan asesino que terminó acuclillándose a sí mismo, dramáticamente hablando, porque fue al cuadro en realidad. —Suspiré—. Supongo que se hartó de su inmortalidad.

—O de estar solo. —agregó Cameron.

Durante una hora debatimos el libro, comparando a Wilde con otros autores y frases que eran significativas en la historia.

Cameron era sumamente inteligente y tan atractivo que por momentos quedaba alucinada con su forma de expresarse.

De repente, se levantó de su asiento y caminó hacia la biblioteca.

—Voy a buscarte otra novela. —Lo vi perderse entre las filas de libros. 

Mientras elegía, compré de la máquina un café para cada uno y lo dejé en la mesa, un momento después dejo delante de mí una nueva aventura.

—El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde. —Leí el título—. Ok, será para el próximo domingo. 

—Leí el libro de Arthur Dark de Siberia, efectivamente caen al lago y mueren congelados. —Me reí apoyando mi boca en mi puño para reprimirla, mientras mi respiración salía entrecortada por el esfuerzo—. Voy por el siguiente entonces, ¿cómo se titula?

—”Mil veces acepto” —Respondí mordiendo mi labio inferior. Él miró mi boca y luego mis ojos.

—¿Ciudad? —Se refería al libro.

—Minnesota. —Seguí mordiendo mi risa.

—¿Cómo muere la protagonista? —Un atisbo de sonrisa asomó en sus labios.




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